Solari, Luis
(2024): La conquista del diseño. Lima: Chataro, 332 págs.
Manuel A. Paz y Miño
Este quinto
libro escrito por Luis Solari Reinoso La conquista del diseño, tiene
332 páginas y fue publicado en el 2024.
Solari tiene
una Licenciatura en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú,
es Bachiller en Ingeniería industrial por la Universidad de Santa María de San
Antonio (EEUU) y tiene una Maestría en Ingeniería ambiental por la Universidad
de Leeds (Reino Unido).
Su libro tiene
dos partes, la primera, El ser, con 6 capítulos, y la segunda, El Hombre, con 16.
Como en el
número 25 de la Revista Peruana de Filosofía Aplicada, ya publicamos una
reseña del libro de Solari, escrita por José Luis Herrera, ahora solo nos
circunscribiremos a comentar de manera crítica algunas ideas que nos han
llamado más la atención de su obra, esto es, del capítulo 4: Animismo del
contraste, de la primera parte, El Ser, y sobre el hombre ario y de raza de la
segunda, El Hombre.
Al principio
del capítulo Animismo del contraste el autor se nos presenta como materialista
al afirmar: “La materia no pudo haber sido creada por una fuerza trascendente,
pues ésta, de haberlo hecho, hubiese tenido que actuar sobre algo ya
preexistente. Ello no podría ser otra
cosa que materia (p. 76). Y cuando dice “…la evolución de los entes se produce
más por una fuerza en ellos, que por una externa” (ídem) la podemos interpretar
como que los entes o las cosas cambian básicamente de la manera que lo hacen
debido a su estructura físico-química aunque él no menciona esto.
Además, su
afirmación: “Toda materia…ya es una fuerza” (p. 77) se puede entender o
interpretar como la materia conteniendo energía. Pero cuando habla del
contraste como cristalización de la fuerza (íd.) ya es más complicado salvo que
quiera decir el contraste como concretización o potencia.
El asunto se
dificulta aún más cuando afirma: “Si las cosas han de poseer cualidades, estas
son emanaciones, irradiaciones de hondas [sic] que transmigran, que “salen” de
los objetos e inciden en los demás” (p. 78). Pareciera que estuviera hablando
de las ondas de luz que rebotan de los objetos. De inmediato agrega:
“Todo…recibe y asimila las emanaciones de dichas cualidades” (íd.) por lo que
entendemos que habla de más cosas, aunque no lo dice: en el medio ambiente no
solo hay luz, también hay calor, fuerza naturales y artificiales, movimiento y
cambio.
Seguidamente
dice: “El modo en que dicha asimilación se lleva a cabo aún no lo conocemos
bien todavía [?!], aunque si sabemos de las alteraciones en las entidades”
(íd.). Pareciera con lo que sostiene que nuestro autor desconoce las teorías y
las leyes de ciencias naturales básicas como la física y la química que nos
explican con pruebas y demostraciones empíricas los cambios en la materia y las
interacciones de las cosas de la realidad natural.
Eso es mucho
más claro cuando afirma: “…observamos que toda alteración se repite de una
misma manera ante un mismo estímulo, que irá formando una memoria en el
objeto” (íd.) [¡!]. Aquí tenemos un claro ejemplo de asignarle a las cosas
cualidades de animales inteligentes como las de nuestra especie por lo que
podría llamarse a tal afirmación una proyección humana en las cosas, una antropomorfización
o antropomorfismo. Es decir, otorgarles cualidades humanas (como la voluntad y
las pasiones) a los objetos sin vida y los fenómenos naturales: “La rosa
percibe, siente…la presencia de la piedra y viceversa” (íd.). Eso podría ser si
alguien tira una piedra a la rosa y la destruye o si se frota a ésta sobre
aquella haciéndola olorosa. La piedra no tiene olfato y ninguna otra capacidad
sensorial ni tampoco cerebro que la registre para percibir a la rosa como sabe
cualquier escolar promedio.
