THE TRANSITION FROM DEMOCRACY TO OCLOCRACY IN LATIN AMERICA
Luis Fernando Burneo Seminario
Estudiante de Filosofía, Universidad
Nacional Federico Villarreal.
Correo-e:
luferburneoseminario19@gmail.com
Resumen
La oclocracia se presenta como un concepto crítico en el
ámbito de la ética política, aludiendo al "gobierno de la
muchedumbre" y a las formas degeneradas de la democracia. Este fenómeno,
que se nutre del rencor y la ignorancia, ha sido objeto de estudio desde la
antigüedad, con pensadores como Aristóteles y Polibio advirtiendo sobre los
peligros de la demagogia y la manipulación de las masas. La oclocracia no solo
amenaza la estabilidad política, sino que también socava los principios
fundamentales de la democracia, convirtiéndose en un desafío contemporáneo en
un mundo donde la desinformación es prevalente.
Palabras Clave: Democracia,
oclocracia, historia, política, ética.
Abstract
Ochlocracy is presented as a critical concept in the
field of political ethics, alluding to "crowd rule" and degenerate
forms of democracy. This phenomenon, which thrives on resentment and ignorance,
has been the subject of study since ancient times, with thinkers such as
Aristotle and Polybius warning about the dangers of demagogy and manipulation
of the masses. Ochlocracy not only threatens political stability, but also
undermines the fundamental principles of democracy, becoming a contemporary
challenge in a world where misinformation is prevalent.
Keywords:
Democracy, ochlocracy, history, politics, ethics.
Introducción
El término democracia proviene de Grecia que, era una de las
diversas formas de ejercer el gobierno: por una persona (monarquía), por un
grupo selecto de los mejores ciudadanos (aristocracia) o por la totalidad del
pueblo (democracia). La combinación de los términos demos (pueblo) y kratos
(poder) da origen a la palabra demokratia.
Etimológicamente, la democracia es una forma de gobierno en la que es el pueblo
quien tiene el poder.
Aunque el sistema de gobierno democrático nace en la
antigüedad, el concepto moderno de democracia surge en la era de la Ilustración
con el desarrollo de una teoría política novedosa: el Liberalismo. Esta teoría
de la libertad, el progreso intelectual y la ruptura de los esquemas de la
antigüedad, históricamente se ha ligado tan profundamente con la democracia que
en la actualidad en el mundo occidental ambas nociones prácticamente se
confunden entre sí, dando lugar al concepto de democracia liberal.
Dentro del panorama de la ética política, el concepto de
oclocracia emerge como una crítica profunda a las formas degeneradas de
gobierno que pueden surgir en sociedades democráticas. Este término se refiere
al “gobierno de la muchedumbre” y se presenta como una de las manifestaciones
más preocupantes de la corrupción democrática.
A lo largo de la historia, pensadores como Aristóteles y
Polibio han explorado las dinámicas de los sistemas de gobierno,
clasificándolos en formas puras e impuras; y advirtiendo sobre los peligros de
la demagogia y la manipulación de las masas. En este contexto, la oclocracia se
convierte en un fenómeno que no solo amenaza la estabilidad política, sino que
también socava los principios fundamentales de la democracia, al nutrirse del
rencor y la ignorancia.
Este ensayo se propone analizar las características de la
oclocracia, su relación con el populismo y su impacto en la calidad democrática,
así como los desafíos que enfrenta la democracia contemporánea en un mundo
donde la manipulación de la opinión pública y la desinformación son cada vez
más comunes.
Definición y origen de oclocracia
El término “oclocracia”, contrapuesto a lo que es
democracia, proviene del griego antiguo ochlokratía,
compuesto por oklos que significa
muchedumbre y kratos, que significa
poder o gobierno. La RAE (Real Academia Española) lo define como “gobierno de
la muchedumbre” o “poder de la turba”, y esta es una de las formas de
degeneración de la democracia, nutrida por el rencor y la ignorancia.
