miércoles, 3 de enero de 2024

LA PROTESTA COMO EXPRESIÓN INTRÍNSECA DE LA INSATISFACCIÓN HUMANA

 PROTEST AS AN INTRINSIC EXPRESSION OF HUMAN DISSATISFACTION

Luis Enrique Alvizuri, Comunicador y ensayista

Correo-e: luisalvizuri@yahoo.com

Resumen

El ser humano no conoce cuál es su manera natural y correcta de vivir por cuando ya no se sujeta a las leyes de la naturaleza como sí lo hacen el resto de los animales. Eso lo obliga a crear sistemas sociales artificiales, llamados sociedad, los cuales se basan únicamente en lo que él piensa que es lo más conveniente para el momento que vive. Pero eso no elimina las naturales diferencias que existen entre los individuos, las cuales van desde los más fuertes y adaptados hasta los más débiles e inadaptados, siendo esto la causa principal que provoca la insatisfacción de los últimos. Esta insatisfacción se manifiesta de diferentes maneras e intensidades, siendo ello considerado, por los sectores más acomodados y que se benefician con el sistema, como una “protesta” que se debe combatir y eliminar para que no peligre la unidad y el equilibrio de la sociedad.

Palabras clave: Insatisfacción, sociedad, leyes, discurso, protesta.

 

Abstract

The human being does not know what is his natural and correct way of living when he is no longer subject to the laws of nature as the rest of the animals do. That forces him to create artificial social systems, called society, which are based solely on what he thinks is the most convenient for the moment he lives. But that does not eliminate the natural differences that exist between individuals, which range from the strongest and most adapted to the weakest and most unadapted, this being the main cause of the dissatisfaction of the latter. This dissatisfaction is manifested in different ways and intensities, being considered by the wealthiest sectors and those who benefit from the system, as a "protest" that must be fought and eliminated so that the unity and balance of society is not endangered.

Key words: Dissatisfaction, society, laws, discourse, protest.

 

Introducción

Todo el fenómeno humano tiene un solo origen: la incertidumbre. Sea en la época que sea, el hombre mantiene hasta hoy su estado de asombro e intriga ante su ser, siendo esto lo que lo lleva a reflexionar sobre sí mismo, sobre los demás y sobre el mundo en el que vive y lo rodea. A diferencia de los animales, que se limitan a cumplir estrictamente lo dispuesto para ellos por la naturaleza, siendo esta su rectora y única ley, el ser humano ha roto con ella, con su lógica y su sentido, para crear el suyo propio que es producto de las infinitas interpretaciones que le da al misterio de su existencia. Pero cuando decimos existencia no hablamos solo de su organismo, que es la parte que menos lo identifica, sino de su pensamiento, de su mundo interior que le habla y con quien él dialoga.[1]

El hecho de ser creador de su propia realidad, que la ha imaginado previamente y la ha puesto en práctica, lleva inevitablemente a la relatividad de lo real, puesto que no hay dos personas que la vean igual. Para que un solo pensamiento se convierta en una explicación, en una verdad, necesariamente tiene que haber un consenso, un estado de común acuerdo dentro de la sociedad (puesto que el ser humano es individuo y es sociedad al mismo tiempo) para que ello sea aceptado. Es aquí donde se da inicio a otro fenómeno que es el de la discrepancia de pareceres y criterios para que dicho consenso sea tal como se quiere y que produzca los resultados que se esperan. En esto interviene otro factor que no es solamente humano sino más bien natural: las diferencias biológicas y caracterológicas entre individuos.

 

Normalmente entre las especies mamíferas es notorio que se dan categorías, rangos de dominancia y, por ende, de preferencias. La simple observación del comportamiento animal, y particularmente los estudios hechos en los simios, revelan que necesariamente se producirán siempre relaciones de tensión y lucha entre ellos, principalmente entre los machos de la manada. Este aspecto también se da en el hombre, y es algo que no puede evitar pues viene de origen. De modo que la organización de la sociedad humana tiene que contemplar dicho elemento esencial e importante puesto que esta es la causa primaria de lo que se conoce como la lucha por el poder, la pugna por obtener los privilegios y las primicias que permiten la supervivencia de los más fuertes o adaptados.

Es así que toda agrupación humana no puede dejar de vivir en constante tensión y confrontación interna la cual, a duras penas, puede ser aminorada o controlada por la idea fundadora, aquella en torno a la cual se construyen los mitos que le dan sentido a toda sociedad. La historia, tanto como la memoria ancestral, nos revelan que, por más que se quiera mantener el equilibrio entre los más fuertes y los más débiles, esto en la práctica no se da, o bien, se da, pero limitadamente, rozando los márgenes, pero no lo suficiente como para que la unidad de toda la población se rompa. Es de este modo que la historia del ser humano se reduce a una constante de cambios y modificaciones acerca de sus diferentes ideas y cosmovisiones, siendo esto lo que hace que las sociedades tarde o temprano pierdan la fe en sus raíces fundacionales y terminen disolviéndose para, o bien desaparecer, o con el objetivo de formar otras, pero con otras ideas-madre que atraigan y agrupen a los individuos.

