lunes, 18 de noviembre de 2024

LA RELACIÓN ENTRE LA FILOSOFÍA Y EL PODER COMO JUSTIFICACIÓN DE LA FILOSOFÍA

THE RELATIONSHIP BETWEEN PHILOSOPHY AND POWER AS A JUSTIFICATION OF PHILOSOPHY

 

Daniel Iván Loayza Herrera

Lic. en Historia por la Universidad Nacional Federico Villarreal, Lic. en Educación, especialidad en Filosofía y Ciencias Sociales, por la Universidad César Vallejo, Mag. en Educación, con mención en Gestión Educativa y Docencia por la Universidad César Vallejo, y Docente de la Universidad Privada San Juan Bautista. 

Correo e: danivan98@gmail.com

 

Resumen

El presente trabajo analiza la relación entre la Filosofía y el Poder como espacio de reflexión para repensar la función que puede cumplir la filosofía actualmente. Se plantea la posibilidad de que las ideas filosóficas puedan ser más que la justificación, la fuente de legitimación/deslegitimación del poder, para plantear que es todavía posible pensar en la Filosofía como fuente creadora de ideas e imaginarios posibles que permitan construir nuevos poderes y nuevas legitimaciones.

Palabras clave: filosofía, poder, ideología, crítica.

 

Abstract

This work analyzes the relationship between Philosophy and Power as a space for reflection to rethink the function that philosophy can currently fulfill. The possibility is raised that philosophical ideas can be more than justification, the source of legitimation/delegitimization of power, to propose that it is still possible to think of Philosophy as a creative source of ideas and possible imaginaries that allow the construction of new powers and new legitimations.

Keywords: philosophy, power, ideology, criticism.

 

I

A lo largo de la historia humana no hemos conocido de la existencia de poderes constituidos carentes de mecanismos de legitimación (Serrano, 1994). Pese a la diversidad de formas políticas y pre políticas bajo las cuales ha discurrido el


proceso histórico, todas ellas parecen tener un denominador común: todo poder, para ser aceptado, requiere estar legitimado (Weber, 2002).

La legitimidad es parte constitutiva del poder porque el poder no es tal si no es obedecido y no es obedecido si no es considerado legítimo por quienes lo ejercen. Para que el poder pueda seguir siendo tal debe asentarse sobre la aceptación de quienes lo acatan. Debe sostenerse sobre la convicción de que el poder que se ejerce es “justo” (Weber, 2012). Así, legitimidad y justicia son dos caras de la misma moneda o, acaso, dos términos que en lo que concierne al poder están relacionados.

Partiendo de lo anteriormente mencionado se debe acometer la tarea- harto difícil, además- de intentar definir qué es el poder. La dificultad radica en que toda definición supone una delimitación de los fenómenos comprendidos por dicho concepto, más aún cuando el término poder se entiende en una innumerable diversidad de ámbitos. Por ello, empezaremos esta complicada-pero no por ello menos interesante- tarea partiendo de que nos referimos a las relaciones de poder que se dan en el ámbito de las relaciones sociales y políticas de carácter estructural; es decir, las que comprenden a la sociedad en su conjunto. De acuerdo con esta perspectiva, diremos que el poder es el conjunto de relaciones sociales que determinan los espacios de la acción social, a partir de la diferenciación entre aquello que está permitido o es obligatorio de aquellos que está prohibido. Es decir, el poder no existe con independencia de las relaciones sociales. Más bien diremos que es una abstracción que da cuenta de la capacidad de dichas relaciones para otorgar permisos, obligaciones y prohibiciones de actuación a los miembros de la sociedad.

En los espacios sociales, las relaciones sociales y políticas implican, necesariamente, relaciones de poder. Ello se debe a que las relaciones son las formas de acción humana en determinadas sociedades. En la medida en que los hombres sujetan su actuación a dichas relaciones y no las cuestionan, estas se legitiman; pero en la medida en que estas relaciones son cuestionadas, estas pueden deslegitimarse a tal punto que los hombres, si están en posibilidad de hacerlo, pueden realizar acciones sociales abiertamente opuestas a las relaciones antes convencionales.

