GEOPOLITICS AND PHILOSOPHY: THE CRISIS OF WESTERN PHILOSOPHICAL HEGEMONY
Daniel
Loayza Herrera
Licenciado
en Historia, Universidad Nacional Federico Villarreal; Licenciado en Educación,
especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales, Universidad César Vallejo;
Magister en Educación, Universidad César Vallejo; y Docente, Universidad
Privada San Juan Bautista.
Correo-e:
danivan98@gmail.com
Resumen
El
presente artículo explora la manera en que la emergencia de nuevas potencias
globales no occidentales impactará en la hegemonía global de la filosofía
occidental, iniciada en el siglo XVI. Para ello, parte de la premisa de que la
influencia hegemónica de la filosofía occidental fue consecuencia de la
dominación y el poder europeo, primero, y norteamericano después, en las
esferas económica, política y militar. Así, al debilitarse los poderes
occidentales y encontrarse en un franco proceso de declive, también lo harán
los valores y la filosofía occidentales, dando paso a un multilateralismo
filosófico.
Palabras
clave:
crisis, filosofía, geopolítica, hegemonía.
Abstract
This article explores how the emergence of new
non-Western global powers will impact the global hegemony of Western
philosophy, which began in the 16th century. It starts from the premise that
the hegemonic influence of Western philosophy was a consequence of European—and
later North American—domination and power in the economic, political, and
military spheres. Thus, as Western powers weaken and enter a clear process of
decline, Western values and Western philosophy will also decline, giving way to
a philosophical multilateralism.
Keywords: crisis, philosophy, geopolitics,
hegemony.
Introducción
La
filosofía occidental, sin duda alguna, ha sido la expresión filosófica
predominante en el mundo desde el siglo XVI. Esto coincide con la emergencia de
Europa como centro del poder global. Por primera vez, pueblos de diversas
partes del mundo y tradiciones pasaron a formar parte de un mundo unitario bajo
la hegemonía de Occidente. Esta unidad se construyó a partir de la acción
descubridora, conquistadora y colonizadora de Occidente. Europa, de esta
manera, pasó a ser el centro del mundo recién creado y, junto con ello, la
medida de la cultura, la civilización y el pensamiento (Cartagena, 2024).
La
filosofía occidental es el conjunto de tradiciones filosóficas que tienen su
origen en la Antigua Grecia y que se han desarrollado en Europa. Tiene como
característica la búsqueda del conocimiento a través del uso de la razón,
fundamentada en conceptos como razón, verdad, libertad, individuo,
universalidad y progreso, los cuales han influido en la construcción del
pensamiento dominante en el mundo moderno. A partir del Renacimiento, el curso
de la filosofía occidental ha estado ligado a la expansión colonialista
europea, primero, y norteamericana después, consolidándose como el paradigma
cultural e intelectual dominante a nivel global.
En
el proceso de legitimación del dominio europeo sobre el resto de los pueblos de
la Tierra, la desvalorización de las culturas no occidentales —su asociación
con expresiones “incivilizadas” o “arcaicas”— fue la nota característica. Un
ejemplo de desvalorización lo encontramos en la consideración de “bárbaras” e
“incivilizadas” a las culturas de la América precolombina, encontradas por los
europeos a su llegada al nuevo continente. La filosofía europea se presentó
como la única expresión intelectual válida, relegando otras formas de
pensamiento a un segundo plano por desconocerles su valor (Mignolo, 2007).
El
orden económico, social, político y cultural del Occidente europeo era visto
como el más elevado, como el modelo que los demás pueblos del mundo debían
perseguir. Dicho orden se sustentaba intelectualmente —y acaso también se
justificaba— en su filosofía. En suma, la filosofía europea pasó a ser vista
como la más alta expresión intelectual del paradigma del mundo civilizado.
