lunes, 29 de agosto de 2022

LA GUERRA DESDE UN PUNTO DE VISTA FILOSÓFICO

El 3 de mayo en Madrid por Francisco de Goya (1814).


Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo, publicista, cantautor y ensayista.

Correo-e: luisalvizuri@gmail.com


Antes que nada, la filosofía no es exclusiva de Occidente (de los griegos precisamente) sino una actividad propia del ser humano. Sin filosofía no existiría humanidad, de modo que todos los pueblos de la Tierra la han hecho y la hacen a su manera, que no es igual, ni tiene por qué serlo, a la que se hace en Occidente. Dicho esto, pasemos a filosofar sobre la guerra. En primer lugar, viéndola a la distancia, o sea, incluyendo en ello a toda la naturaleza y no solo al hombre, se trata del uso de la violencia para lograr un objetivo o un resultado. La vemos en los animales, a quienes no podemos acusar de “actuar mal” pues siguen puntillosamente los designios de la naturaleza. Sin el ejercicio de la violencia prácticamente la vida se paralizaría y se convertiría en un estanque inmóvil y putrefacto, destinado a secarse y desaparecer. Y no solo la vida necesita de la violencia sino el Universo entero. Basta una simple mirada por medio de un telescopio para comprobar el estado de intensa violencia que se da en él, tanto en las estrellas como en las galaxias.

De modo que lo que nosotros llamamos “guerra” no es otra cosa que aquello que permite la movilidad y el recambio, lo cual faculta el desplazamiento de la materia de un lugar a otro. Podríamos decir que vida es igual a violencia, mientras que muerte es paz. Pero ello no quiere decir que el estado de violencia (o de guerra) sea permanente, y allí está lo importante. La vida es un proceso de compulsión, como el corazón o el motor de un carro. En un momento explota para luego aquietarse. Lo mismo pasa con los átomos, que van desde la inestabilidad a la estabilidad, creando con ello un “ritmo” que es esencial para que la intra materia se una y desuna. Por lo tanto, los seres humanos, que somos producto de dicha materia, no podemos ser más que un reflejo de lo que ella es. Cuando observamos cómo funciona nuestro cuerpo a nivel microscópico descubrimos que en todo él existe un constante combate entre seres que le hacen daño y los que le hacen bien. Al final los que lo destruyen inevitablemente triunfarán, y a eso le llamamos “muerte”. Pero ello es parte de la misma vida, pues con la muerte esta resucita.  

La violencia o la guerra la practican también ciertos animales que están al alcance de nuestra vista, como son las hormigas y las abejas. Ellas se organizan para invadir, saquear y matar a sus colegas de especie y lo hacen sin ningún remordimiento ni pesar; simplemente esa es la forma cómo subsisten durante siglos y siglos. Igualmente, cuando estudiamos el comportamiento de los primates (cosa que podemos comprobar con los estudios hechos por Diane Fossey y Jean Goodall) nos damos cuenta de la importancia que tiene el que se hagan la guerra entre ellos para su preservación. No es “la maldad” lo que los impulsa sino una ley que los obliga a hacerlo y, gracias a ello, es que existimos nosotros. De no ser así, el ser humano no hubiese aparecido puesto que los primates se habrían extinguido.

De modo que está claro que la violencia o la guerra es necesaria para la vida tanto de la naturaleza como del ser humano. No podemos prescindir de ella pues es tan natural como el comer y el dormir, algo que está en nuestros genes y que no tenemos que preguntarnos si la queremos hacer: simplemente se va a dar en el momento que deba. Suena doloroso y hasta infame decirlo, pero es la más pura y cruda verdad. Si tomamos un libro de historia, de cualquier civilización o cultura, lo que vamos a encontrar allí no es otra cosa que cómo hemos desarrollado nuestra violencia por medio de la guerra. Sin eso hasta ahora estaríamos viviendo en las cavernas en pequeños grupos de recolectores y cazadores. Es la guerra, la necesidad de atacar y defendernos, lo que nos ha permitido desarrollar toda la tecnología que hoy usamos, desde el simple palo hasta el más complejo cohete nuclear.