La Filosofía, como quehacer reflexivo radical, como actitud crítica y eminentemente cuestionadora, tiene el potencial de elaborar las ideas que sirven de sustento a las relaciones sociales; pero también el de analizar, criticar y deconstruir las bases sobre las que se fundamenta el poder. La relación entre la Filosofía y el poder es, de esta manera, problemática. Sus relaciones son complejas y la manera particular en que se han dado a lo largo de la historia así lo demuestra.

Por ello es pertinente advertir al lector que la compleja relación entre la Filosofía y el Poder no podrá ser agotada en el presente artículo, cuyo fin será tan solo el de ser una exploración sobre la posibilidad de que la Filosofía encuentre un por qué a partir su relación con el complejo fenómeno del poder.

La Filosofía nació como el esfuerzo por comprender el cosmos, primero, y al ser humano, después, desde una perspectiva racionalista radical. Emergió como un cuestionamiento hacia las visiones teológicas y anímicas sobre lo existente. Desde esta perspectiva, apareció como una herramienta para derribar “verdades” (irracionales), primero, y para construir otras que la reemplacen (racionales), después.

Vista desde esta perspectiva, la Filosofía tiene una naturaleza subversiva, cuestionadora de los cimientos que construyen la imagen del mundo y el papel que los seres humanos tienen en él. Es ese rol cuestionador del orden lo que provocó la condena a muerte de Sócrates, por parte de quienes querían salvaguardar a los poderes establecidos de la crítica del filósofo, acusado de “pervertir a la juventud y de no creer en los Dioses”.

Sócrates, al cuestionar a los dioses griegos, estaba atacando la posición de poder de los sacerdotes, de la jerarquía sacerdotal ateniense. Esa crítica bien pudo ser el comienzo del fin del statu quo. El poder respondió con la eliminación física de Sócrates y con un mensaje muy claro: la democrática en Atenas, la ciudad- estado que había permitido y promovido el libre pensamiento, no va a permitir la divulgación de ninguna idea que ponga en peligro la legitimidad del poder imperante, del statu quo.

En tiempos más recientes, la relación entre Filosofía y Poder sigue siendo tanto o más estrecha que en los lejanos tiempos de Sócrates. Fue, precisamente, desde la filosofía racionalista, humanista y liberal, que empezó el progresivo debilitamiento del orden eclesiástico feudal, de las relaciones de poder que habían encontrado su legitimación en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino y en su bien acabada lógica silogística, de origen aristotélico.

Las diversas corrientes filosóficas en pugna durante el ascenso de la burguesía, fueron promovidas y difundidas tanto por quienes cuestionaban el poder feudal imperante como por quienes lo defendían. El racionalismo humanista y la lógica de Bacon fueron armas eficaces que le permitieron a la burguesía hacer frente al tomismo y la lógica deductiva, al servicio del poder del clero y de los reyes europeos.

El racionalismo inductivista, postulado en el Novum Organon, permitió superar las concepciones escolásticas sobre el conocimiento; pero no solo eso. La obra de Bacon hizo posible el surgimiento de una concepción del conocimiento compatible con la burguesía y su activo papel en la transformación económica y social del mundo europeo. Aparece de este modo la concepción burguesa del conocimiento, basada en la ciencia moderna.

Los portentosos logros económicos del capitalismo, las revoluciones industriales y la radical transformación de las sociedades feudales y agrarias en sociedades burguesas, urbanas y capitalistas, no habría sido posible sin esta nueva lógica- que no era otra cosa que una forma distinta de ver el mundo y el papel del ser humano en él. Sin este apego a los hechos y la experiencia, como punto de partida de todo conocimiento e imagen sobre la realidad, la ciencia moderna no habría sido posible.

