Gutiérrez Gómez, Edgar (2012). El absurdo de la vida. Ayacucho (Perú): Copygraph Bautista, 129 pp.
Como toda manera humana de interpretar la realidad, el sentido de la
vida, se
puede abordar de modo optimista o pesimista. Sobre el primer modo, tenemos los libros de:
a) Juan A. Mackay,
filósofo y teólogo presbiteriano escocés, El
sentido de la vida y otros ensayos de 1978 (3ra. ed.), donde habla en
realidad del sentido de la hombridad, la vocación, la verdad, la amistad, el
universo y lo cristiano; el autobiográfico de Moisés Chávez Ramos, escritor y
hebraísta evangélico, Filosofía de la
vida (s/f) donde concibe a esta “como la búsqueda del propósito y del
sentido de la vida” (p. 7).
b) Angel Peña Benito,
sacerdote agustino, Vale la pena vivir
de 2006, quien afirma que “(e)l sentido de la vida está en Dios, que nos ama,
aunque, a veces, esté oculto y silencioso” (p. 4).
c) Gustavo Flores
Quelopana, escritor y filósofo autodidacta de fe católica: Vida sin sentido y olvido de Dios de 2012, donde dice que “(e)l
hombre de la modernidad tardía es expresión cabal del nihilismo vital, no solo
vive sin Dios sino que vive de espaldas al prójimo y a sí mismo”.
d) Intip Megil Guamán,
músico y escritor, Illa. El sentido de la
existencia desde una perspectiva tawaísta de 2007(?), en el que afirma que
“(e)n la actualidad se ven
claramente los vacíos espirituales que surgen en la sociedad, carencias y
ausencias que las diversas filosofías o religiones son ineficaces de remediar” (p. 18) y para remediar eso
propone volver a la religión andina o tawaísmo para llegar a la Illa o
iluminación, y, así, aceptar el fundamento par o la dualidad que rige el cielo
y la tierra, vivir en la armonía de la crianza mutua, y tratar de recibir el
Illa para, a su vez, retransmitirlo, y producir el equilibrio, crear la
diversidad y creer en ella (pp. 119-120).
e) Miguel Polo
Santillán, filósofo y docente sanmarquino, Indagaciones
sobre el sentido de la vida del 2011, donde declara de forma muy realista
que “…el problema del sentido de la vida, además de ser un tema filosófico y
social, es un tema político. La política debería dar las condiciones sociales,
legales y culturales para que las personas construyan formas de vida más
excelentes y sientan sus vidas más realizadas, sin convertir a los ciudadanos
en peones o engranajes de un sistema irracional” (p. 66).
Y se han publicado artículos
como:
f) el del autor de la
presente reseña, filósofo humanista secular: “La vida humana: ¿cuál es su
sentido?” de 1999, donde escribí que “(e)ntonces no importa que no haya un
sentido predeterminado para nuestras vidas: nosotros mismos podemos crear y
recrear -premeditadamente o no- nuestras metas y logros -así como frustraciones
y fracasos- en este mundo del cual no tenemos ninguna duda de que exista.
Nosotros mismos podemos proyectarnos hacia el futuro e ir construyendo nuestros
ideales y anhelos, claro está hasta donde las circunstancias naturales y
sociales -que otros supeditan a la Providencia, Destino o Suerte- lo permitan”
(p. 8).
g) el de Octavio
Obando, filósofo sanmarquino y docente actualmente en el Brasil: “Ética y
sentido de la vida” del 2000, donde sostiene que “(e)l sentido de la vida no es
puesto por entidad extrahumana alguna (ni tampoco se realiza en el mundo a
partir de entidad extrahumana alguna). Tampoco es puesta por nosotros, es, en
rigor, lo que el contexto material y cultural nos ofrece en cierto horizonte de
posibilidades” (p. 32).
Sobre el segundo modo, el pesimista,
tenemos libros, como el de Stergios Korfiatis, finado filosofo peruano, Solo sé que nada somos de 2007, una autobiografía con reflexiones filosóficas, y el que reseñaremos
a continuación de Edgar Gutiérrez Gómez,
Dr. en Educación y catedrático universitario, El absurdo de la vida del 2012, un ensayo donde su título ya nos
está diciendo cuál es su postura sobre el sentido de la vida o existencia
humana. En la introducción empieza hablando del fatalismo del filósofo rumano Emile Ciorán, autor de,
entre muchos otros libros Del
inconveniente de haber nacido (1973), su siempre
reniego del “porqué (sic) vino a este mundo inconsultamente, para luchar contra
esta vida llena de problemas” (p.
7). Sí pues, solo los seres humanos tienen otras clases de problemas además del de la
supervivencia.