Tal
fue el monopolio de poder que detentaba Europa como espacio de supremacía
económica y cultural, que su visión filosófica del mundo fue considerada no
solo como la única existente, sino además como la única posible. Fue a partir
del Renacimiento que empezó a consolidarse la idea de que todos aquellos
sistemas de pensamiento no producidos en Europa carecían de las elevadas
características de la filosofía. Tal fue el caso del pensamiento hindú, el cual
era visto como “misticismo”; el confucianismo y el taoísmo, que se consideraban
sistemas morales, no filosóficos; y el pensamiento indígena americano y
africano, caracterizado simplemente como folklore.
Esta
idea forjó la percepción de la incapacidad de las regiones no occidentales. A
partir de ello, las regiones no europeas del mundo no solo no podían alcanzar
el progreso y el desarrollo por una vía distinta a la seguida por Europa, sino
que tampoco podían imaginar una sociedad que no fuera tributaria de algún
modelo europeo.
Los
siglos XVII y XVIII consolidaron el dominio occidental sobre el resto de los
pueblos del mundo. La Revolución Industrial agregó a la supremacía cultural,
política y económica europeas, la supremacía militar. El poderío y la hegemonía
europeas parecían legitimar y corroborar que la visión europea del mundo era la
correcta.
Tal
fue la confianza europea en su supremacía cultural y filosófica, que Hegel
construyó una idea de la Historia Universal según la cual las grandes
civilizaciones de Asia y África no eran más que antecedentes de la realización
plena del Espíritu objetivo en Europa (Dussel, 1992). Esta perspectiva filosófica
consolidó la idea de que las regiones no europeas del mundo no podrían alcanzar
el progreso sin seguir el camino de Europa. Ello se expresó, por ejemplo, en la
visión lineal del desarrollo económico de Rostow, imperante en el siglo XX,
según la cual todas las naciones debían seguir el camino de Europa. En el campo
de la antropología del siglo XIX, la idea del desarrollo lineal de la cultura,
propuesta por Morgan, va en la misma línea. El caso de la visión materialista
de la historia, propuesta por Marx y Engels —al plantear una sucesión de modos
de producción hasta alcanzar el capitalismo—, se desarrolla también bajo la
influencia hegeliana.
Los
siglos XIX y XX no hicieron sino acrecentar las distancias entre las naciones,
consolidando con ello a la filosofía europea como la dominante. Fue tal el
dominio de la filosofía occidental, que prácticamente no es posible pensar en
términos filosóficos sin tomar como punto de partida los aportes y
contribuciones de pensadores europeos.
Las
nuevas naciones, independizadas de la dominación política de las potencias
europeas, se mostraban dependientes de su influjo intelectual. El pensamiento
político y económico, plasmado en las constituciones de los nuevos países, en
la mayoría de los casos no hizo sino reflejar que seguían viéndose a sí mismas
a través de las tradiciones filosóficas occidentales. Ello se reflejó en la
forma en que estructuraron sus sociedades. En el fondo, la razón de ello
radicaba en que las nuevas naciones independientes ansiaban alcanzar el poder económico
y político de las naciones europeas. En suma, sobrevivían las relaciones
coloniales de poder (Quijano, 2000).
No
debemos perder de vista que la supremacía de la filosofía europea se sustenta,
en última instancia, en la supremacía cultural que el mundo occidental europeo
ha tenido sobre los demás pueblos de Asia, África y América, y que dicha
supremacía tiene su base en la hegemonía económica, social, política y militar
de Occidente sobre el resto del mundo.
Sin
embargo, el siglo XXI nos sorprende con un proceso distinto, que se aparta
notablemente de aquel iniciado en el siglo XVI y que encumbró a los pueblos
occidentales: la emergencia de los pueblos asiáticos al primer plano del poder
económico, tecnológico, político y militar, así como su creciente influencia
cultural.
Aspectos teóricos
A
lo largo de la historia, el poder económico, político y militar de Occidente ha
estado ligado a su influencia y hegemonía en el plano cultural y filosófico. El
dominio que tuvo Occidente sobre amplias regiones del planeta permitió la
difusión de las ideas propias de su tradición filosófica, alcanzando así la
hegemonía como forma predominante de entender el mundo. Sin embargo, en las
últimas décadas, el progresivo declive geopolítico occidental ha traído como consecuencia
la paulatina pérdida de hegemonía de la filosofía occidental en el contexto
global.