En este sentido, podemos comprender que la lógica inductivista y su aplicación en la investigación hayan servido de base a los logros científicos y tecnológicos del orden social burgués, tanto como al derrumbe del feudal. Sin embargo, y pese a ello, sostener que por que dicha lógica ha contribuido con la construcción del orden burgués y su legitimación frente al feudal, tiene un mero carácter de clase, que no trasciende a los probables intereses inmediatos de quienes la desarrollaron, pusieron en práctica y se legitimaron con ella, sería caer en un reduccionismo tan evidente como sostener que el conocimiento científico es un mero discurso al servicio de la clase dominante.

Sostener que la física cuántica, por ejemplo, que se desarrolló al amparo de la lógica inductiva de Bacon, es una vulgar interpretación burguesa del mundo sub atómico, no haría sino revelar un reduccionismo insostenible o, acaso, una ideología contra fáctica.

 

II

Si determinada filosofía se muestra como un conjunto de ideas al servicio de intereses concretos y terrenales, con prescindencia de todo interés por alcanzar un conocimiento cierto y demostrable, no hace sino mostrarse como simple ideología (Bochenski, 1998). La filosofía, de este modo, cumpliría el papel de mera ideología. Marx señaló este hecho, destacando que ello era consecuencia del carácter clasista de la sociedad, de los intereses y de la lucha que las clases establecen entre sí. Sin embargo, el propio Marx excluía a su propuesta intelectual y política de todo rasgo ideológico, en virtud de que el llamado socialismo científico conducía a la superación de la sociedad de clases y sus antagonismos.

Fue, precisamente, la denominación de “científico”, atribuido por Marx y Engels a su concepción, el resultado de la consideración de que su propuesta comunista y su interpretación del mundo representaban la liberación de la falsa conciencia. Marx y Engels se autoproclamaron los profetas de una interpretación del mundo que por primera vez develaba la auténtica naturaleza de las relaciones económicas, sociales, políticas y culturales. Así, el propio materialismo histórico fue proclamado como un corpus de verdades “científicas”, en contraposición con todas las demás concepciones del mundo, incluso las socialistas “utópicas” y anarquistas, consideradas por los fundadores del materialismo histórico como mera ideología.

Marx vaticinaba que el camino hacia el comunismo era inexorable. No solo se eliminaría a las clases y sus antagonismos, sino también al estado. Así, el pensamiento de Marx y Engels se revelaba como el de la clase (proletariado) destinada a desaparecer a las clases. El proyecto político destinado a desaparecer a la política. La búsqueda por conquistar el poder para desaparecer al poder. La dictadura que instauraría, finalmente, una sociedad ácrata.

Por consideraciones históricas, el materialismo histórico cumple un doble papel: es un arma política, una guía de acción para el proletariado; además, es una visión del mundo que hace posible comprender la auténtica naturaleza del poder y, por ende, de su extinción, con lo cual trasciende lo ideológico para llegar a lo científico.

Las ideas de Marx sobre las condiciones sobre las cuales se puede construir un conocimiento cierto o científico sobre la realidad material de la existencia son tributarias de las ideas del autor de Novum Organon. Bacon (1984), en su primer aforismo sobre “La interpretación de la naturaleza y el reino del hombre”, mencionó que:

El hombre, servidor e intérprete de la naturaleza, ni obra ni comprende más que en proporción de sus descubrimientos experimentales y racionales sobre las leyes de esta naturaleza; fuera de ahí nada sabe ni nada puede.

Fue, precisamente, sobre este planteamiento que Marx da sustento a su idea de cientificidad. La diferencia entre ciencia e ideología que Marx y Engels expusieron en la Ideología Alemana se basa en la diferenciación entre aquellas filosofías que no parten de las condiciones de reproducción de la vida material sino de las ideas (Ideología) y aquella filosofía que sí parte de las condiciones de reproducción de la vida material, lo que da lugar a la existencia de una filosofía científica. Ello es lo que permite la articulación entre materialismo dialéctico y materialismo histórico.