Cosa semejante, dice Gutiérrez,
sucede “cuando analizamos nuestra existencia absurda del buen vivir,
justificando que somos seres sociales por naturaleza, para finalmente ser
prisioneros de la sociedad que no nos deja vivir como deseamos en nuestra corta
existencia” (ídem). Esto es paradójico: necesitamos de los demás para vivir pero a
la vez los demás nos limitan.
Luego menciona a Dios que “odia tanto a
los humanos y a toda su creación…sabemos que no desea venir…y el día en que
aparezca será un rendir de cuentas y pedidos infinitos del hombre para que
cumpla sus deseos…” (p. 10). Un reclamo que se justifica por la existencia de la maldad y el
sufrimiento humanos.
Y sigue en estilo vallejiano “…Dios…cada
vez que el hombre quiere acercarse, se aleja más” (ídem)…”Desde que
nacimos estamos abocados a buscar a la divinidad, debería ser que él, Dios,
venga a nosotros a encararnos de todo (sic) los pedidos que [le] hicimos, que
algunos eran tan absurdos como la vida misma” (p. 11). Tal búsqueda no tendría
sentido si Dios, como parece, no existiese y simplemente fuese una quimera
humana más, producto de nuestra imaginación, necesidad y temor a la realidad
social y natural.
Termina el autor su introducción diciendo
“Finalmente, puedo estar orgulloso de lo hecho, pero debería estarlo mucho más
de lo que no hice. Ese orgullo está cumplido” (id.). Un reclamo que vale para
todos: no hemos hecho todo lo que podíamos hacer, muchas veces por distracciones vanas, pereza, cinismo, ignorancia o
cobardía.
Su ensayo propiamente dicho empieza en la
p. 13 y termina en la p. 129.
Reconoce que la palabra “absurdo” fue
usado en especial por los filósofos existencialistas a veces catalogados como
irracionalistas (p. 13).
A continuación el doctor
en educación transcribe 12 conceptos sobre el
existencialismo (p. 14-38), observando que casi todos ellos remiten a Kierkegaard,
y copia, también innecesariamente, en cuatro págs. (40-43), la biografía de él escrita
por Copleston. Simplemente debió
hacer una síntesis.
Considera, con razón, a Camus como el
“pensador más prolijo” de la filosofía del absurdo de la vida (p. 45) y
transcribe dos breves biografías de él (pp. 45-46 y 49-50), evitando así nuevamente sintetizar lo que lee.
Después Gutiérrez, recalca lo efímero del
placer (erótico) pues luego de éste, “llega al fatalismo y el vacío existencial”
(p. 47). En general, todo placer es momentáneo, finito. Y si no se tiene otro
tipo de placeres, metas, responsabilidades e ideales se puede caer en tal
fatalidad y vaciedez.
Menciona a Camus y el único “problema
filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la
pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía” (pp.
49-50). Un tema delicado que, debido a las múltiples autoeliminaciones a lo
largo de la historia y por todo el mundo, es evidente que mucha gente llegó a
una respuesta negativa pero que, felizmente, la mayoría a todo lo contrario:
que, a
pesar de lo absurdo, contradictorio, doloroso e injusto de la vida, ésta vale
la pena vivirse con sus pocos y breves momentos de felicidad y dicha que pueda tener.
Y comenta nuestro autor: “Toda nuestra
vida gira en función al juego de la vida con la muerte, cada día es un aspirar
más al suicidio perpetuo, hasta que llega el momento indicado, ahora o mañana.
Siempre tenemos la esperanza de vivir más tiempo…¿será que esta vida longeva
vale la pena ser vivida?, regresionando a la vida infantil que requiere cuidado
especial, pero para la muerte” (p. 51). Cada momento de la vida que vivimos, en
verdad, es una negación de la muerte, cada disfrute lo es del sufrimiento, cada
acción buena es el rechazo del mal. Y, ciertamente, podemos llegar a una senectud tristemente senil, con
nuestras capacidades físicas y mentales muy deterioradas para luego morir, cosa que puede
darse en cualquier momento de la vida.
Luego dice Gutiérrez: “…venimos a este
mundo para morir; mejor pudo haber sido, por ejemplo, no nacer para estar
preocupado sobre esta vida y pensar regresar de donde venimos, …” (p. 56).
Puede ser cierto lo que dice Gutiérrez pero ya hemos nacido, no podemos
regresar a ninguna parte, ya estamos preocupados en una serie de cosas mientras vivimos, y también nos puede angustiar la muerte en menor o
mayor grado, en cualquier etapa de nuestro existir.