En Occidente, desde la época de la Grecia antigua, diversos filósofos
intentaron establecer una clasificación de los sistemas de gobierno. Aristóteles,
considerado “el padre de la ciencia política”, en su libro VI de “Política”
dividió los sistemas de gobierno en formas “puras” e “impuras”. (Libro 6, cap. VI, pág. 130)
Las formas “puras” eran aquellas en las que el gobierno era
justo y se ejercía en interés de todos, es decir que estaba en la monarquía,
aristocracia y la república. Mientras que, las “impuras” eran aquellos sistemas
que sólo perseguían el interés de los gobernantes y representaban la decadencia
o corrupción de las formas “puras”.
El término fue acuñado por Polibio, historiador griego, en
su obra “Historias”, escrita en torno al año 200 antes de Cristo. Él desarrolló
su propia teoría de la “anaciclosis” (sucesión cíclica de regímenes políticos),
basándose en las tres formas de gobierno aristotélicas y sus correspondientes
formas impuras, sustituyendo la demagogia como forma degenerada de la
democracia por el nuevo concepto de oclocracia.
Polibio, en su teoría anaciclosis, describe una sucesión
cíclica de seis regímenes políticos, mutando cada uno de ellos. Así, como la
monarquía muta en tiranía, la tiranía muta en aristocracia, la aristocracia
muta en oligarquía, la oligarquía muta en democracia, la democracia muta en
oclocracia y la oclocracia en una monarquía, cerrándose de esta manera el
ciclo. El historiador romano se refiere a la anaciclosis en los siguientes
términos: “El imparable recorrido cíclico de la anaciclosis, un ciclo en el que
se distinguían las tres fases de Politeia a las que se veía abocada una
constitución de manera natural: el crecimiento, el auge y el declive, hasta
volver finalmente al punto inicial” (Libro VI).
Polibio deduce que la constitución de los Estados es fundamental,
porque es el primer paso del éxito o el fracaso de una nación. Para él la Politeia
va a ser el éxito de cualquier civilización. Concibe a la Politeia como el
espacio en común que va a tener la ciudadanía junto con el Estado, donde armónicamente
las diferentes partes que la conforman entienden que son parte de una totalidad
y que cumple una función específica.
El historiador griego fue influenciado de los conocimientos de
filósofos como Platón y Aristóteles. Del primero, con su obra República, principalmente del libro nueve, en el
cual el filósofo ateniense expone los distintos tipos de gobiernos, y de
Aristóteles, con su obra Política.
En esta el Estagirita trata sobre la categorización o metodologías, las cuales
dividirá en dos: la primera según el número de gobernantes y la segunda según
la orientación de estos gobernantes.
Para Aristóteles existen tres tipos de gobiernos. En el
primero solo gobierna una persona. “Cuando la monarquía o gobierno de uno sólo
tiene por objeto el interés general, se le llama comúnmente reinado” (Libro 3, cap.
IV, pág. 61).
El segundo acontece cuando gobiernan varios tipos de
personas; nos encontramos con una aristocracia. En la última gobiernan muchas
personas y nos encontramos con una democracia. El filósofo griego defiende su
posición afirmando que:
A
unas sociedades, en efecto, corresponde por naturaleza el gobierno despótico; a
otras el gobierno real; y a otras el republicanismo y a otras otro tipo de
gobierno que será para ellas justo y provechoso. El gobierno tiránico, en
cambio no es conforme a la naturaleza, como tampoco los que son desviaciones de
otras formas de gobierno, ya que se originan contra la naturaleza (Libro III, Cap.
XI, Pág. 101).
Para Aristóteles cuando el gobierno sigue intereses privados
y particulares, pone por encima lo propio en lugar del grupo, entra en una
degeneración. La monarquía puede degradarse en una tiranía; una aristocracia,
gobierno de aquellos que por méritos propios demostrados por la fuerza o valor
en una guerra o de liderazgo, puede degenerar en una oligarquía, es decir, un
gobierno que lo van a ejercer las personas ya no por una meritocracia, sino
porque han heredado el cargo, con falta de talento de sus predecesores y, por
último, la democracia puede degenerar en populismo o, como se ha denominado con
más precisión, en una oclocracia. Es decir, cuando el pueblo ya no está
instruido y se deja llevar por las pasiones en lugar de la razón. Lo que ve
Aristóteles constata, entonces, es un ciclo que se repite, según el cual
pasamos de un gobierno bueno a un gobierno malo y de uno malo a uno bueno.