Se puede apreciar, de esta manera, la deuda que Marx tiene con Bacon, y cómo antes que Marx elaborara sus ideas ya existían filosofías que iban más allá de la mera ideología. Es evidente, entonces, que antes del materialismo dialéctico e histórico ya había ideas con un poder explicativo y argumentativo que va mucho más allá de los intereses de clase. El llamado que hizo Marx para que la filosofía transforme el mundo, en lugar de simplemente contemplarlo, tiene sentido solo cuando la correcta comprensión del mundo ya ha sido alcanzada, es decir, cuando el primer aforismo de Bacon ha sido cumplido. Por ello, sin conciencia de clase no hay revolución (Marx y Engels, 2010).

La cientificidad del marxismo, desde la perspectiva histórica, se asentaba sobre el hecho de contar con una teoría capaz de guiar el camino hacia el comunismo, que trasciende los intereses inmediatistas del proletariado y con ello a la lucha de clases y a las clases mismas; por tanto, a la condición para el surgimiento de ideologías.

Es en el proceso de transformación de la realidad que la terrenalidad y corrección de las ideas de la filosofía marxista debían confirmarse, que la objetividad de su planteamiento debía ser aceptado, que la cientificidad de su carácter debía ser confirmado. El proceso histórico, las posteriores revoluciones socialistas y la crisis general e irreversible del capitalismo debían confirmar que “el fantasma que recorre Europa” terminará por sepultar definitivamente al capitalismo.

Sin embargo, los tiempos de Marx no fueron los tiempos del comunismo, sino los de la lucha del proletariado por la adquisición de una conciencia de clase que le permitiera comprender su papel en la historia y la lucha que debía emprender. En este contexto, la filosofía del proletariado debía enfrentarse a las diversas filosofías burguesas, cada una de ellas arma ideológica de una facción de la burguesía, expresión simple y llana de sus intereses.

La diferencia histórica entre la filosofía del proletariado, que anunciaba el fin de las clases sociales y sus luchas, y las filosofías burguesas, que se limitaban a defender los intereses de dicha clase, fue uno de los factores que llevó a Marx a caracterizar a su filosofía de ciencia y a las filosofías burguesas de ideología. Al respecto, Marx (Marx y Engels, 1970, 50), sostuvieron lo siguiente:

Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales e dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas (…) Por ejemplo, en una época y en un país en que se disputan el poder la corona, la aristocracia y la burguesía, en que, por tanto, se halla dividida la dominación, se impone como idea dominante la doctrina de la división, de poderes, proclamada ahora como "ley eterna".

Sin embargo, al igual al anunciado fin de los tiempos y la llegada inminente de un salvador que no llega, las revoluciones socialistas no han dado lugar a nada de lo que Marx nos anunció proféticamente. El inminente fin del capitalismo no se ha producido, la revolución proletaria tampoco, más aún en un contexto en el que los avances de la inteligencia artificial y la robótica amenazan con desaparecer al proletariado en las economías más avanzadas. Todo ello ha hecho que la profecía liberadora anunciada por los padres del llamado “socialismo científico” se diluya como el agua a través de los dedos.

A la luz del siglo XXI, razonable espacio temporal que permite apreciar las fallidas experiencias socialistas del siglo precedente, el socialismo no ha sido en ninguna parte una superación histórica del capitalismo. Esta afirmación no nace de ningún prejuicio anti-socialista, sino de la observación objetiva de los hechos, tomando como referencia la propia teoría de Marx.

De acuerdo con Marx, el socialismo es, necesariamente, un nivel superior en el desarrollo de las fuerzas productivas con respecto al capitalismo. Para Marx el socialismo requería, por ser una etapa histórica superior, de una mayor capacidad de transformación de la naturaleza. En términos prácticos, un avance científico-tecnológico superior y una capacidad productiva mayor. En síntesis: un nivel mayor de progreso.

Independientemente de las valoraciones subjetivas que puedan hacerse, que se expresan en el reconocimiento o no de los llamados logros socialistas, se puede sostener con criterio de objetividad que no ha existido ninguna experiencia de algún sistema socialista real, inspirado en las ideas de Marx, que haya significado una superación en el desarrollo de las fuerzas productivas con respecto a los sistemas capitalistas más avanzados.

Es preciso advertir que para Marx el proceso histórico se puede comprender de manera objetiva a partir del dominio del ser humano sobre la naturaleza, por su capacidad para transformarla. La historia es la historia de la lucha de clases, pero no solo de la lucha de clases; lo es también del desarrollo de las fuerzas productivas que le da existencia a las propias relaciones sociales de producción, que hace posible la existencia de las propias clases. Estos planteamientos constituyen el corazón del llamado materialismo histórico, es decir, de la visión “científica” del marxismo.

En términos marxistas, entonces, diremos que ninguna de las experiencias socialistas ha significado una auténtica superación histórica con respecto al capitalismo, porque ninguna superó el desarrollo capitalista de las fuerzas productivas. En cambio, por ejemplo, el capitalismo sí es una superación histórica de las relaciones feudales de producción.

De acuerdo con la teoría marxista, el estado es un instrumento de clase, un aparato político-jurídico, destinado a garantizar la opresión de una clase por otra. Por ello, el socialismo, como período de transición entre el capitalismo y el comunismo (sociedad sin clases y sin estado), debía ir creando las condiciones para la desaparición de las clases sociales y el estado. Sin embargo, fueron los regímenes socialistas los que más estado tuvieron, es decir, los que contaron con un aparato de explotación de clase más amplio que durante el capitalismo, solo comparable a las experiencias del despotismo oriental. Fue durante los regímenes socialistas que el estado alcanzó un poder jamás visto a lo largo de la historia, reflejando, tal vez, que la sociedad estaba muy lejos de disolver la odiada explotación y que solo había reemplazado la explotación de una clase burguesa por la de una clase burocrático-partidaria.

Vista así la cosa, la filosofía marxista se nos presenta como una ideología, al igual que las filosofías burguesas. La idea de que una es teoría científica y la otra simple ideología se nos muestra equivocada por la misma razón que Marx creyó que su filosofía era la única científica: por la evidencia práctica, terrenal y concreta que el propio curso de la historia muestra y demuestra.

Hasta el momento se puede apreciar cómo la Filosofía, en lo que respecta a su relación con el Poder, aparece como simple ideología, como instrumento al servicio de determinados grupos e intereses. Frente a ello se formula una pregunta: ¿es sostenible dicha visión instrumental de la Filosofía o es posible entender a la Filosofía y su relación con el Poder de una manera más trascendente, menos simplista?

La interpretación más extendida del marxismo con respecto a la relación entre el ser y la conciencia es que en las sociedades de clase toda expresión cultural tiene carácter de clase. Así las cosas, toda filosofía tiene carácter de clase y, por tanto, toda filosofía es ideología.

Decir que toda filosofía tiene carácter de clase es decir que ninguna filosofía puede trascender las limitaciones de la clase a la cual busca legitimar. También es decir que toda filosofía busca legitimar a una clase. Ello tendría la excepción de la filosofía del proletariado porque al ser la filosofía de la transformación hacia el comunismo puede trascender a la misma clase obrera y sus intereses, por tanto, va más allá de su carácter ideológico.

 

III

Marx estaba convencido que el ser humano solo podría encontrar su liberación definitiva cuando pudiera apropiarse de la totalidad del producto de su trabajo. Esta fue la base de su concepción de la justicia y de la libertad, de una libertad que solo se puede alcanzarse plenamente cuando el estado deja de existir (comunismo) (Konder, 2017).

Las ideas que Marx tenía sobre la justicia y la libertad, sintetizadas en el aprovechamiento individual del fruto de su trabajo y en la ausencia del estado, eran plenamente concordantes con las ideas de John Locke, uno de los padres del liberalismo. Al respecto Ambriz-Arévalo (2015, 117), menciona: “Pero la libertad y la igualdad también fueron para Marx los principios más valiosos heredados de la ilustración que debían ser defendidos y llevados a la práctica a como dé lugar”.