Continúa con
su antropomorfismo: “…gracias a la noción de la otredad que se va forjando a la
vez se va forjando la de identidad, la del yo” (íd.) [¡¡¡!!!]. Y en la
siguiente página habla de “nuestro yo” (p. 79) lo que es más entendible. Pero
de nuevo continúa con la equiparación de lo vivo con lo no vivo: “…tanto lo orgánico
como lo inorgánico, tienen que luchar por persistir en el tiempo” (p. 80),
salvo que hable metafóricamente pero no según lo ya mencionado anteriormente.
Podemos
quizá entender mejor su pensamiento cuando escribe: “No hay cosa sensible,
materia, o cuerpo que no se constituya como una fuerza, que no se encuentre animado
[nuestras negritas], y en todo momento” (íd.). ¿Es la noción arcaica de
animismo donde todas las cosas tienen un ánima o alma? Solari explica de
inmediato:
La fuerza, a su vez, ¿qué podría ser, sino el alma y
espíritu?... la fuerza, la vida y el alma no habitan ni ingresan en la materia sino
que “son” esta misma. No hay soplo vital que anime y dé vida a los cuerpos, los
cuales, de por sí, ya son vida (íd.).
Entonces,
nuestro autor ya no debería mencionar alma o espíritu pues estos términos son
ambiguos, por no decir, religiosos o metafísicos. Todos los seres, vivos o no,
están en constante movimiento y cambio y en relación unos con otros, en diverso
grado, y el medio ambiente, sin duda, pero para eso no es necesario decir que
son espíritus o almas, o que todos, sin distinción tienen vida. Para evitar ambigüedades
en su lenguaje sobre lo que es la vida nuestro amigo y colega Solari debería
leer un manual o introducción a la biología.
Sobre su
explicación, él la aclara casi a continuación:
…esta visión coincidiría con lo que se denomina animismo,
siempre y cuando se excluya [subrayado nuestro] la creencia que algún
espíritu ingresa a la cosa y le da vida, rescatando de este animismo, el que
las cosas estén animadas, vivas (íd.).
Por lo
tanto, podríamos entender que él está hablando de un “animismo materialista”,
un oximorón. ¿No sería mejor que le llamase materialismo dialéctico?
Es más claro
con la nota de pie de página donde menciona los experimentos con cosas como la
comida y el agua que reaccionan distintamente si se les habla mal o dulcemente,
se descomponen o no (n. 45, p. 80 y 81). Este es también otro ejemplo de
antropomorfización. Las ondas sonoras que llegan y rebotan en las cosas sin
vida son más fuertes cuando uno habla mal o grita que en el hablar con voz
suave o dulce, que experimente eso con un trozo estirado de arriba abajo de
papel higiénico de medio metro, sujeto por sus bordes superior e inferior:
cuanto más fuerte grite sobre el trozo, más probable que se rompa por el
impacto de las ondas sonoras. En cambio, si habla con dulzura o levantando la
voz a una roca, no pasará nada por la estructura molecular de ésta salvo que
sea bombardeada con ondas sonoras de altísima frecuencia producidas por una
máquina o simplemente por el agua de las lluvias durante cierto o mucho tiempo
respectivamente.
En
definitiva, pareciera que Solari al hablar y especular sobre el animismo de las
cosas tuviera un pensamiento tan arcaico como el de los primeros seres humanos:
llueve o no porque la lluvia misma lo quiso, tiembla fuertemente la tierra
porque nos castiga a propósito, hay abundancia en las cosechas porque la sabia naturaleza
nos desea el bien. Pero ya estamos en el siglo XXI, época de la inteligencia
artificial, y muchos fenómenos de la realidad ya son explicados por las ciencias
y, como personas de nuestro tiempo no debemos ignorar sus descubrimientos y
avances.