Para Polibio, los regímenes oclocráticos no representan los
intereses del pueblo, no buscan el bien común, sino que tratan de mantener el
poder a través de la legitimidad obtenida por medio de la manipulación de los
sectores más vulnerables e ignorantes de la sociedad. La oclocracia, en este
orden de ideas, es consecuencia de la demagogia y fruto de las emociones irracionales
con las que el gobernante trata de incidir en las decisiones de los ciudadanos.
Esta forma degradada de gobierno se nutre de los prejuicios, ilusiones y
reivindicaciones.
Los oclócratas recurren para conseguir sus objetivos del
control de los medios de comunicación y educativos La oclocracia produce una
falsa ilusión de que el régimen obedece a la voluntad popular, sin que los
ciudadanos comprendan que dicha voluntad, si proviene de la desinformación, no
existe.
Por su parte, el abogado y analista mexicano Víctor Beltri
ha señalado que “La democracia requiere del conocimiento; la Oclocracia se
nutre del rencor y la ignorancia (Beltri, 2018).
Características de la oclocracia
La oclocracia, según Polibio, se caracteriza por tres
fenómenos:
Primero, hay un claro tipo de violencia denominado desde la antigüedad como hybris,
que se traduce al castellano como desmesura o soberbia. Es todo lo contario a
la moderación, caracterizándose por una persona con el ego desmedido. En el derecho griego la hybris se
refiere con mayor frecuencia a la violencia egoísta de los poderosos hacia los
débiles.
En segundo lugar, la ilegalidad o “paronimia” que se asienta
sobre la violación reiterada la ley y su consecuente neutralización de la
justicia.
Por último, lo que clásicamente se ha denominado “la tiranía
de la mayoría”, que pretende sustituir la democracia representativa mediante un
sistema plebiscitario.
Es una equivocación fatal creer que la democracia está
presente en la movilización agresiva, desordenada e intimidante de la
muchedumbre grande, mediana o pequeña. Incluso si fuera pacífica o silenciosa,
tampoco sería una genuina expresión democrática. La diferencia es muy sencilla,
mientras la democracia es el gobierno del pueblo, la oclocracia es como tiranía
del gentío, de la turba. La primera es legitimadora de la voluntad general, la
segunda es una degeneración de la democracia. Cuando estamos en democracia, el
pueblo tiene o cree que tiene la voluntad legítima para autogobernarse, pero
ese gobierno puede verse influenciado por la voluntad confusa e irracional de
cada individuo y, por lo tanto, el pueblo carece de capacidad para el
autogobierno. En otras palabras, Polibio expresaba que, como pueblo, quizás no
estamos preparados para decidir sobre cuestiones políticas, económicas y
administración pública.
La oclocracia se presenta como el peor de todos los sistemas
políticos, es el último estado de la degeneración del poder. Bajo una oclocracia
no queda más que a esperar al hombre providencial, el mesías y mecenas ansiado
por el pueblo, que lo reconduzca a la conquista del poder popular.
Los conceptos básicos de la antigua Grecia fueron recogidos
posteriormente con gran repercusión en Occidente e influyeron en obras de
pensadores clave, como, por ejemplo, Rousseau, Spinoza, Hobbes, Locke o
Tocqueville. El propio Tocqueville (1835) señaló en su Democracia en América
que: “La institución y la organización de la democracia en el mundo cristiano
es el mayor problema político de nuestro tiempo y lo es porque puede ser la
base tanto de la libertad como del despotismo”.
Se muestra en ese proceso histórico la decepción entre el
electorado y los partidos políticos. Como menciona Peter Mair (2015): “la época
de la democracia de partidos ha terminado que ya no parecen capaces de sostener
la democracia en su forma actual” (p.1).