Por paradójico que parezca, Locke, uno de los padres del liberalismo, y Marx, padre del llamado socialismo científico, tuvieron el mismo punto de partida y aspiraban, básicamente, al mismo tipo de libertad y justicia distributiva (Roux, 2019).

Según Locke:

27. Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean a todos los hombres comunes, cada hombre, empero, tiene una "propiedad" en su misma "persona". A ella nadie tiene derecho alguno, salvo él mismo. El "trabajo" de su cuerpo y la "obra" de sus manos podemos decir que son propiamente suyos. Cualquier cosa, pues, que él remueva del estado en que la naturaleza le pusiera y dejara, con su trabajo se combina y, por tanto, queda unida a algo que de él es, y así se constituye en su propiedad. Aquélla, apartada del estado común en que se hallaba por naturaleza, obtiene por dicho trabajo algo anejo que excluye el derecho común de los demás hombres. Porque siendo el referido "trabajo" propiedad indiscutible de tal trabajador, no hay más hombre que él con derecho a lo ya incorporado, al menos donde hubiere de ello abundamiento, y común suficiencia para los demás (Locke, s/f ,10).

Por su parte, Marx, mostrando una enorme coincidencia con Locke sostuvo lo siguiente:

En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades! (Marx, 2004, 30-31).

Las diferencias entre ellos estaban centradas, en gran medida, en el camino que se debía transitar para llegar a ello. Según Locke, solo se puede llegar a la justicia distributiva a través de la libre disposición del hombre con respecto al fruto de su trabajo, lo cual podía garantizarse solo a través de la propiedad privada. Marx, por su parte, también consideraba que el hombre solo sería libre cuando pudiera gozar de la totalidad del fruto de su trabajo. La diferencia estriba en que Marx consideraba que la propiedad privada, lejos de garantizar dicha libertad y justicia distributiva, había llevado a la explotación del proletariado. 

La crítica de Marx a la plusvalía resume su rechazo al hecho de que los hombres no puedan disfrutar de la totalidad del valor creado por ellos, de que parte de la riqueza les sea arrebatada por quienes tienen la propiedad de los medios de producción. He ahí donde nace la diferencia con Locke: mientras el pensador liberal cree que la propiedad privada garantiza la justicia distributiva; el socialista cree que la propiedad privada la impide.

¿Cómo poder explicar que la posición de Locke y de Marx coincidieran en dos aspectos tan medulares de la filosofía política como son la concepción de la justicia y la libertad, pese a que representan a dos clases que, de acuerdo con la filosofía marxista, están en una pugna irreconciliable?

¿Por qué la misma idea de la justicia redistributiva es ideología cuando la defiende Locke y filosofía o teoría científica cuando la plantea Marx? ¿Por qué la misma idea de libertad es ideología si la plantea Locke y filosofía científica cuando la sostiene Marx?

Estas cuestiones ponen en evidencia que no es sostenible plantear que toda filosofía es la simple expresión de los intereses de una clase. La formulación sobre la relación mecánica de dependencia entre la filosofía con respecto a las posiciones de clase, propia de la tradición marxista más ortodoxa, refleja, en este caso, su arbitrariedad y simplismo.

Aceptando que la Filosofía, en general, no es la simple expresión de los intereses de una clase, podemos aceptar que toda la Filosofía no puede ser reducida a la condición de simple ideología, al servicio de la una clase o grupo. Ello no supone que determinadas Filosofías no hayan cumplido el papel de ideologías legitimadoras; sin embargo, esta constatación no implica que podamos referirnos en esos términos a la Filosofía en general.

 

IV

Partiendo de la premisa de que no toda Filosofía es una expresión ideológica de los intereses de clase, podemos plantearnos la idea de que es posible producir ideas filosóficas que no respondan a intereses inmediatos, egoístas, de grupo, de clase. Es posible producir filosofías que sean un punto de encuentro entre los diversos individuos y grupos de la sociedad, que realicen una crítica del poder que lleve consigo una propuesta integradora, que no respondan a simples divisiones sociales o al espíritu de facción. Es decir, es posible producir filosofía y no simple ideología.