Immanuel
Wallerstein (2004) plantea que existe una relación muy estrecha entre la
jerarquía que los países detentan en el concierto mundial y su influencia
cultural y filosófica: “Los centros de poder económico y político determinan en
gran medida qué discursos y tradiciones culturales se consideran legítimos o
dominantes” (p. 56). Occidente está perdiendo su condición de centro del
sistema-mundo a nivel económico y político; junto con ello, ve reducirse su
capacidad para imponer su marco filosófico, lo que abre espacio para el
surgimiento de otras tradiciones de pensamiento y epistemologías.
Edward
Said (1993), por su parte, hace hincapié en que la hegemonía cultural de
Occidente ha respondido a su poder imperial. En Cultura e imperialismo,
señala que “la hegemonía cultural no puede separarse del poder imperial y
militar que la sostiene” (p. 45). En este sentido, un debilitamiento de su
influencia económica, política y militar supone, de igual modo, una pérdida de
su capacidad para proyectar su filosofía como universalmente válida.
Charles
Taylor ha destacado que la emergencia de un mundo multipolar ha producido un
cuestionamiento de la modernidad occidental: “El orden mundial que permitió la
expansión del proyecto moderno occidental ya no es el marco global dominante,
lo que lleva a una pluralización de las perspectivas filosóficas y culturales”
(Taylor, 2007, p. 32).
El
filósofo Jürgen Habermas ha identificado la relación directa entre la pérdida
del poder hegemónico occidental y la crisis de la modernidad, la cual conduce a
una crisis cultural que impone la necesidad del diálogo intercultural: “La
crisis de la modernidad occidental es inseparable de la disminución de su poder
político y económico, lo que demanda una reconfiguración pluralista del
discurso filosófico global” (Habermas, 2010, p. 78).
El
progresivo debilitamiento geopolítico de Occidente tiene un impacto directo en
la hegemonía global de su filosofía, dado que la influencia cultural se
sustenta en el poder económico, político y militar que Occidente ha sido capaz
de proyectar sobre el resto del mundo. El resultado de ello es el creciente
cuestionamiento de la hegemonía filosófica occidental.
El nuevo “centro de
poder” asiático y su influencia global
La
supremacía económica occidental se está erosionando a gran velocidad frente al
imparable avance de las diversas economías asiáticas. China es actualmente la
segunda economía del mundo, con un PIB nominal de $19.23 billones, y se
proyecta que la India se convierta en la tercera economía global para 2030,
impulsada por un crecimiento anual del 6.7 % (Forbes India, 2025; S&P
Global, 2024).
Corea
del Sur ya aventaja a la mayor parte de las naciones europeas en capacidad
industrial y en los ámbitos científico y tecnológico. La mayor contribución al
PIB mundial se genera en Asia. De acuerdo con datos recientes, Asia es el
continente que más contribuye al Producto Interno Bruto (PIB) global, aportando
aproximadamente el 46.6 % en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA),
superando a otras regiones como Europa y América del Norte (International
Monetary Fund [IMF], 2025). Además, se proyecta que esta participación aumente
en los próximos años. Según las tendencias en el crecimiento mundial, la
distancia entre Asia, Europa y Estados Unidos aumentará en favor de la primera.
Así, se espera que, entre 2019 y 2030, el PIB de Asia represente alrededor del
58 % del PIB mundial (World Economics, 2025).
La
mayor parte del comercio mundial se realiza en Asia. Según la Organización
Mundial del Comercio (OMC), Asia y el Pacífico representaron en 2024 el 38.9 %
de las exportaciones globales y el 36.7 % de las importaciones globales,
consolidándose como la región con la mayor participación en el comercio
internacional (United Nations, 2024). De igual forma, Asia representó la región
responsable de casi el 60 % del crecimiento económico global en 2024, impulsado
en gran parte por su liderazgo en el comercio internacional (International
Monetary Fund, 2025, 24 de abril).