Puesto que casi todos ellos piensan que el fin (llegar al
poder) justifica los medios. Esto les ha obligado a abandonar sus grupos de
votos cautivos o habituales, en búsqueda de nuevos electores, es decir, en el
votante de centro. Este proceso, ha difuminado y erosionado su papel clásico de
intermediarios entre los ciudadanos y el Estado. Mientras el descontento
ciudadano ha provocado el número de afiliados a partidos políticos y las cifras
de participación electoral, paradójicamente se ha ido aumentando el interés y
el activismo por las organizaciones de la sociedad civil.
Los procesos electorales se han convertido en campañas de
mercado o simple promoción de imagen, donde resulta clave poseer un candidato
con buena fisonomía y retórica. En estos predomina la “inmediatez digital” (búsqueda
instantánea de obtener resultados y gratificación instantánea de Internet en
todos los aspectos de la vida) entre el candidato y el electorado, con debates
vacíos, que no ofrecen novedades ni permiten conocer realmente el programa
electoral.
Los mensajes electorales son un conjunto de emociones
sociales, procesadas y reenviadas a los electores con un contenido simple,
emocional, pero no necesariamente cierto. Los responsables de campañas y sus aprendices
saben que los electores actúan por impulsos emocionales o viscerales,
transformándose de sujetos democráticos a objetos de campaña de mercadeo político.
En definitiva, se convierten en una masa de rehenes de marcos de pensamientos,
demostrando una memoria electoral asombrosamente corta. Por ejemplo, la
reelección de Alan García en Perú del 2006 al 2011. En consecuencia, este tipo
de situaciones dan lugar a un fructificante populismo y se acentúa progresivamente,
generando la decadencia de calidad democrática.
A lo largo de la historia, hemos sido testigos de cómo
ciertos líderes han ascendido al poder mediante la manipulación de las
emociones y las creencias de las masas. Ejemplos notables de esto incluyen a
Adolf Hitler en Alemania, Benito Mussolini en Italia y Joseph Stalin en la
Unión Soviética. Estos líderes, cada uno en su contexto particular, supieron
aprovechar el descontento social, la crisis económica y el miedo a lo
desconocido para consolidar su autoridad. La llegada al poder de estas figuras
no fue un fenómeno aislado, sino que estuvo marcada por un contexto en el que
emergieron fanatismos y sentimientos nacionalistas exacerbados. Estos
movimientos a menudo se caracterizan por una retórica que apela a la identidad
nacional, promoviendo una visión de "nosotros contra ellos". Este
tipo de discurso fomenta la creación de enemigos imaginarios, alimentando
miedos y odios que pueden llevar a la deshumanización de otros grupos.
Además, en este ambiente de tensión, surgen ideales ultra
idealistas que prometen un futuro utópico, pero que a menudo son inalcanzables.
Los líderes carismáticos utilizan estos ideales para movilizar a las masas,
generando un fervor que puede llevar a la población a aceptar medidas extremas
o injustas en nombre de un bien mayor. Este fenómeno puede resultar en la
creación de deseos que son no solo injustificados, sino también innecesarios,
ya que se basan en percepciones distorsionadas de la realidad.
Se promueve igualdad absoluta, justicia social,
ultranacionalismo, antiempresariado opresor, lucha de clases o cualquier otro
deseo irracional, utópico o distópico para así ganar el apoyo popular. Todo
esto frecuentemente mediante el uso de la oratoria, la retórica y el control de
la población o grupos controlados de la misma.
Algunos catalogan la oclocracia y su forma de democracia
extrema y la respuesta es según la perspectiva de cada uno, es decir, si se
celebra una manifestación o se realiza un paro por cualquier decisión política,
algunos pueden pensar que el pueblo se ha movido por los intereses de un
individuo concreto y que actúa irracionalmente. Sin embargo, la parte
manifestante pensará que está en su legítimo derecho de hacerlo y está
ejerciendo la democracia. Lamentablemente, esta acción se relaciona con el
concepto del argumento ad populum, una frase latina quiere decir “apelar
al público”. Esta falacia consiste en que algo tiene la verdad absoluta cuando
es aceptado por la opinión pública, en lugar de apelar a razones lógicas. El
contexto de este tipo de falacia es que, está cargado de emotividad. Los
argumentos ad populum se suelen emplear en los discursos populistas y
también en las discusiones cotidianas con otras personas. Son usados por
políticos y por los medios de comunicación para ganarse el favor de su público.
