jueves, 30 de septiembre de 2021

SÍMBOLOS Y BICENTENARIO *


Jorge Bedregal La Vera, Historiador por la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba y Magíster en Ciencias, con mención en Comunicación por la Universidad Nacional de San Agustín 

Correo-e: vbedregal@unsa.edu.pe

Resumen:

El objetivo del ensayo es tratar de entender la «ciudadanía de baja intensidad» imperante en el Perú contemporáneo. El inacabado proceso de construcción de Estado-Nación viene a ser una de las explicaciones. Se aborda el tema de los símbolos nacionales peruanos que han perdido sustancia y contenido para convertirse en simples referentes formales que no contribuyen a la construcción de una ciudadanía sana y democrática.

Palabras clave: Estado Nación, símbolos nacionales, ciudadanía, democracia, historia.


SYMBOLS AND BICENTENNIAL

Abstract: 

The aim of the essay is to try to understand the "low intensity citizenship" prevailing in contemporary Peru. The unfinished process of building the Nation-State becomes one of the explanations. The issue of Peruvian national symbols that have lost substance and content to become simple formal references that do not contribute to the construction of a healthy and democratic citizenship is addressed.

Keywords: Nation State, national symbols, citizenship, democracy, history.


Uno de los problemas más acuciantes de las Ciencias Sociales peruanas radica en la búsqueda de razones y explicaciones que nos aclaren el porqué seguimos siendo una nación inconclusa que ha sido incapaz, en doscientos años, de tener ciudadanos plenos que ejerzan sus derechos y cumplan con sus obligaciones. 

El proceso electoral más reciente que se ha dado en nuestro país ha hecho visibles una cantidad monstruosa de grietas, desfases y perversidades en nuestra construcción nacional. Por un lado, la candidata Keiko Fujimori representando a una dinastía permanentemente ligada a gravísimos hechos de corrupción desde hace más de 30 años y que además, colecciona una serie de acciones desestabilizadoras y abiertamente anticonstitucionales; pero que se presenta como la salvadora del país ante la posibilidad de una sorpresiva candidatura de izquierda radical.

Por el otro lado, un partido que, según las encuestas previas no aparecía sino en el gaseoso y casi anónimo grupo de los “otros” y que sorprendentemente terminó convocando a una cantidad significativa de electores alcanzando a pasar a una segunda vuelta. Las alusiones a la cercanía de Perú Libre a Sendero Luminoso y sus prácticas terroristas se convirtieron en el eje de una campaña agresiva y millonaria por parte del fujimorismo. El fantasma de un comunismo victorioso apareció en la lid política por primera vez en la historia del Perú. 

La estrategia de la candidata Fujimori fue encabezar una muy agresiva campaña en la que ella aparecía como la defensora democrática que lucharía contra la opción comunista. A los usuales términos descalificadores de sus opositores como “caviar”, “progre”, “rojo” o “terruco” se añadieron “comunista”, “chavista” o “bolivariano”. Se empezó a configurar una narrativa previsible de democracia vs. dictadura que en el discurso persistentemente racializado peruano, también adquirió rasgos de civilización vs barbarie, serranos y cholos contra limeños, costa contra sierra, etc.

Para aumentar el poder del discurso polarizante, el partido Fuerza Popular decidió centrar su eje en la idea de que no se elegía entre izquierda o derecha, sino que en esta elección se jugaba el destino del Perú como nación contra la amenaza del comunismo totalitario. Tratando de superar la magnitud del anti-voto que siempre ha acompañado las campañas de Keiko Fujimori, se colocó en el centro de su retórica la idea de que el voto por Fuerza Popular era de salvación al Perú mientras que el voto a Perú Libre implicaba la condena de un futuro comunista y una “venezuelización” de la economía y la sociedad.

La candidata y su equipo limitaron el uso de camisetas color naranja (que hasta ese momento era el color tradicional del fujimorismo) para implementar el uso de la camiseta de la selección peruana de fútbol. Esta estrategia fue bien recibida por la población electoral ya que la selección peruana alcanzó la ansiada e histórica clasificación al mundial de Rusia 2018 y aún cuando la participación de la selección fue mediocre, el solo hecho de clasificar es uno de los triunfos deportivos más importantes del siglo. 

Precisamente esta campaña política y la resemantización de los símbolos integradores de la nación son el punto de partida del presente ensayo. Partimos de la ruptura de la tradicional manera de definir los procesos históricos de lo que es un Estado-nación. Se consideraba que la nación, necesariamente, precedía a la figura del Estado. De esta manera, un amplio grupo de personas que tuvieran en común un territorio definido, una lengua hegemónica o única, una religión mayoritaria y una historia común devenía, casi de manera indefectible, en Estado-nación. 

