lunes, 18 de noviembre de 2024

Solari, Luis (2024). La conquista del diseño. Lima: Mantaraya, 322 págs.

José Luis Herrera Díaz, Bach. en Filosofía (UNHFV)

 


La conquista del diseño de Luis Solari es un libro fundante y novedoso, una obra que por su ambición intelectual resulta raro en nuestro medio e incluso en nuestro tiempo. El autor es plenamente consciente de esta situación y declara su pensamiento “distinto y contestatario…” (pág. 14), pero ello en lo absoluto lo detiene. Se trata del quinto libro de Solari (todos en la misma dirección), pero se diferencia nítidamente del resto por su afán de desarrollar los conceptos, de precisarlos y buscar la coherencia de los mismos, es en este sentido que es fundante.

La obra está dividida en dos partes (El Ser, El Hombre) siendo la segunda dependiente de la primera. En la primera desarrollara un novedoso planteamiento que deja de lado la dicotomía materia-forma para pensar como fundamental la dicotomía materia-delimitación. Es la apuesta por esta nueva dicotomía, que Solari eleva a nivel ontológico, que se puede asegurar que la teoría expuesta en La conquista del diseño es una teoría estética, pues la delimitación de la que nos habla es delimitación de formas físicas no teniendo delimitación los líquidos y fluidos (pág. 39). Se trata pues de una estética basada en lo extenso y en las figuras.

A esta altura cabe preguntarse ¿cómo una teoría que trata del Ser puede dejar fuera del discurso a todos los entes fluidos?, esto se debe a la peculiar forma de acercarse a los objetos.

Aquí cabe hacer una reflexión sobre las teorías ontológicas, la ontología es una reflexión sobre el ser, implícita en ella está la promesa de conocer las cosas tales y como son, pero para cumplir dicho compromiso sus discursos se pierden en un conjunto de categorías que por su abstracción nos alejan del mundo cotidiano y por lo tanto del conocimiento real del mismo. De esta forma el filósofo tradicionalmente se presenta, a los ojos del no académico, como alguien que pretende saber de “todas las cosas”, pero que no puede decir nada concreto de ninguna de ellas, es decir, se presenta como un pedante, alguien que dice saber más de lo que puede demostrar. Conocemos (o al menos los reconocemos) los objetos por sus accidentes, por sus particularidades, esto que es tan obvio y básico parece habérsele olvidado a la filosofía, así reconocemos a nuestros familiares, a nuestras calles, a nuestras comidas etc. Y ese conocimiento es el que habitualmente llamamos “nuestro mundo”. Solari puede hablar del ser y dejar fuera todos los entes fluidos porque su teoría es estética y no ontológica y esta estética se fundamenta en los accidentes y en el reconocimiento de las formas.

Da también Solari una novedosa definición de vida. La vida es “Lucha por persistir en el tiempo” (pág. 18). Cuando pensamos en la vida como el resultado de una molécula de ADN capaz de auto reproducirse y adaptarse la definición de Solari parece muy adecuada, sin embargo, nuestro autor lo utilizara de una manera totalmente insólita, como una nueva argumentación a favor del animismo de las sociedades previas a la conquista occidental, pero ¿Cómo ha llegado Solari a esta concepción y qué relación tiene con los conceptos de delimitación y materia? La respuesta a esta pregunta estaría en una cosmología oculta, pero bosquejada en libros anteriores.

Podemos observar el universo sin preguntarnos por el sentido del mismo, (la visión científica constituye un buen ejemplo de ello, o podemos observarlo y preguntarnos por su sentido en el tiempo, su tendencia aun cuando no nos preguntemos por un destino o finalidad última del mismo. Se puede mantener que el universo tiene un orden matemático (como sostienen los físicos de las teorías de las supercuerdas, que incluso extienden este orden a otros universos) sin que ello involucre ninguna figura divina ni religiosa. Si, en cambio, nos preguntamos por la finalidad del universo, el discurso toma inmediatamente una dirección religiosa. Solari opta por la primera posición y encuentra en los objetos del universo una tendencia al contraste y al diseño.

La tendencia al contraste que tiene cada extensión particular es entendida como una fuerza, si pensamos fuerza como un actuar sobre otro modificándolo (pág. 76). Si la tendencia del universo fuera a formar tales tal o tales diseños (por ejemplo, una tendencia a formar humanos) podría hablarse de un antropocentrismo en las ideas de nuestro autor, pero en realidad la tendencia universal seria a adoptar tendencias (pág. 84), lo cual lo libra de cualquier diseño en particular. En este sentido sería similar a la teoría de la evolución Darwiniana. La tendencia a formar tendencias solo se puede lograr si esta permanece en el tiempo, y esta “lucha por permanecer en el tiempo” seria la vida misma. El universo tiende a la vida hasta el punto que sus objetos son vida. Por tanto, nada en el universo carece de consciencia.

Para mayor esclarecimiento de esto último, una vez dada una extensión, esta no pudo haberse dado sin cualidades ni características. Estas, a su vez, son una comunicación, pues no hay cualidad que no sea perceptible. Ello precisa de emisor y receptor. De este modo, esta comunicación precisa de una consciencia. Sin embargo, esta no está cuajada todavía, pues la noción de “yo” no termina de asimilarse. La  noción de “yo”, termina de formarse cabalmente cuando esta consciencia se va reforzando con la vida misma.

Es a esta altura que surge el concepto de diseño como un resultado de la tendencia al contraste. El diseño es el resultado de una tendencia plenamente independiente y reconocible, pues se contrasta del resto, así el autor pone como ejemplos las especies animales como el caballo etc. Cabe preguntarse entonces si ¿no será la sustancia anterior al diseño? Solari intuye que es esta tendencia independiente la que actúa sobre la sustancia cerrándose así un ciclo. Las sustancias son influidas por las tendencias independientes hasta variar o alterar las sustancias de la materia de los objetos.

Esta tendencia del universo a la contrastación tiende a materializarse en diseños, “lo que adquiere delimitación con sentido, haría más de ideación…Este es el fin de todo el devenir natural” (pág. 87). De esta forma “La conquista del diseño” nos muestra la epopeya del contraste en el universo, que imponiéndose sobre todo consigue al fin materializarse en formas capaces de ideación, los diseños cuya emergencia en el mundo humano determinara no solo lo estético sino también lo político, literario, cultural y social, como nos lo describe Solari en la segunda parte.

En la segunda parte Solari aborda el problema del hombre, pero ¿de qué hombre? Para hablar de lo que es el hombre Solari tendrá que previamente criticar nuestro concepto de hombre, esto es, criticar el concepto occidental de hombre.

Con una serie de argumentos centrados en la ontología expuesta en la primera parte Solari critica nuestro concepto de subjetividad, psicología del hombre, el arte, nuestras ficciones literarias, la religión, la filosofía, la organización social, la política, el concepto de otredad, el folklor, la democracia, la historia etc. A la vez que desarrolla y precisa conceptos propios de su discurso como el Protagonista, el racismo, el arte del hombre de raza, etc.

De acuerdo a Solari es un error pensar el mundo centrándonos en las sustancias. Esta forma de pensar es la que no permite ver la tendencia universal hacia el diseño y hacia la contrastación, convirtiendo al pensamiento en una abstracción alejada del mundo y de la realidad, y por lo tanto de la verdad. El análisis centrado en las sustancias exige la creencia en que dicha sustancia existe independientemente del resto del mundo, esto es del cambio del mundo, por ello los entes quedan desvinculados unos de otros (sin contraste). Esto es similar a creer que el significado de las palabras se puede hallar sin relacionarla con su forma de uso (sin vincularla a una realidad social, histórica etc.), como si existiera un diccionario por conocer y no un mundo por conocer. Cuando Solari pone énfasis en el contraste y en los accidentes de los entes pone énfasis en la relación de los entes con otros entes. De este modo, se trata de una teoría relacionista (al modo andino), solo que la relación que predomina es estética, es el contraste, pues de esa forma el autor puede hablar de color, forma, originalidad etc.

Así como quien pone el origen del significado en el uso niega o limita el significado estático del diccionario, así también Solari relega la sustancia a un segundo plano. Pero la relación es relación de algo ¿Cómo son posibles entonces dudas como la escéptica que cuestionan el todo incluyendo la relación?, de acuerdo a Solari no son posibles (págs. 120, 121). En la duda cartesiana está ya supuesta la existencia. Ello se explica ya que hay una relación no tomada en cuenta y que es irreductible: el que piensa y el objeto pensado. No sucede que el sujeto pensante descubre el objeto pensado, sino que el sujeto pensante jamás estuvo fuera del mundo (como cosa pensante) sino que, siendo la relación primera e ineludible, el sujeto siempre fue parte del mundo.