Ahora bien, para evitar la oclocracia será necesario
fiscalizar a la autoridad de gobierno, escogida democráticamente por la población.
Sin embargo, otorgar demasiado poder a un gobierno podría ocasionar su
degeneración en una dictadura. Es preciso pensar en los límites que debemos
otorgar al poder establecido. Además, los grandes grupos sociales deben salir
del estado de pasividad, de no participar en los intereses del necesitado, sea
por conformismo, apatía o por miedo fomentado por el grupo de poder.
En su obra El contrato
social (1762), Rousseau definía también a la oclocracia como la “degeneración
de la democracia”, teniendo como origen la distorsión y la desnaturalización de
la voluntad general y las buenas intenciones, nubladas por las ambiciones de
poder, las mezquindades y angurrias particulares, en desmedro de los intereses
de la población en general.
Lo paradójico es que se podría tratar de la voluntad de una
minoría o un colectivo que ostenta poder y que impone su posición.
Históricamente el mejor ejemplo de la Oclocracia se vio en
la quema de brujas en la Edad Media o juicios por brujería de Salem. Existía la
creencia popular de que había mujeres que utilizaban artes oscuras para sus
propios intereses o para perjudicar a una parte de la población. El pueblo dejó
a un lado la lógica y se convirtió en una clara Oclocracia.
Otro ejemplo sería el Tercer Reich, donde se podría afirmar
que la oclocracia es el punto de partida de los regímenes totalitarios. El objetivo
de Hitler al instaurar el Tercer Reich era conseguir un cambio social, pero también
invadir otros países. Hitler fue el primer dictador en aprovechar todo el
potencial de su maquinaria propagandística para hacer creer a la población que
para que Alemania prosperase era necesario eliminar sistemáticamente a la clase
judía y acabar con el comunismo.
El tercer ejemplo es
la dictadura del proletariado, porque la Rusia comunista y el comunismo en su
totalidad son una forma de oclocracia. Unos pocos individuos con unos intereses
concretos convencen al pueblo para que elimine la burguesía e instaure la
dictadura del proletariado. Y ese proceso fácilmente se daría de una forma
irracional.
El cuarto ejemplo serían las sociedades musulmanas extremistas,
donde hay oclocracia porque esas sociedades siguen dogmas y creencias faltas de
toda lógica. En este sentido la sharía o ley islámica, prescribe la lapidación
de las mujeres adúlteras e infieles sigue siendo una realidad cuando entra en
conflicto directo el sentido común o el instinto de supervivencia como especie.
La oclocracia en
Latinoamérica
La democracia se enfrenta a serias deformaciones cuya causa
puede encontrarse en influencias negativas o dolosas1[1]
que inciden en la toma de decisiones, lo cual acontece bajo el velo de la
legitimidad que ostenta la autoridad que ha sido elegida para gobernar por
medio de mecanismos de participación ciudadana directos o indirectos. Tanto la
plutocracia como la oclocracia reflejan dos tipos de degeneración de democracia
en el mundo contemporáneo.
Ahora, debe entenderse por plutocracia, el poder, influencia
o preponderancia de los ricos en el gobierno. Influencia del dinero y de los
sectores financieros sobre el poder público.
Se puede observar qué mediante la plutocracia se desarrollan
influencias dolosas en la toma de decisiones que llevan a cabo los gobernantes
elegidos democráticamente en favor de quienes ostentan las fuentes de riqueza.
Por ejemplo, en financiación fraudulenta de campañas y partidos políticos de
manera internacional como lo acontecido en el caso de sobornos por parte de la
empresa multinacional brasilera Odebrecht.