A pesar de
que Solari ha tenido una muy buena preparación tanto en filosofía como en una
ciencia aplicada como la ingeniería, aparentemente no se ha desligado del pensamiento
mágico-religioso o el meramente metafísico especulativo y no prima en él un
pensamiento científico-tecnológico. No hay problema con eso, es muy humano y
entendible, claro está. Pero a la vez tiene algunos destellos de materialismo
por lo que estamos casi seguros que su pensamiento evolucionará conforme,
esperemos, lo veremos en sus próximos libros y que esta crítica le ayude en
algo a ello.
Ahora en la
segunda parte de su libro, El hombre, Solari dice
…parte de toda especie animal es la de manifestarse mediante
varios diseños que en este caso, serían razas. No puede hablarse de la
esencia sin concebir a la vez su pertenencia a una raza, a un tipo. … De ahí la
importancia de entender al hombre dentro de lo racial. … De ese modo, como la
especie humana se divide en razas cada una de ellas constituiría un diseño.
Cada hombre, pues, se identificaría antes que nada con su respectivo grupo
racial… (p. 116).
Es ahí donde
notamos la parte más débil de su propuesta al tener un entendimiento de la raza
ya superado en la segunda mitad del siglo XX. Es cierto que hay variaciones
físicas como, por ejemplo, el color de la piel, ojos y cabello pero son
producto de la adaptación al medio ambiente. La ciencia de la genética ha
demostrado que todos pertenecemos a una misma especie y la historia nos enseña
que la postulación de una división racial entre los humanos creó una ideología (y
una pseudociencia) a favor del racismo que sirvió como instrumento de
dominación de unos grupos que se pensaban superiores sobre otros.
Luego el
autor agrega “… siendo la división racial principal la de hombre de raza y
ario, también habrá una diferencia de la medida en el que el ser de estos
reposa en el diseño” (p. 117). Inevitablemente esta dicotomía nos recuerda la
ideología supremacista nazi.
Seguidamente
dice
No hay duda que para el hombre de raza –que se caracteriza
por una mayor contrastación—el ser recaerá más en su diseño. Asimismo,
significa que se constituye en un ser más perfectible, más exigente respecto de
su acabado…
Por su parte, el ario, al no ser un diseño propiamente dicho,
o por lo menos, al ser un diseño débil y pobre, debido a su parca
contrastación, no solo no se identifica significativamente con ningún diseño,
sino que tampoco lo hace con su especie… (íd.).
Con lo cual
estamos con una especie de racismo contrario al nazi, más parecido al del
etnocacerismo humalista que exalta lo cobrizo y andino sobre lo blanco
occidental.
No obstante,
en el capítulo 11, Racismo ario, de la segunda parte del libro, Solari dice
acertadamente
El racismo,… se revela como falso en su constructo racional,
donde se enarbola la supuesta superioridad de su propia raza, …En el racismo, …
no hay una estima por lo que se considera extraño, queriendo más bien
devaluarlo… el racismo es un autoengaño de superioridad… (p. 254).
Además,
menciona como racistas a grandes filósofos como Aristóteles, Kant y Hegel (p.
256).
Y ante la
agresión aria contra la naturaleza y el hombre de raza, Solari se pregunta
…¿qué debe hacerse con el ario? ¿Matarlo? ¿Excluirlo?
¿Odiarlo? De ninguna manera. Lo primero es, precisamente, matar el problema, no
solucionarlo. Este fenotipo ha surgido de la tierra, por lo que, en el supuesto
extremo de liquidarlo, volverá a surgir. Mucho mejor es aprender a lidiar con
él, a neutralizar su racismo… como hermano nuestro, hay que quererlo. Pero
quererlo como se quiere al hermano bastardo de la familia (p. 265-266).
Evidentemente
su postura es diferente a la del etnocacerismo antaurista que es más agresiva y
política.
Lima, 15 de marzo-Huanta 3 de agosto, 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario