viernes, 24 de octubre de 2025

GEOPOLÍTICA Y FILOSOFÍA: LA CRISIS DE LA HEGEMONÍA FILOSÓFICA OCCIDENTAL

GEOPOLITICS AND PHILOSOPHY: THE CRISIS OF WESTERN PHILOSOPHICAL HEGEMONY

Daniel Loayza Herrera

Licenciado en Historia, Universidad Nacional Federico Villarreal; Licenciado en Educación, especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales, Universidad César Vallejo; Magister en Educación, Universidad César Vallejo; y Docente, Universidad Privada San Juan Bautista.

Correo-e: danivan98@gmail.com

 

Resumen

El presente artículo explora la manera en que la emergencia de nuevas potencias globales no occidentales impactará en la hegemonía global de la filosofía occidental, iniciada en el siglo XVI. Para ello, parte de la premisa de que la influencia hegemónica de la filosofía occidental fue consecuencia de la dominación y el poder europeo, primero, y norteamericano después, en las esferas económica, política y militar. Así, al debilitarse los poderes occidentales y encontrarse en un franco proceso de declive, también lo harán los valores y la filosofía occidentales, dando paso a un multilateralismo filosófico.

Palabras clave: crisis, filosofía, geopolítica, hegemonía.

Abstract

This article explores how the emergence of new non-Western global powers will impact the global hegemony of Western philosophy, which began in the 16th century. It starts from the premise that the hegemonic influence of Western philosophy was a consequence of European—and later North American—domination and power in the economic, political, and military spheres. Thus, as Western powers weaken and enter a clear process of decline, Western values and Western philosophy will also decline, giving way to a philosophical multilateralism.

Keywords: crisis, philosophy, geopolitics, hegemony.

 

Introducción

La filosofía occidental, sin duda alguna, ha sido la expresión filosófica predominante en el mundo desde el siglo XVI. Esto coincide con la emergencia de Europa como centro del poder global. Por primera vez, pueblos de diversas partes del mundo y tradiciones pasaron a formar parte de un mundo unitario bajo la hegemonía de Occidente. Esta unidad se construyó a partir de la acción descubridora, conquistadora y colonizadora de Occidente. Europa, de esta manera, pasó a ser el centro del mundo recién creado y, junto con ello, la medida de la cultura, la civilización y el pensamiento (Cartagena, 2024).

La filosofía occidental es el conjunto de tradiciones filosóficas que tienen su origen en la Antigua Grecia y que se han desarrollado en Europa. Tiene como característica la búsqueda del conocimiento a través del uso de la razón, fundamentada en conceptos como razón, verdad, libertad, individuo, universalidad y progreso, los cuales han influido en la construcción del pensamiento dominante en el mundo moderno. A partir del Renacimiento, el curso de la filosofía occidental ha estado ligado a la expansión colonialista europea, primero, y norteamericana después, consolidándose como el paradigma cultural e intelectual dominante a nivel global.

En el proceso de legitimación del dominio europeo sobre el resto de los pueblos de la Tierra, la desvalorización de las culturas no occidentales —su asociación con expresiones “incivilizadas” o “arcaicas”— fue la nota característica. Un ejemplo de desvalorización lo encontramos en la consideración de “bárbaras” e “incivilizadas” a las culturas de la América precolombina, encontradas por los europeos a su llegada al nuevo continente. La filosofía europea se presentó como la única expresión intelectual válida, relegando otras formas de pensamiento a un segundo plano por desconocerles su valor (Mignolo, 2007).

El orden económico, social, político y cultural del Occidente europeo era visto como el más elevado, como el modelo que los demás pueblos del mundo debían perseguir. Dicho orden se sustentaba intelectualmente —y acaso también se justificaba— en su filosofía. En suma, la filosofía europea pasó a ser vista como la más alta expresión intelectual del paradigma del mundo civilizado.