Desde este punto de vista, lo que determina entonces el vaivén de la humanidad es la constante búsqueda de un sistema social perfecto o “natural” para el ser humano, cosa que hasta ahora no se ha encontrado, siendo todos los propuestos hasta la fecha únicamente opciones que surgen según las circunstancias dadas (geográficas, poblacionales, de conocimiento de la naturaleza, etc.) y que, por ello, terminan siendo desechadas debido a que pierden coherencia o “veracidad” respecto a las nuevas situaciones que se presentan. Por lo tanto, el proceso de creación de maneras de asociación resulta no tener fin, deviniendo esto en un proceso aleatorio supeditado a muy diversos factores que, en la mayor parte de los casos, no dependen del propio hombre.

Sobre el estado de insatisfacción

Como se ha dicho, el ser humano es, de por sí, un ser que vive en un estado de permanente incertidumbre, ocasionando con ello una profunda sensación de inseguridad y temor frente al reto que significa el tener que vivir a pesar de ello. Lo normal, según la naturaleza, sería que se ubicara en el medio específico dentro del cual se desempeñase con naturalidad, es decir, siguiendo el patrón de conducta de cualquier otro animal que es sobrevivir, reproducirse y morir. Pero, a diferencia de ellos, el ser humano no sabe cuál es ese “medio natural” para alguien que, como él, se piensa a sí mismo y que, producto de eso, elabora sus propias leyes y reglas para su transitar por el mundo. Ese “no saber”, ese ignorar todo sobre él y sobre lo demás, es lo que le genera diversos estados mentales asociados con la angustia, el pánico, la duda, la perplejidad y muchos otros igualmente agudos e inquietantes.

En pocas palabras, además de tener que ejecutar las tareas adecuadas para mantener su cuerpo, el hombre tiene que filosofar, pensar y diseñar “el mundo” que necesita para poder “explicárselo” y, con ello, vivirlo. Eso lo obliga a concebir esquemas que satisfagan lo más posible su principal preocupación que no es el solo existir sino el saber por qué lo tiene que hacer. Esto es lo que le impele a tratar de descubrir las “causas” que supone son las que le han ocasionado dicho “problema”, atribuyéndolas a aspectos místicos, naturales o de cualquier otro género. El resultado de este pensar o filosofar viene a ser una serie de creencias que, desarrolladas mediante la palabra o la simbología, conforman la piedra angular del tipo de sociedad que se deba ajustar a ellas.  

Pero el hombre sabe bien que estas “verdades” no provienen de entidades ajenas a él, sea la naturaleza o los dioses, sino únicamente de su propio magín, de su inspiración, por lo que inevitablemente llegarán, tarde o temprano, a ser contrastadas y cuestionadas por algunos acontecimientos que no podrán explicar, poniéndose así en duda su legitimidad. Estas sospechas de que las “leyes sagradas” establecidas desde el inicio de la sociedad no lo aclaran todo es lo que va minando su lealtad hacia ellas. Con la pérdida de esta lealtad vienen las críticas y el enfrentamiento entre quienes las defiendan y los que las critican, de tal modo que se producirán múltiples discrepancias respecto a su validez y efectividad como también acerca de la legitimidad de quienes las administran. Es por ello que todas las sociedades sufren permanentemente de disputas internas entre los sostenedores de tales leyes y tradiciones, calificados como conservadores, y los que las rechazan y propugnan los cambios, llamados los renovadores o revolucionarios.

Fenómeno de masas

Los cuestionamientos que se hacen a las leyes instauradas no son producto de un solo individuo ni de algunos sino de sectores que ya no se sienten cómodos ni representados por el sistema imperante. Estos pueden ser pocos, lo cual los lleva a ubicarse como los marginales y disconformes que aspiran a que algún día se produzcan las transformaciones que ambicionan o, en un caso extremo, que todo el conjunto desaparezca. Pero también puede tratarse de una parte significativa de la población que procura hacerse oír para dar a conocer su punto de vista opositor.