Toda la llamada Era Industrial de Occidente no existiría sin la necesidad de ir a conquistar y colonizar a los demás pueblos del planeta para obtener de ello los alimentos y placeres que ahora nuestras ambiciones desatadas nos piden. El actual comercio de las drogas, que generan una violencia y una guerra constante cada día en todas partes, no se daría si no fuera por la urgencia de los más ricos por sentir “el gusto y el disfrute de estas”, a pesar que anualmente mueren cientos de miles a consecuencia de ese capricho. De esto se deduce que las guerras no son todas iguales: van desde las más evidentes, donde participan los soldados con sus armas, hasta las más silenciosas y oscuras que producen igualmente muertes pero que no son consideradas como “guerras” sino como “mecanismos” para obtener beneficios. Tal es el caso de la producción de elementos de consumo masivo que provocan millones de muertos pero que no se consideran crímenes, como es el caso del tabaco, las drogas o la comida chatarra, así como numerosos productos “medicinales”.

Igualmente, el ser humano hace otras “guerras” pero que no necesariamente requieren de la fuerza bruta sino de la astucia y el engaño, como son los préstamos de dinero con los que se esclavizan o explotan a millones de seres humanos haciéndolos vivir en la pobreza y miseria con el fin de que no se rebelen y mantengan esa condición de manera permanente. Esto lo realizan los países desarrollados quienes, con cara sonriente y amable, les “ofrecen” a los países pobres grandes sumas de dinero para que paguen las que deben y así el círculo vicioso se perpetúe lo más posible. A consecuencia de ello mueren millones, pero de hambre, de mala alimentación y de diversas enfermedades. La violencia y la guerra a través de la economía es lo más constante que hay dentro del sistema de mercado o capitalismo, tal como lo dicen las cifras, aunque no es presentada como “guerra” a pesar de que su intención tiene el mismo fin: obtener una ventaja mediante el uso de una forma de coacción.

Por todo ello las guerras nunca se van a ir del ser humano, como tampoco de la naturaleza, y es algo que, si no lo aceptamos, vamos a vivir siempre en el mundo de las fantasías y de la irrealidad al perseguir algo que es contranatura. Si hay alguna cosa que no debe sorprendernos jamás es del uso de la violencia y de las guerras en nuestra vida cotidiana. En el lapso de una vida, de una generación, siempre las habrá, prueba de ello son las de Corea, Vietnam, Serbia, Irak, Afganistán y ahora Ucrania, además de otras decenas más que en estos instantes se vienen dando pero que no tienen la misma “publicidad” del mainstream occidental (por razones obvias, pues lo que se quiere es mostrar las que hacen los demás y ocultar las propias). Todas serán siempre horribles, trágicas, pero la vida es en sí misma una tragedia permanente (lo dicen todos los libros y las religiones) y lo único que queda es admitirlo, tal como admitimos que a todos nos llegará la muerte algún día.

Y de esto último se trata: de que, así como asumimos la muerte con resignación, igualmente debemos hacerlo con respecto a las guerras. Ninguna es “justa ni injusta”; simplemente son “humanas”, y el ser humanos es lo que nos identifica. Sentir pena, frustración, rabia, odio, tristeza ante ellas es inevitable y es parte de la vida. Ante eso ¿qué nos dice la sabiduría? En primer lugar, aceptación, comprender que esa es nuestra naturaleza y nuestro modus operandi, cosa que no vamos a cambiar nunca. Y en segundo lugar, procurar estar preparados para ello. ¿De qué manera? Filosofando o siguiendo los consejos de una religión, cualquiera que ella sea, puesto que estos son los dos métodos que el ser humano ha creado como respuesta ante dicha circunstancia. Solo quienes profundizan en ambas y siguen sus recomendaciones podrán soportar el enfrentamiento ante una realidad que va más allá de nuestra voluntad y nuestros deseos.

Todo esto sonará demasiado cínico y cruel, pero la verdadera filosofía es así: directa y descarnada, como el dictamen de un médico ante una enfermedad. Quien diga lo contrario no estará ejerciendo la filosofía sino mintiendo para dar un consuelo, como se hace con los niños, porque filosofar no es consolar sino buscar la verdad, así esta nos cause pesar.

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