Tal fue el monopolio de poder que detentaba Europa como espacio de supremacía económica y cultural, que su visión filosófica del mundo fue considerada no solo como la única existente, sino además como la única posible. Fue a partir del Renacimiento que empezó a consolidarse la idea de que todos aquellos sistemas de pensamiento no producidos en Europa carecían de las elevadas características de la filosofía. Tal fue el caso del pensamiento hindú, el cual era visto como “misticismo”; el confucianismo y el taoísmo, que se consideraban sistemas morales, no filosóficos; y el pensamiento indígena americano y africano, caracterizado simplemente como folklore.

Esta idea forjó la percepción de la incapacidad de las regiones no occidentales. A partir de ello, las regiones no europeas del mundo no solo no podían alcanzar el progreso y el desarrollo por una vía distinta a la seguida por Europa, sino que tampoco podían imaginar una sociedad que no fuera tributaria de algún modelo europeo.

Los siglos XVII y XVIII consolidaron el dominio occidental sobre el resto de los pueblos del mundo. La Revolución Industrial agregó a la supremacía cultural, política y económica europeas, la supremacía militar. El poderío y la hegemonía europeas parecían legitimar y corroborar que la visión europea del mundo era la correcta.

Tal fue la confianza europea en su supremacía cultural y filosófica, que Hegel construyó una idea de la Historia Universal según la cual las grandes civilizaciones de Asia y África no eran más que antecedentes de la realización plena del Espíritu objetivo en Europa (Dussel, 1992). Esta perspectiva filosófica consolidó la idea de que las regiones no europeas del mundo no podrían alcanzar el progreso sin seguir el camino de Europa. Ello se expresó, por ejemplo, en la visión lineal del desarrollo económico de Rostow, imperante en el siglo XX, según la cual todas las naciones debían seguir el camino de Europa. En el campo de la antropología del siglo XIX, la idea del desarrollo lineal de la cultura, propuesta por Morgan, va en la misma línea. El caso de la visión materialista de la historia, propuesta por Marx y Engels —al plantear una sucesión de modos de producción hasta alcanzar el capitalismo—, se desarrolla también bajo la influencia hegeliana.

Los siglos XIX y XX no hicieron sino acrecentar las distancias entre las naciones, consolidando con ello a la filosofía europea como la dominante. Fue tal el dominio de la filosofía occidental, que prácticamente no es posible pensar en términos filosóficos sin tomar como punto de partida los aportes y contribuciones de pensadores europeos.

Las nuevas naciones, independizadas de la dominación política de las potencias europeas, se mostraban dependientes de su influjo intelectual. El pensamiento político y económico, plasmado en las constituciones de los nuevos países, en la mayoría de los casos no hizo sino reflejar que seguían viéndose a sí mismas a través de las tradiciones filosóficas occidentales. Ello se reflejó en la forma en que estructuraron sus sociedades. En el fondo, la razón de ello radicaba en que las nuevas naciones independientes ansiaban alcanzar el poder económico y político de las naciones europeas. En suma, sobrevivían las relaciones coloniales de poder (Quijano, 2000).

No debemos perder de vista que la supremacía de la filosofía europea se sustenta, en última instancia, en la supremacía cultural que el mundo occidental europeo ha tenido sobre los demás pueblos de Asia, África y América, y que dicha supremacía tiene su base en la hegemonía económica, social, política y militar de Occidente sobre el resto del mundo.

Sin embargo, el siglo XXI nos sorprende con un proceso distinto, que se aparta notablemente de aquel iniciado en el siglo XVI y que encumbró a los pueblos occidentales: la emergencia de los pueblos asiáticos al primer plano del poder económico, tecnológico, político y militar, así como su creciente influencia cultural.