Se trata de una investigación del Departamento de Justicia
de los Estados Unidos, publicada el 21 de diciembre de 2016, sobre la
constructora brasileña Odebrecht, en la que se detalla que la empresa brasileña
referida habría realizado coimas de dinero y sobornos, a funcionarios públicos
del gobierno de 12 países: Angola, Argentina, Colombia, Ecuador, Estados
Unidos, Guatemala, México, Mozambique, Panamá, Perú, República Dominicana y
Venezuela, para obtener beneficios en contrataciones públicas.
En cuanto a la oclocracia, de acuerdo con Rodrigo Borja
(2012) el término “proviene del griego ochlokratía, de ochlos que significa
“turba” o “multitud” y de kratos que significa poder, gobierno o dominación. Es
el poder o el gobierno de la plebe, es decir, de la clase social más
empobrecida y marginada”.
Pero la palabra tiene connotaciones de desorden,
incompetencia, irresponsabilidad y degradación del ejercicio del mando político.
En la práctica de una gran acción demagógica y/o por
ignorancia popular quien llega al poder beneficia, mediante su toma de
decisiones, a ciertos sectores sociales para instrumentalizarlos y perpetuarse
en el poder, lo cual conlleva al daño de los demás sectores políticos de la
sociedad democrática y del interés general.
La vigencia del populismo
dentro de la oclocracia
Según la RAE, el populismo es una tendencia política que pretende atraer a
las clases populares. Su origen proviene de un movimiento ruso del siglo XIX, llamado narodnismo, término que se traduce como
populismo, derivado del lema “ir hacia el pueblo”, que servía como guía para
los movimientos democráticos rusos de la segunda mitad del siglo XIX.
Generalmente se entiende el populismo en tres sentidos: (1) como
detentador de la soberanía, donde los populismos propugnan devolverle el
gobierno al pueblo frente a unas elites que lo han usurpado, (2) como la gente
común, reivindicando la dignidad y (3) como
el reconocimiento de los grupos que por su posición socioeconómica o cultural
son excluidos del poder.
El populismo y la oclocracia se sirven de igual uso en el
Gobierno del cambio. El populismo se entiende como el uso de medidas de
gobierno populares para ganarse el favor de las multitudes. La oclocracia, tal
y como la definió el historiador griego Polibio, es el gobierno tiránico de las
muchedumbres. Por ello que, el populismo y la oclocracia corrompen las bases de
la democracia y son considerados el reflejo del último estadio de la
degeneración del poder.
Tanto la oclocracia como el populismo comparten un rechazo a
la élite y política económica, percibida como corrupta y desvinculada de las
necesidades del pueblo. Ambas formas de gobierno enfatizan la importancia de la
voluntad popular y la necesidad del poder político, y ambas a menudo cuestionan
la legitimidad y eficacia de las instituciones democráticas tradicionales.
Aunque hay que aclarar ciertas diferencias: la oclocracia se
caracteriza por la falta de liderazgo y la toma de decisiones impulsiva,
mientras que el populismo a menudo se asocia con un liderazgo carismático y
autoritario. Por ejemplo, el populismo cuestiona las instituciones
democráticas, a menudo busca reformarlas o reemplazarlas con nuevas
estructuras. La oclocracia, por otro lado, puede ignorar o desmantelar las
instituciones democráticas sin ofrecer alternativas claras. Justo aquí el
populismo a menudo se centra en la justicia social y la redistribución de la
riqueza, mientras que la oclocracia puede priorizar la satisfacción de las
demandas inmediatas del pueblo sobre la justicia social a largo plazo.
Particularmente sobre la última deformación de la democracia
mencionada, mejor conocida como populismo, politólogos y juristas han comenzado
a reflexionar debido al resurgimiento del fenómeno, sin perder de vista los
nefastos antecedentes que dejaron para el mundo los populismos de Hitler,
Mussolini, Franco, Stalin y Salazar en Europa.
Roger Bartra (2008) ha expuesto sobre el resurgimiento del
populismo lo siguiente:
El
populismo es un tema en cuyo estudio las ciencias sociales se han mostrado
extraordinariamente creativas y fructíferas en América Latina. Las
investigaciones y reflexiones que se iniciaron hace más de cuarenta años hoy
disponemos de un rico corpus de ideas sobre el populismo que nos permite abordar
con cierta facilidad el resurgimiento de este complejo fenómeno político.