La
mayor infraestructura crítica para el desarrollo se ha construido en Asia. Los
niveles más altos, por países, en los rankings educativos de calidad se
alcanzan en Asia. Los países asiáticos han demostrado un liderazgo destacado en
las evaluaciones del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos
(PISA) de la OCDE, destacando Singapur, Macao (China), Taiwán, Japón y Corea
del Sur (OECD, 2023).
La
mayor cantidad de patentes se produce en Asia. La mayoría de los adelantos
científicos y tecnológicos se realiza en Asia. La mayor inversión en el resto
del mundo se efectúa con capitales asiáticos. Según las proyecciones para 2030,
China concentrará el 45 % de la industria manufacturera mundial, mientras que
Estados Unidos descenderá al 11 % (Visual Capitalist, 2024; Information
Technology & Innovation Foundation, 2025).
Actualmente,
la globalización económica es impulsada por China y otras naciones asiáticas,
frente a unos Estados Unidos cada vez más proteccionistas, en su intento por
impedir su acelerada desindustrialización. China y sus socios de los BRICS
intentan, a paso firme, ocupar los espacios que Estados Unidos abandona
progresivamente.
Es
evidente que la supremacía económica estadounidense ha sido desafiada de tal
modo que el gobierno de Donald Trump intenta revertir tendencias que, a estas
alturas, parecen irreversibles, dado que el nivel de competitividad de varios
países asiáticos es sencillamente inalcanzable para Estados Unidos. La
situación en Europa es mucho más frágil aún. A diferencia de Estados Unidos,
que cuenta con muchas empresas que desarrollan las tecnologías más punteras del
mundo, los europeos han perdido el paso. Su nivel de competitividad ha caído
frente a EE. UU., así como en los ámbitos científico y tecnológico. Un caso
paradigmático es Alemania, la primera potencia industrial de Europa, cuya
industria automotriz ya ha perdido terreno en la carrera por los autos
eléctricos y se encuentra muy retrasada en el proceso de digitalización de su
economía.
Es
preciso advertir que las nuevas potencias asiáticas se yerguen hoy sobre
modelos económicos y políticos que distan de las tradiciones europeas, así como
de sus posturas filosóficas. Todo ello abre un escenario nuevo para el mundo:
la posibilidad de imaginar un orden social, una prosperidad y un poder a nivel
económico, político, científico y tecnológico que no estén fundamentados en el
modelo europeo.
Este
es un hecho inédito en la historia mundial. El mundo, como pretensión de
unidad, nació en el siglo XV con la llegada de Colón a América y se plasmó en
el siglo XVI. Desde que apareció lo que conocemos como "mundo", este
fue visto bajo los lentes europeos. La hegemonía de Occidente fue de tal
naturaleza que no era posible imaginar la prosperidad y el desarrollo sin
partir de la visión y los valores europeos, es decir, sin la filosofía europea.
Sin embargo, las nuevas potencias asiáticas no solo han desafiado el poder
económico, político y militar occidental, sino también los valores y la visión
social de Occidente, mostrándolos como vetustos e inaplicables a todos los
contextos.
China
viene impulsando su proyecto de la Franja y la Ruta de la Seda como una
estrategia de posicionamiento en el control de las cadenas de suministro a
nivel mundial, en el marco de lo que denominan relaciones sur-sur,
caracterizadas por lo que presentan como desarrollo compartido y mutuamente
beneficioso, sin imperialismo. Este esfuerzo de la diplomacia económica de
Beijing viene acompañado de un discurso consistente en que los modelos
occidentales basados en la liberalización de la economía y la democracia
liberal no se adaptan a la realidad de los países del sur global (Lee, C. K.,
2020).
China,
actualmente, le ofrece al mundo una globalización en la que impere el multilateralismo
y el beneficio compartido, dentro de un marco de tolerancia y no intervención
en la política interna de cada país (Reuters, 2025). Esta estrategia ha
fortalecido su posición con países del llamado sur global, como es el caso de
Brasil, que consolida sus alianzas con China en diversos sectores (The
Guardian, 2025).