Aspectos teóricos

A lo largo de la historia, el poder económico, político y militar de Occidente ha estado ligado a su influencia y hegemonía en el plano cultural y filosófico. El dominio que tuvo Occidente sobre amplias regiones del planeta permitió la difusión de las ideas propias de su tradición filosófica, alcanzando así la hegemonía como forma predominante de entender el mundo. Sin embargo, en las últimas décadas, el progresivo declive geopolítico occidental ha traído como consecuencia la paulatina pérdida de hegemonía de la filosofía occidental en el contexto global.

Immanuel Wallerstein (2004) plantea que existe una relación muy estrecha entre la jerarquía que los países detentan en el concierto mundial y su influencia cultural y filosófica: “Los centros de poder económico y político determinan en gran medida qué discursos y tradiciones culturales se consideran legítimos o dominantes” (p. 56). Occidente está perdiendo su condición de centro del sistema-mundo a nivel económico y político; junto con ello, ve reducirse su capacidad para imponer su marco filosófico, lo que abre espacio para el surgimiento de otras tradiciones de pensamiento y epistemologías.

Edward Said (1993), por su parte, hace hincapié en que la hegemonía cultural de Occidente ha respondido a su poder imperial. En Cultura e imperialismo, señala que “la hegemonía cultural no puede separarse del poder imperial y militar que la sostiene” (p. 45). En este sentido, un debilitamiento de su influencia económica, política y militar supone, de igual modo, una pérdida de su capacidad para proyectar su filosofía como universalmente válida.

Charles Taylor ha destacado que la emergencia de un mundo multipolar ha producido un cuestionamiento de la modernidad occidental: “El orden mundial que permitió la expansión del proyecto moderno occidental ya no es el marco global dominante, lo que lleva a una pluralización de las perspectivas filosóficas y culturales” (Taylor, 2007, p. 32).

El filósofo Jürgen Habermas ha identificado la relación directa entre la pérdida del poder hegemónico occidental y la crisis de la modernidad, la cual conduce a una crisis cultural que impone la necesidad del diálogo intercultural: “La crisis de la modernidad occidental es inseparable de la disminución de su poder político y económico, lo que demanda una reconfiguración pluralista del discurso filosófico global” (Habermas, 2010, p. 78).

El progresivo debilitamiento geopolítico de Occidente tiene un impacto directo en la hegemonía global de su filosofía, dado que la influencia cultural se sustenta en el poder económico, político y militar que Occidente ha sido capaz de proyectar sobre el resto del mundo. El resultado de ello es el creciente cuestionamiento de la hegemonía filosófica occidental.

El nuevo “centro de poder” asiático y su influencia global

La supremacía económica occidental se está erosionando a gran velocidad frente al imparable avance de las diversas economías asiáticas. China es actualmente la segunda economía del mundo, con un PIB nominal de $19.23 billones, y se proyecta que la India se convierta en la tercera economía global para 2030, impulsada por un crecimiento anual del 6.7 % (Forbes India, 2025; S&P Global, 2024).

Corea del Sur ya aventaja a la mayor parte de las naciones europeas en capacidad industrial y en los ámbitos científico y tecnológico. La mayor contribución al PIB mundial se genera en Asia. De acuerdo con datos recientes, Asia es el continente que más contribuye al Producto Interno Bruto (PIB) global, aportando aproximadamente el 46.6 % en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA), superando a otras regiones como Europa y América del Norte (International Monetary Fund [IMF], 2025). Además, se proyecta que esta participación aumente en los próximos años. Según las tendencias en el crecimiento mundial, la distancia entre Asia, Europa y Estados Unidos aumentará en favor de la primera. Así, se espera que, entre 2019 y 2030, el PIB de Asia represente alrededor del 58 % del PIB mundial (World Economics, 2025).

La mayor parte del comercio mundial se realiza en Asia. Según la Organización Mundial del Comercio (OMC), Asia y el Pacífico representaron en 2024 el 38.9 % de las exportaciones globales y el 36.7 % de las importaciones globales, consolidándose como la región con la mayor participación en el comercio internacional (United Nations, 2024). De igual forma, Asia representó la región responsable de casi el 60 % del crecimiento económico global en 2024, impulsado en gran parte por su liderazgo en el comercio internacional (International Monetary Fund, 2025, 24 de abril).