La Filosofía puede cumplir un importante papel en la generación de espacios críticos de reflexión y de imaginación de un mundo distinto y mejor para todos, sobre nuevas relaciones de poder, para proponer otras que sean alternativas a las existentes.

En este sentido, podemos sostener que la Filosofía puede cumplir un papel clave en la crítica de las relaciones de explotación/dominación, en la configuración de nuevas relaciones sustentadas en la libertad y la justicia, así como en la crítica de aquellas ideologías que dicen interpretar a las relaciones sociales y de poder.

Como quiera que las relaciones de poder están sustentadas, en última instancia, en diversas ideas; para que sus formas dominantes y explotadoras sean deslegitimadas y reemplazadas por otras que garanticen la libertad y la justicia, es imprescindible el desarrollo de una crítica desde el ámbito de la Filosofía. Por tanto, la existencia de la Filosofía no es solo pertinente sino además necesaria.

 

Conclusión

Es posible desarrollar filosofías que trasciendan el carácter de clase. A lo largo de la historia se han desarrollado dichas filosofías. La filosofía no está condenada a ser mera ideología legitimadora/cuestionadora. Por ello, la filosofía tiene la capacidad y el poder para trascender la inmediatez del ser humano. En este sentido, la Filosofía encuentra su plena justificación en la necesidad de realizar una crítica de aquellas formas sociales y políticas que impiden la creación de relaciones basadas en la libertad y la justicia. La razón de ello es que tanto la libertad individual como la justicia distributiva basada en el aprovechamiento individual del producto del trabajo y de la creación son planteamientos que, al haber sido enarbolados tanto por la filosofía liberal como por la filosofía marxista, han mostrado que están más allá de aquellos planteamientos legitimadores de la burguesía y el proletariado. 

En este sentido, la Filosofía, como crítica del poder, tiene una plena justificación como espacio en el que se pueden crear y recrear planteamientos que nos permitan imaginar un mundo distinto del existente. La Filosofía constituye, en este sentido, un espacio de reflexión que nos permite seguir proyectándonos hacia el futuro.

 

Bibliografía básica

Ambriz-Arévalo, Gerardo La ideología en Marx. Más allá de la falsa conciencia. Revista Pensamiento y Cultura, vol. 18, núm. 1, junio, 2015, pp. 107-131. Cundinamarca: Universidad de La Sabana.

https://www.redalyc.org/pdf/701/70142406005.pdf

Bacon, F (1984) Novum Organon. Madrid: SARPE.

Bochenski, J (1994) Filosofía e ideología. Revista Pensamiento y Cultura. N° I pp. 65- 76.

Konder, L (2017) Marxismo y alienación: contribución a un estudio del concepto marxista de alienación. Dynamis.

https://editorialdynamis.wordpress.com/wp-content/uploads/2018/06/libro-konder-final.pdf

Locke, J (s/f) Segundo Tratado sobre el gobierno civil. Madrid: Alianza Editorial. https://cinehistoria.com/locke_segundo_tratado_sobre_el_gobierno_civil.pdf

Marx, K. (2004) Crítica del Programa de Gotha. Fundación Federico Engels.

Marx, K. y Engels, F. (1970) La ideología alemana. México, D.F.: Ediciones Grijalbo.

Marx, K. y Engels, F. (2010) Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosóficos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y la Rana. http://www.cenal.gob.ve/wp-content/uploads/2015/11/Tesis-sobre-Feuerbach.pdf

Roux, R. (2019). Liberalismo y socialismo. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales35(136-137). 

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.1989.136-137.70648

Serrano, E (1994) Legitimación y racionalización. Weber y Habermas: la dimensión normativa de un orden secularizado. México, D.F.: Universidad Autónoma Metropolitana.

Weber, M. (2002) Economía y sociedad. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica

Weber, M. (2012) Sociología del poder: los tipos de dominación. Madrid: Alianza Editorial.

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