Dicha
visión dista mucho de la norteamericana, caracterizada por exigencias políticas
y de régimen hacia diversos países, lo que hace ver a China como un país mucho
más “amigable”. China se presenta como una nueva potencia que se aleja del
pasado colonial que aún recuerdan muchas naciones, especialmente africanas, y
que las hace desconfiar de los europeos y norteamericanos. China no es vista
como un país interesado en imponer su modelo político e ideológico al resto del
mundo.
La filosofía occidental
frente a las otras filosofías
Las
potencias asiáticas emergentes han demostrado que es posible alcanzar altos
niveles de desarrollo sin adherirse a los valores europeos. China, por ejemplo,
ha logrado avances significativos manteniendo una visión propia del orden
social y económico (Global Times, 2025). Dicha visión se fundamenta en la
filosofía confuciana, caracterizada por la idea del orden y de la sumisión de
los intereses individuales a los sociales, del individuo frente al Estado.
Esto
significa que, mientras Occidente nos ha repetido una y otra vez que solo ellos
han hecho filosofía y ha intentado imponernos su eurocentrismo, las nuevas
potencias asiáticas han escogido, hasta el momento, la estrategia de mostrarnos
que el nivel de desarrollo que han alcanzado lo han logrado sin atenerse a la
filosofía y los valores europeos; es decir, nos demuestran con hechos que la
pretendida hegemonía unicentrista europea está equivocada, y que otros caminos
son posibles. Un ejemplo de ello es el confucianismo, una concepción del orden
social y político que no comparte los valores de la economía ni de la
democracia liberal. Esta filosofía se enlaza y articula adecuadamente con el
pensamiento comunista del Partido Comunista Chino, y puede representar una
alternativa para los países del Sur global (Modern Diplomacy, 2025).
Esto
demuestra que otras formas de entender y estructurar el mundo son posibles. En
pocas palabras, que las filosofías europeas no son las únicas ni las
universalmente válidas. Es preciso mencionar que el confucianismo impulsado por
el gobierno chino no busca oponerse a todas las escuelas y expresiones de la
filosofía occidental, sino a aquellas que sustentan directamente la economía liberal
y el liberalismo político. Es decir, la idea del individuo como parte de la
sociedad y la supremacía de la sociedad y el Estado sobre el individuo, propia
del confucianismo, se opone no a toda la filosofía occidental, sino a su
concepción individualista, expresada en la economía liberal y la democracia
liberal. Esto es parte del soft power chino, aún en construcción, y
responde a los objetivos políticos de China en el nuevo escenario global. En
otras palabras, la filosofía es un espacio más en la disputa geopolítica por el
poder mundial.
Esto
constituye la aparición de un nuevo poder blando no europeo, que empieza a
cuestionar los valores y las formas de ver el mundo promovidas por Occidente
(Brand Finance, 2025). Así, frente a la idea occidental del progreso, basada en
la individualidad y en una economía sin planificación central, se opone la
visión asiática del sometimiento del individuo a la sociedad y de la economía a
una planificación estatal centralizada.
Los
valores confucianos, herederos de un ancestral despotismo asiático, están
triunfando en modelos de desarrollo que alcanzan los más altos niveles de
progreso material y eficiencia, con los que Occidente no puede competir. La
idea de armonía social y el papel central del Estado son responsables del éxito
de los modelos de desarrollo de China, Corea del Sur y Japón. Estos valores
contribuyen al progreso material y la eficiencia, desafiando la idea de que la
individualidad y el libre mercado son las únicas vías hacia el desarrollo (Hon,
2017).
El
nuevo escenario abre un abanico de posibilidades para la filosofía: el fin del
monopolio filosófico occidental y el surgimiento de múltiples filosofías que se
reclaman válidas para cada contexto socioeconómico y cultural, con el
consiguiente replanteamiento de la economía, la política, la sociedad y la
cultura.