Añade el autor: “…. La única esperanza que debemos tener es la
muerte[,] no hay
otra alternativa;…” (p. 58). Sin embargo, los seres humanos ante el rechazo a la muerte y la
inexistencia se esperanzan en diversos
constructos religiosos, filosóficos y científicos que ellos
mismos crearon y que les distraen antes del inexorable final.
Además él cuestiona la moralina pacata: “… ¿cuál es el argumento racional para estar
cuestionando la vida ajena que no nos compete en absoluto….La sociedad
hipócrita siempre cuestionó los supuestos excesos que provoca el hombre en su
vida diaria, habría que buscar un parámetro [de] que es la mejor forma de
actuar…” (p. 65). Ese es un tema clásico que ya desde la antigüedad, los filósofos se habían
planteado, por ejemplo, el parámetro del griego Aristóteles era la práctica de la
virtud para evitar el vicio por carencia o exceso, para los medievales era seguir la voluntad de Dios, interpretada según
las doctrinas de la Iglesia católica, para el filósofo alemán moderno Kant era el
cumplimiento del deber, y para el filósofo inglés contemporáneo Mill era el
máximo de felicidad para el mayor número de personas.
Por otro lado, habla Gutiérrez de lo
absurdo de las guerras donde los soldados “desperdiciaron su tiempo” (p. 67). Y,
claro está, sus vidas por la Patria, según la propaganda a la cual fueron
expuestos desde su niñez, y no,
como como en realidad nos muestra la historia, en
defensa de intereses más burdos y crudos propios de las minorías gobernantes y ricas.
Añade: “(e)xisten verdades de las cuáles
todo hombre es conocedor…, conoce que va a morir, pero no se queda perplejo
ante esta tamaña verdad” (p. 68). Pero a decir verdad algunos sí se asombran y
se preocupan tanto así que niegan su envejecimiento maquillándolo pero que inexorablemente
terminará con la muerte. Otros
temen la muerte pero buscan consuelo y refugio en alguna religión o filosofía que
les prometa alguna forma de existencia eterna.
Además escribe: …”está demostrada la
insatisfacción del hombre en este mundo que con nada se contenta; así tenemos
que es una nada dentro de la nada, la cual vino a esta realidad para terminar
siendo nada” (p. 72). Pero, otra vez, la realidad es que también hay
personas que sí se contentan, que están satisfechas y felices con su vida por
más simple y llana que sea.
De nuevo afirma: “Único camino (la decisión razonable del absurdo de la vida) tomado hacia la felicidad eterna que es la muerte, que nos espera
angustiada e impaciente” (p. 74). Pero con la muerte del cerebro ya no hay
conciencia ni sensación, tampoco entonces tristeza o alegría.
También da una explicación existencial del
suicidio y la recalca: “…tal persona para suicidarse, posiblemente encontró
sentido al absurdo de su vida y lo termina con la muerte; de lo contrario, no
encontró ninguna razón para vivir y se suicida” (pp. 77-8). Para él, entonces tanto encontrar absurda la vida, una
forma de hallarle sentido, como no encontrar por qué vivir, ambas situaciones antagónicas, llevan a
la autoeliminación.
Cuestiona nuestro autor la libertad de los
humanos al afirmar que somos dependientes de nuestras creencias: “Creen [los
hombres] que son libres en absoluto; sin embargo, la creencia se suma y
multiplica con la fe en alguien que puede ser objeto, materia, sus padres, los
hijos, bienes materiales o Dios todopoderoso; resulta que este hombre nunca
vive libre en absoluto, porque está atado a su creencia en alguien a quien considera
importante como razón de su existencia y justamente allí plantea que vivirá
hasta que Dios disponga, y él, Dios, dispone cuando lo desea; ésta sería la
manera de vivir con una dependencia total dejando nuestra existencia real para
estar sumidos y atados a situaciones ajenas a nosotros” (pp. 78-9). Es inevitable, por lo tanto, creer en algo o
alguien y depender de eso o ése, puesto que nos da un sentido de orientación
y uno de devoción o apego.
Y menciona una verdad: somos seres
sociales, nos debemos a los demás al decir: “El hombre dejó de vivir para sí
mismo desde la concepción misma y al ser parte integrante de las personas que
lo rodean, generalmente, pensando lo mejor para él; se ignora que se está
haciendo daño al privar su libertad, exigiendo que actúe como lo desea el
padre, los abuelos, los tíos, los héroes o simplemente las familias modelo,
aparentemente de una moral intachable. Con la [sic] cual siempre los comparan
como el “fulanito tal” para ser aceptado dentro del canon social;…” (p. 83).
Cada sociedad tiene su propia moral y así patrón de aceptación o rechazo de sus
miembros que, normalmente, nacen
dentro de una familia.