Es cierto que, en la actualidad el populismo parecía
enterrado o que había desaparecido ese interés. Pero no es así, ha habido
pensamientos pintados de salvadores, pero en el transcurso fueron lo antónimo.
Ideologías como el aprismo, el cardenismo, el peronismo, el varguismo,
etc. siguen vigentes, aunque se dude. Los ecos del populismo de Paz Estenssoro
en Bolivia, de Velasco Ibarra en Ecuador y de Jorge Eliécer Gaitán en Colombia
dejaron de escucharse. Pero en los últimos años los pasos del populismo vuelven
a resonar. Desde 1988 en México hay un retorno del cardenismo, en 1998 Hugo
Chávez llega a la presidencia en Venezuela y en 2006 dos campañas electorales
exitosas llevan a Rafael Correa y a Evo Morales a la presidencia de Ecuador y
Bolivia respectivamente. En nuestro país, el Perú, ese mismo año llegó un
populista, Ollanta Humala Tasso quien, se enfrentó a Alan García y logró al
final su cometido. Otro país es México con Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Años
antes habíamos presenciado el resurgimiento de estilos populistas en el
menemismo[2] y
el fujimorismo[3].
En consecuencia, el populismo nace de un líder carismático
percibido como parte del pueblo, que entiende sus problemas y dificultades. Los
líderes populistas explotan el sentimiento y clásico discurso de opresión de
las masas; y las injusticias sociales para movilizar tanta gente como puedan,
muchas veces en contra de los intereses de las elites sociales o políticas. Los
líderes populistas se mantienen en el poder precisamente por su popularidad, y
es necesario para ellos implementar políticas que favorezcan al pueblo, lo que
a veces significa apartar las leyes y normas de la constitución. Muchas veces
esto se ve reflejado en la nacionalización de compañías extranjeras, o la
decisión de no pagar la deuda externa. Como, por ejemplo, las corporaciones y
las élites económicas tienden a ser las más afectadas por las políticas
populistas, porque el líder acude a ellas para crear antagonismos sociales que
favorezcan su posición. Así, el líder es percibido como el defensor del pueblo
contra los intereses voraces de las corporaciones y las clases altas del país.
Conclusión
En nuestra época, marcada por la desinformación y
polarización, es crucial que los ciudadanos se mantengan informados y participen
activamente en la vida política, desafiando las narrativas simplistas y los
discursos populistas que buscan dividir y controlar.
La historia nos enseña que la oclocracia puede dar paso a regímenes totalitarios, y es responsabilidad de cada uno de nosotros trabajar para fortalecer la democracia, promoviendo el conocimiento, el diálogo y la participación consciente. Solo así podremos evitar caer en la trampa de la oclocracia y asegurar un futuro donde la democracia sea verdaderamente representativa y justa para todos.
Referencias
bibliográficas
Aristóteles. (2022). La política. Editorial Gredos
Bartra, R. (2008). Populismo y democracia en América Latina.
Letras Libres
Beltri, V. (2018). Oclocracia. La Revista Peninsular.
http://www.larevista.com.mx/opiniones/oclocracia
Borja, R. (2012). Enciclopedia de la política. Fondo de Cultura
Económica
Peter, M. (2015). Gobernando el vacío: la banalización de la
democracia occidental. Alianza Editorial
Polibio (2018). Historia de Roma. Alianza Editorial
Rousseau, J. (2012). Contrato social. Alianza Editorial
Tocqueville, A. (2017). La democracia en América. Alianza
Editorial.
[1] Que implican engaño o
fraude
[2] Alude a las políticas implementadas en
Argentina por el presidente Carlos Saúl Menem (1930-2021) entre 1989 a 1999.
[3] Corriente política
personalista en torno a la figura del expresidente peruano Alberto Fujimori
(1938-2024), quien gobernó al país entre 2000 y 2010, así como su prolongación
a través de su hija la política Keiko Fujimori.
No hay comentarios:
Publicar un comentario