Este
proceso no debe entenderse como el fin de la filosofía occidental, sino como el
fin del eurocentrismo filosófico occidental. Occidente deja de ser el faro que
ilumina el camino que el resto de los pueblos del mundo deben seguir, al
mostrarse ineficaz para superar los retos de naciones mucho más dinámicas en la
lucha por el predominio mundial.
La
individualidad como valor supremo de la cultura occidental y su oposición al
poder estatal no han perdido valor; lo que han perdido es su valor universal.
Muchos pueblos que han asignado al individuo un lugar subordinado frente a los
objetivos sociales y al Estado han logrado niveles de prosperidad que superan o
rivalizan con los de las naciones occidentales. Por tal razón, no hay ningún
motivo para desconfiar de ellos.
Esto
se expresa en el planteamiento de filósofos chinos neoconfucianos como Tu
Weiming y Chen Lai, quienes enfatizan que el confucianismo es mucho más que un
conjunto de reglas rígidas o normas de conducta. Se centran en su enfoque
dinámico, que aporta desde la idea de la armonía del ser en el mundo y en la
sociedad, en la existencia de una individualidad relacional con la
colectividad, y en las implicancias éticas que esto supone para enfrentar
problemas globales como el desastre ambiental o la necesidad de responsabilidad
social derivada del cultivo de una ética de la virtud. Ambos filósofos destacan
que el confucianismo puede responder a los retos y problemas de la modernidad
(Berthrong, J. B., 2008; Chen, L., 2020).
Cabe
señalar que la promoción de la filosofía china forma parte de la diplomacia
cultural impulsada por el gobierno chino como medio para construir su soft
power o poder blando. Con ese objetivo, han impulsado la creación de
Institutos Confucio en todo el mundo, donde no solo se difunde el idioma chino,
sino también su filosofía, mostrando a China como un país pacífico y amigable
(Paradise, J. F., 2009).
Pensadores
indios como Gayatri Spivak y Homi Bhabha, partiendo de tradiciones filosóficas
occidentales, han realizado una crítica profunda a la dominación occidental,
especialmente sobre los grupos oprimidos del Sur global, caracterizándose por
su rechazo al discurso hegemónico (Spivak, G. C., 1988; Bhabha, H. K., 1994).
Aquellos
pueblos que aún no han encontrado su camino —como la mayoría de los pueblos
latinoamericanos y africanos— pueden ver en la experiencia asiática una fuente
de inspiración y confianza para atreverse a cuestionar los modelos occidentales
y ensayar nuevas respuestas para sus antiguos problemas.
Conclusión
La
emergencia de nuevos poderes de origen no occidental y con alcance global
plantea un desafío a la hegemonía universal de la filosofía occidental. Este
desafío se manifiesta en la crítica y el rechazo tanto de la economía como de
la democracia liberal, las cuales expresan la idea de individualidad propia de
dicha tradición filosófica. Un ejemplo relevante de este fenómeno es China,
cuya proyección de poder blando a nivel mundial impulsa una visión alternativa
basada en el confucianismo.
Si
bien es cierto que la hegemonía unicéntrica de la filosofía occidental ha sido
cuestionada desde diversas regiones del mundo, es particularmente China la que,
gracias a su creciente influencia cultural, se ha opuesto de manera consistente
a los valores individualistas promovidos por Occidente.
En
la medida en que estos nuevos modelos económicos, sociales y políticos logren
abrirse paso y demuestren eficacia para enfrentar los desafíos del presente,
también lo harán los valores y la cosmovisión que los sustentan, debilitando
así la hegemonía unicéntrica del individualismo, predominante en la filosofía
occidental desde el siglo XVI hasta los albores del siglo XXI.
La
individualidad, concebida como valor supremo de la filosofía occidental frente
a la sociedad y el Estado, tenderá entonces a convivir con enfoques que
promueven la subordinación del individuo al orden social y estatal, como los
representados por la tradición confuciana.
Fuentes
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