Dice otra gran verdad: “Somos unos locos
que fingimos ser racionales, ejemplos de moral y de vida, nos falta una seriedad
existencial, porque desde que nacimos entramos a una locura total para
sobrevivir en este mundillo de nadie y a la vez de todos, supuestamente” (p.
101). En realidad aunque tenemos un cerebro que nos permite ser racionales, no
siempre lo somos, muchas veces
estamos a merced de nuestros miedos, prejuicios, pasiones y supersticiones.
Los revolucionarios y “otras personas que
murieron por alguna causa justa. Los que creían haber realizado algo para
terminar en la nada…” (p. 118).
Ciertamente, tanto justos como injustos terminaremos muriendo.
Agrega Gutiérrez: “(v)ivimos eternamente engañados, argumentando que es realidad
aunque sea pura ilusión al estilo de los idealistas subjetivos; algunos seres
humanos nos hemos ilusionado exageradamente y buscamos algo que perdure para
siempre;…” (p. 121). Si, pues,
aunque la realidad es todo lo que nos rodea, la interpretamos de acuerdo a
nuestras preconcepciones de ella, según lo que hemos aprendido desde niños.
Además escribe que “(e)xisten lugares donde el hombre
puede reflexionar de lo absurdo que es la vida como son los cementerios,
velorios, hospitales, iglesias, el propio domicilio donde nació el hombre que
va a morir, muy pronto, con el promedio de vida que tenemos en el sentido
natural de menos de sesenta años de edad, y los goces se terminan para pensar
en el tiempo perdido que dejamos atrás” (p. 122). Ante la enfermedad o la muerte, recién podemos ser conscientes de los
preciosos, invaluables e irrepetibles momentos no aprovechados.
Sigue esa idea al
afirmar “…no debemos desaprovechar el placer de la existencia de la vida que
nos depara este mundo” (p. 124). Placer único mientras se viva y se sienta en
contraposición al dolor y sufrimiento que también forman parte del vivir.
Concordamos también
con este autor cuando afirma que “(l)as limitaciones económicas solo crean
barreras ideales, pues para vivir bien no se necesita dinero solo una buena
predisposición de que la vida es una y es tal y como la sentimos…” (ídem). Pero
claro, vivimos dentro del marco de una civilización dineraria donde casi todo
se vende y compra, y sin plata no hay comida, ropa, medicamentos y vivienda,
por hablar de lo más básico.
Y añade: “…el hombre,
lamentablemente no sabe para qué está viviendo o vino a este mundo, para
autodestruirse con sus lamentaciones y decisiones absurdas de que la vida tiene
sentido” (p. 125). Por supuesto, mientras vivamos son inevitables el dolor y el
sufrimiento y no existe EL sentido de la vida. Sin embargo, Gutiérrez afirma:
“Estamos inmersos dentro de la vida infeliz por desear algo mejor, siempre
queda algo por hacer en este mundo del absurdo vivir; alguien busca vivir por
los hijos, por los padres, por sí mismos; finalmente otros sabotean nuestra
existencia a modo y medida de nuestra posibilidad, en relación con la
naturaleza”. Y, evidentemente nuestro autor encontró su sentido de vivir en su
hijo, que se llama Edgar como él, cuya foto de bebé adorna la carátula de su
libro.
Lima, 13 de noviembre
del 2018 - 22 de marzo del 2019.
Referencias
Chávez, Moisés. s/f. Filosofía de la vida. Lima: Editoriales
Unidas.
Flores Quelopana, Gustavo. 2012. Vida sin sentido y olvido de Dios. Lima:
IIPCIAL.
Korfiatis, Stergios. 2007. Solo sé que nada somos. Lima: Editorial
Gutemberg.
Mackay, Juan A. 1978. El
sentido de la vida y otros ensayos.
Lima: Ediciones Sanadresinas, 3ra. edición.
Obando,
Octavio. “Ética
y sentido de la vida” en Paz y Miño, M.A. (ed.), 2000.
Paz y Miño, Manuel Abraham. 1999.
Ethos: ¡Vivamos mejor! Una introducción a
los problemas de la vida. Lima: Ediciones RPFA.
Paz y Miño, M.A. (ed.), Carmen Zavala, Frederick Edwords, Octavio Obando, y Paul Kurtz. 2000. Eupraxophia. Revista Humanista Secular. El sentido la vida. Lima, Año 1, nro. 2, Junio.
Peña Benito, Angel. 2006. Vale la pena vivir. Lima: s/i.
Polo Santillán, Miguel. 2011. Indagaciones sobre el sentido de la vida.
Lima: Fondo Editorial de la UIGV.
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