No existe pues la dicotomía cartesiana entre res pensante y res extensa, lo pensante es parte de lo extenso. Esto exige a nuestro astuto autor a redefinir la subjetividad: La subjetividad emana del hombre, pero depende de lo externo. Es en base a esta fórmula que Solari podrá hablar de psicología, arte, filosofía, religión etc. sin dejar de mencionar la influencia de la naturaleza en dichas creaciones y podrá criticar a la literatura, arte, religión etc. como falsas o carentes cuando estas no se derivan de su relación con el mundo y lo natural.

La psicología del hombre occidental, del hombre moderno está plagada de individualismo, que no es sino la falta de asociación del hombre con el medio, con la naturaleza. El hombre de raza – el no occidental- está en cambio vinculado con su medio ambiente de modo que no se ve afectado por este mal.  Esto se debe a que el occidental (al cual Solari llama “ario”) al pensarse a sí-mismo lo hace metafísicamente, con el predominio de sustancias, y es por ello incapaz de ver las relaciones (contrastes) en y con los otros entes, y por lo tanto, su ubicación con lo natural, resultando lo natural en extraño y ajeno para él.

Las pinturas naturalistas occidentales que parecen refutar a Solari, no son sino una oportunidad para que nuestro autor aumente sus argumentos. Solari descubre en ellas una exposición “suave” y de cómo se nos da la naturaleza, una exposición llana y generosa de, esta. Nunca encontramos en ella estas representaciones, la realización plena del contraste, la naturaleza por la naturaleza misma.  El amor a los animales goza del mismo defecto, hay un amor hacia la mascota, por la cual los seres humanos se desviven, pero no al animal no domesticado que incluso pueda ser un enemigo, siendo este más bien el monstruo, lo horrible. El amor a lo natural en occidente es amor oculto a nosotros mismos, individualismo. Se podría argumentar que todos los pueblos antiguos aman la naturaleza, y que tenemos en su religión y relatos religiosos muestra de ello como en el Ulises o en Thor, pero Solari inmediatamente distingue el temor universal a la naturaleza de la veneración a ella. Pone de ejemplo el amor andino a los apus (cerros y huacas) que no se realiza por temor alguno, sino al contrario, con cariño.

El mundo ficcional del hombre ario tiende a la realización de la subjetividad humana, la cual implica -en su visión- la eliminación de la otredad, esto es de toda otra subjetividad. Pero ¿cómo se detecta que el énfasis en la subjetividad implica la eliminación del otro?, por la tendencia occidental a la invisibilidad. El amor al concepto, por sobre lo natural permite con el tiempo desarrollar un amor a lo invisible por sobre lo visible (lo cual habría permitido el desarrollo del arte abstracto). No obstante, lo invisible en la subjetividad se corresponde con la eliminación del otro como otro, en su cosificación y anulación (págs. 216, 219).

El conflicto con la otredad y el peligro que conlleva a nuestra subjetividad es lo que produce el odio hacia el otro lo cual se capitaliza literariamente como la creación del personaje del villano. No solo está en la literatura clásica sino también en la religión (por ejemplo, los celos del dios judeo-cristiano). Occidente necesita crear al villano, al malvado para sentirse superior moralmente, y necesita esta superioridad moral para alcanzar el protagonismo. ¿Qué es el Protagonista?

El Protagonista es un elemento de unificación de los entes (hombres de raza) que ven, o mejor dicho, reconocen en él (en su belleza, en su salud), a ellos mismos como parte de una totalidad grupal. Es la tendencia a la belleza de la raza que permite reconocernos y ubicarnos. No nos une un concepto, nos une dicha tendencia visual.

El Protagonista une visualmente y no conceptualmente a una totalidad racial. De esta forma Solari rompe con el pensamiento matemático conjuntista de totalidades “bien definidas”. La raza no es un conjunto, no es algo terminado donde pueden contarse sus elementos (nacerán más), no es una idea o conjunto de rasgos (es reconocible en individuos concretos) y sin embargo es unificadora. Se trata de una forma de hablar de la totalidad nueva. Esta filosofía rompe directamente contra el comunismo de Alain Baudio, contra la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel (la otredad), contra el logicismo de Cantor, contra el sustancialismo de Aristóteles. Al igual que Heidegger piensa que las verdades vienen de la desocultación; al igual que Wittgenstein el verdadero significado de las “cosas” se da en su relación con otras, no en diccionarios. En resumen, rápido e incompleto, se trata del desarrollo estético del relacionismo a través del contraste que llevado a sus últimas consecuencias se convierte en critica civilizatoria. Un libro excepcional que debe ser leído y estudiado universalmente. 


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