La mayor infraestructura crítica para el desarrollo se ha construido en Asia. Los niveles más altos, por países, en los rankings educativos de calidad se alcanzan en Asia. Los países asiáticos han demostrado un liderazgo destacado en las evaluaciones del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) de la OCDE, destacando Singapur, Macao (China), Taiwán, Japón y Corea del Sur (OECD, 2023).

La mayor cantidad de patentes se produce en Asia. La mayoría de los adelantos científicos y tecnológicos se realiza en Asia. La mayor inversión en el resto del mundo se efectúa con capitales asiáticos. Según las proyecciones para 2030, China concentrará el 45 % de la industria manufacturera mundial, mientras que Estados Unidos descenderá al 11 % (Visual Capitalist, 2024; Information Technology & Innovation Foundation, 2025).

Actualmente, la globalización económica es impulsada por China y otras naciones asiáticas, frente a unos Estados Unidos cada vez más proteccionistas, en su intento por impedir su acelerada desindustrialización. China y sus socios de los BRICS intentan, a paso firme, ocupar los espacios que Estados Unidos abandona progresivamente.

Es evidente que la supremacía económica estadounidense ha sido desafiada de tal modo que el gobierno de Donald Trump intenta revertir tendencias que, a estas alturas, parecen irreversibles, dado que el nivel de competitividad de varios países asiáticos es sencillamente inalcanzable para Estados Unidos. La situación en Europa es mucho más frágil aún. A diferencia de Estados Unidos, que cuenta con muchas empresas que desarrollan las tecnologías más punteras del mundo, los europeos han perdido el paso. Su nivel de competitividad ha caído frente a EE. UU., así como en los ámbitos científico y tecnológico. Un caso paradigmático es Alemania, la primera potencia industrial de Europa, cuya industria automotriz ya ha perdido terreno en la carrera por los autos eléctricos y se encuentra muy retrasada en el proceso de digitalización de su economía.

Es preciso advertir que las nuevas potencias asiáticas se yerguen hoy sobre modelos económicos y políticos que distan de las tradiciones europeas, así como de sus posturas filosóficas. Todo ello abre un escenario nuevo para el mundo: la posibilidad de imaginar un orden social, una prosperidad y un poder a nivel económico, político, científico y tecnológico que no estén fundamentados en el modelo europeo.

Este es un hecho inédito en la historia mundial. El mundo, como pretensión de unidad, nació en el siglo XV con la llegada de Colón a América y se plasmó en el siglo XVI. Desde que apareció lo que conocemos como "mundo", este fue visto bajo los lentes europeos. La hegemonía de Occidente fue de tal naturaleza que no era posible imaginar la prosperidad y el desarrollo sin partir de la visión y los valores europeos, es decir, sin la filosofía europea. Sin embargo, las nuevas potencias asiáticas no solo han desafiado el poder económico, político y militar occidental, sino también los valores y la visión social de Occidente, mostrándolos como vetustos e inaplicables a todos los contextos.

China viene impulsando su proyecto de la Franja y la Ruta de la Seda como una estrategia de posicionamiento en el control de las cadenas de suministro a nivel mundial, en el marco de lo que denominan relaciones sur-sur, caracterizadas por lo que presentan como desarrollo compartido y mutuamente beneficioso, sin imperialismo. Este esfuerzo de la diplomacia económica de Beijing viene acompañado de un discurso consistente en que los modelos occidentales basados en la liberalización de la economía y la democracia liberal no se adaptan a la realidad de los países del sur global (Lee, C. K., 2020).

China, actualmente, le ofrece al mundo una globalización en la que impere el multilateralismo y el beneficio compartido, dentro de un marco de tolerancia y no intervención en la política interna de cada país (Reuters, 2025). Esta estrategia ha fortalecido su posición con países del llamado sur global, como es el caso de Brasil, que consolida sus alianzas con China en diversos sectores (The Guardian, 2025).

Dicha visión dista mucho de la norteamericana, caracterizada por exigencias políticas y de régimen hacia diversos países, lo que hace ver a China como un país mucho más “amigable”. China se presenta como una nueva potencia que se aleja del pasado colonial que aún recuerdan muchas naciones, especialmente africanas, y que las hace desconfiar de los europeos y norteamericanos. China no es vista como un país interesado en imponer su modelo político e ideológico al resto del mundo.

La filosofía occidental frente a las otras filosofías

Las potencias asiáticas emergentes han demostrado que es posible alcanzar altos niveles de desarrollo sin adherirse a los valores europeos. China, por ejemplo, ha logrado avances significativos manteniendo una visión propia del orden social y económico (Global Times, 2025). Dicha visión se fundamenta en la filosofía confuciana, caracterizada por la idea del orden y de la sumisión de los intereses individuales a los sociales, del individuo frente al Estado.

Esto significa que, mientras Occidente nos ha repetido una y otra vez que solo ellos han hecho filosofía y ha intentado imponernos su eurocentrismo, las nuevas potencias asiáticas han escogido, hasta el momento, la estrategia de mostrarnos que el nivel de desarrollo que han alcanzado lo han logrado sin atenerse a la filosofía y los valores europeos; es decir, nos demuestran con hechos que la pretendida hegemonía unicentrista europea está equivocada, y que otros caminos son posibles. Un ejemplo de ello es el confucianismo, una concepción del orden social y político que no comparte los valores de la economía ni de la democracia liberal. Esta filosofía se enlaza y articula adecuadamente con el pensamiento comunista del Partido Comunista Chino, y puede representar una alternativa para los países del Sur global (Modern Diplomacy, 2025).

Esto demuestra que otras formas de entender y estructurar el mundo son posibles. En pocas palabras, que las filosofías europeas no son las únicas ni las universalmente válidas. Es preciso mencionar que el confucianismo impulsado por el gobierno chino no busca oponerse a todas las escuelas y expresiones de la filosofía occidental, sino a aquellas que sustentan directamente la economía liberal y el liberalismo político. Es decir, la idea del individuo como parte de la sociedad y la supremacía de la sociedad y el Estado sobre el individuo, propia del confucianismo, se opone no a toda la filosofía occidental, sino a su concepción individualista, expresada en la economía liberal y la democracia liberal. Esto es parte del soft power chino, aún en construcción, y responde a los objetivos políticos de China en el nuevo escenario global. En otras palabras, la filosofía es un espacio más en la disputa geopolítica por el poder mundial.

Esto constituye la aparición de un nuevo poder blando no europeo, que empieza a cuestionar los valores y las formas de ver el mundo promovidas por Occidente (Brand Finance, 2025). Así, frente a la idea occidental del progreso, basada en la individualidad y en una economía sin planificación central, se opone la visión asiática del sometimiento del individuo a la sociedad y de la economía a una planificación estatal centralizada.

Los valores confucianos, herederos de un ancestral despotismo asiático, están triunfando en modelos de desarrollo que alcanzan los más altos niveles de progreso material y eficiencia, con los que Occidente no puede competir. La idea de armonía social y el papel central del Estado son responsables del éxito de los modelos de desarrollo de China, Corea del Sur y Japón. Estos valores contribuyen al progreso material y la eficiencia, desafiando la idea de que la individualidad y el libre mercado son las únicas vías hacia el desarrollo (Hon, 2017).

El nuevo escenario abre un abanico de posibilidades para la filosofía: el fin del monopolio filosófico occidental y el surgimiento de múltiples filosofías que se reclaman válidas para cada contexto socioeconómico y cultural, con el consiguiente replanteamiento de la economía, la política, la sociedad y la cultura.

Este proceso no debe entenderse como el fin de la filosofía occidental, sino como el fin del eurocentrismo filosófico occidental. Occidente deja de ser el faro que ilumina el camino que el resto de los pueblos del mundo deben seguir, al mostrarse ineficaz para superar los retos de naciones mucho más dinámicas en la lucha por el predominio mundial.

La individualidad como valor supremo de la cultura occidental y su oposición al poder estatal no han perdido valor; lo que han perdido es su valor universal. Muchos pueblos que han asignado al individuo un lugar subordinado frente a los objetivos sociales y al Estado han logrado niveles de prosperidad que superan o rivalizan con los de las naciones occidentales. Por tal razón, no hay ningún motivo para desconfiar de ellos.

Esto se expresa en el planteamiento de filósofos chinos neoconfucianos como Tu Weiming y Chen Lai, quienes enfatizan que el confucianismo es mucho más que un conjunto de reglas rígidas o normas de conducta. Se centran en su enfoque dinámico, que aporta desde la idea de la armonía del ser en el mundo y en la sociedad, en la existencia de una individualidad relacional con la colectividad, y en las implicancias éticas que esto supone para enfrentar problemas globales como el desastre ambiental o la necesidad de responsabilidad social derivada del cultivo de una ética de la virtud. Ambos filósofos destacan que el confucianismo puede responder a los retos y problemas de la modernidad (Berthrong, J. B., 2008; Chen, L., 2020).

Cabe señalar que la promoción de la filosofía china forma parte de la diplomacia cultural impulsada por el gobierno chino como medio para construir su soft power o poder blando. Con ese objetivo, han impulsado la creación de Institutos Confucio en todo el mundo, donde no solo se difunde el idioma chino, sino también su filosofía, mostrando a China como un país pacífico y amigable (Paradise, J. F., 2009).

Pensadores indios como Gayatri Spivak y Homi Bhabha, partiendo de tradiciones filosóficas occidentales, han realizado una crítica profunda a la dominación occidental, especialmente sobre los grupos oprimidos del Sur global, caracterizándose por su rechazo al discurso hegemónico (Spivak, G. C., 1988; Bhabha, H. K., 1994).

Aquellos pueblos que aún no han encontrado su camino —como la mayoría de los pueblos latinoamericanos y africanos— pueden ver en la experiencia asiática una fuente de inspiración y confianza para atreverse a cuestionar los modelos occidentales y ensayar nuevas respuestas para sus antiguos problemas.

Conclusión

La emergencia de nuevos poderes de origen no occidental y con alcance global plantea un desafío a la hegemonía universal de la filosofía occidental. Este desafío se manifiesta en la crítica y el rechazo tanto de la economía como de la democracia liberal, las cuales expresan la idea de individualidad propia de dicha tradición filosófica. Un ejemplo relevante de este fenómeno es China, cuya proyección de poder blando a nivel mundial impulsa una visión alternativa basada en el confucianismo.

Si bien es cierto que la hegemonía unicéntrica de la filosofía occidental ha sido cuestionada desde diversas regiones del mundo, es particularmente China la que, gracias a su creciente influencia cultural, se ha opuesto de manera consistente a los valores individualistas promovidos por Occidente.

En la medida en que estos nuevos modelos económicos, sociales y políticos logren abrirse paso y demuestren eficacia para enfrentar los desafíos del presente, también lo harán los valores y la cosmovisión que los sustentan, debilitando así la hegemonía unicéntrica del individualismo, predominante en la filosofía occidental desde el siglo XVI hasta los albores del siglo XXI.

La individualidad, concebida como valor supremo de la filosofía occidental frente a la sociedad y el Estado, tenderá entonces a convivir con enfoques que promueven la subordinación del individuo al orden social y estatal, como los representados por la tradición confuciana.

 

Fuentes de información

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