Es de ese modo cómo la sociedad genera sus propias divisiones internas que van desde los que se sienten muy satisfechos con la estructura imperante hasta los que albergan un desencanto y una desazón permanentes debido a que no reciben los derechos y beneficios que a otros se les facilitan. Esto hace que la sociedad siempre se encuentre en estado de tensión, correspondiéndoles a sus dirigentes el procurar que esto no llegue al punto en que se pierda la estabilidad. Son los gobernantes los llamados a establecer las fórmulas y disposiciones más idóneas para que tanto los satisfechos como los insatisfechos puedan convivir en cierta armonía, aunque nunca se logre una equidad total.

El discurso alternativo

Los segmentos sociales apesadumbrados y en discordia con el sistema imperante suelen justificar su desagrado mediante argumentos y razones que, juntas y ordenadas, vienen a conformar el discurso alternativo al oficial, que es el que dice que se vive en la mejor de las sociedades posibles y que los gobernantes tienen la obligación de reafirmar. Este discurso alternativo puede remitirse a las leyes y a los mitos fundacionales para sostener que lo que allí se dice no se está cumpliendo a cabalidad en la sociedad, o, por el contrario, que se ha trastocado su objetivo principal o que los encargados de hacerlo no los están respetando. Pero también pueden argüir que estos principios se han vuelto obsoletos y que ya no reflejan la realidad contemporánea, siendo esto lo que produce su inoperancia y la injusticia social.

De modo que dichos discursos pueden ser la semilla para hacer que la sociedad corrija y subsane los defectos mencionados o el germen de una nueva, una completamente distinta a la anterior. Es en estas ocasiones que nacen las utopías, que vienen a ser modelos de sociedades ideales o idealizadas que sirven de horizontes hacia donde es posible encaminarse. Las utopías son faros que iluminan las esperanzas de los perdedores y desheredados, de todos aquellos a quienes se les niega el disfrutar de un nivel de vida similar o igual a la de los sectores privilegiados. Estos discursos utópicos suelen encontrarse insertos tanto en los textos religiosos como en las expresiones artísticas, culturales y políticas. En toda organización política que desarrolle un ideario igualmente habrá un componente imaginario y superlativo que va más allá de la realidad y que sirve de guía y de modelo de conducta para sus militantes y seguidores.

La gradualidad de la insatisfacción

En la mayor parte de los casos el estado de insatisfacción que hay en toda sociedad suele diluirse o canalizarse a través de varias vías de escape que permiten el desahogo de los afectados. Es con ello que la sociedad libera las emociones negativas contenidas que, de no hacerlo, podrían servir de aliciente para que provoquen un enfrentamiento directo con el poder. De ahí la importancia de disponer de momentos de descanso, relajo, diversión, distracción y todo orden de manifestaciones que tengan por finalidad producir la catarsis general, logrando con eso que la aspiración de alcanzar otra forma de vida se postergue o se olvide por algún tiempo.

Sin embargo, esto no suele ser ni suficiente ni permanente, ya que la desesperación inevitablemente se agudizará con el paso de los años y con los acontecimientos imprevistos como pueden ser las guerras, los desastres naturales, el crecimiento caótico de la población, etc. Habrá períodos en que los descontentos intentarán presentarse ante el poder para denunciar sus reclamos o aspiraciones, como también para exigir que se hagan las reformas que ambicionan o que se redirija el rumbo de la sociedad. En última instancia se quebrará el diálogo produciéndose las revoluciones, que es cuando ya no se buscan las reformas sino más bien la instauración de un nuevo paradigma que revierta el antiguo sistema.

En ciertas ocasiones, ante el fracaso de la revolución, lo que ocurrirá será una división de la unidad social, surgiendo de ello dos o más entidades nuevas, cada cual con su particular manera de constituirse.

 

Conclusión

El desarrollo de la humanidad a lo largo de la historia tiene por característica la búsqueda permanente de una forma de vida que sea la más adecuada o la “verdadera” para el ser humano, pero ello no se ha logrado ni deduciéndola del comportamiento de la naturaleza ni creándola artificialmente. Eso explica por qué hasta ahora no hay sociedad que sea perfecta, puesto que todas son solo idealizaciones supeditadas a diversos factores como las naturales diferencias que hay entre los individuos, así como los fenómenos naturales imposibles de predecir y evitar. Estas sociedades pueden durar poco o mucho, pero a la larga se desintegrarán como consecuencia de la presión de los grupos sociales que se perciben como los más perjudicados y que se manifiestan, parcial o totalmente, abierta o veladamente, en contra de sus leyes fundacionales por ya no ser capaces de satisfacer las necesidades tanto materiales como inmateriales de este segmento. Las protestas, en ese sentido, son una parte inherente de todo estado de inequidad y desequilibrio que se da al interior de todo tipo de sociedades.



[1] El impulso filosofante. Luis Enrique Alvizuri. Ensayo inédito.


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