En este contexto, el famoso trabajo de Benedict Anderson “Comunidades Imaginadas. Reflexiones Sobre el Origen y Difusión del Nacionalismo” (Anderson 1993) resultó ser revolucionario. Para el autor, la nación es en realidad, una sensación. Apelando al sentimiento, un grupo de personas “diseña” una comunidad (la imagina). Determina de manera aproximada las dimensiones del espacio que debe ocupar, alimenta la hegemonía lingüística, asume una religión “nacional” y oficial y estimula la redacción de una “narración de la nación”, es decir, una historia oficial. La existencia necesaria e imprescindible de un museo con un pasado exhibible, un cenotafio que cante los valores heroicos de los ancestros que ayudaron en la construcción de la comunidad imaginada y el desarrollo del “capitalismo impreso”, es decir los medios de comunicación escritos donde terminan de cuajar las comunidades formuladas como tales, la historia oficial, la descripción del territorio y, en general, el sentido común propio de la nación.

Todo este proceso se condensa en la existencia de los llamados símbolos patrios que se convierten en los elementos cohesionadores que identifican a los miembros de la nación y que reflejan sus características históricas, culturales y hasta ecológicas que se sienten como propias, determinantes y familiares por todas las personas que integran la nación.

Comencemos con el Himno Nacional, canción que es interpretada en cualquier acto público y que debe ser interpretado con reverencia, fervor y pasión. La letra de cualquier canción nacional debe contener en forma lírica, los grandes valores que mueven a una nación. Se enarbolan virtudes como la entrega a la defensa nacional, la vocación al sacrificio por la patria y siempre se mencionan algunos hechos o procesos históricos que validan la existencia de una Estado-nación determinada.

En el caso de nuestro himno ha tenido una historia azarosa. Con la presencia del libertador José de San Martín se convocó, a escasos días de la proclamación de la independencia, un concurso para premiar la “Marcha Nacional” (nótese la terminología castrense) que identificaría a los integrantes de la naciente unidad política peruana. Resulta que de las seis composiciones presentadas, ninguna fue elegida pero la urgencia de contar con este símbolo hizo que terminara eligiéndose la composición de José de la Torre Ugarte y José Bernardo Alcedo. 

Por desgracia no existe ninguna documentación del concurso. Tampoco existe una partitura original de la melodía. Se tuvo que recurrir a la memoria del compositor para tratar de reconstruir la anotación musical. Más azaroso aún resulta el tema de la letra. Al parecer, era demasiado “sanmartiniana” para el gusto de Simón Bolívar que impuso un modelo republicano autoritario diferente a la propuesta platense. 

En ese contexto apareció una estrofa anónima que fue implantada para que se cantara inmediatamente después del coro. En esta letra se denota la influencia de la ideología hegemónica que subsumía el logro de la independencia en el grupo criollo, limeño, costeño, varonil, militar, letrado y católico.

A mediados del siglo XX hubo un intento de modernizar la letra de nuestro himno y se le encargó la tarea a Chabuca Granda, una de las compositoras más importantes y creativas de nuestra historia. Ella compuso la siguiente estrofa:

“y el criollo y el indio se estrechan 

anhelantes de un único ideal 

y la entrega de su alma y su sangre 

dio el blanco y los rojos 

del emblema que al mundo anunció 

que soberano se yergue el Perú.”


Como se ve, en estos versos se trasluce un intento honesto de inclusión y de ampliar la capacidad simbólica de la canción patria. La incorporación de la estrofa de Granda nunca se dio por la imposición de la costumbre que cantaba la parte apócrifa. Curiosamente, en Arequipa sucedió un proceso interesante. En el marco de las celebraciones por el cuarto centenario de la fundación española de la ciudad, se convocó a un concurso para elegir a un himno para el evento. La elección recayó en una que canta lo cuatro siglos de existencia de Arequipa. Esta marcha, muy militar en su forma y fondo, reemplazó la que se venía interpretando hasta entonces, que tenía una forma más lúdica y una letra que cantaba la gloria de la ciudad.

En el presente, se sigue cantando al himno al cuarto centenario como la canción oficial, en ambos casos, es una canción que supuestamente cohesiona a los habitantes de Arequipa, pero sólo a quienes son parte de la ciudad. En decir, no se canta al departamento, a la región histórica o a la unidad política regional, sino únicamente a la capital. 

Volviendo a la canción patria, la estrofa apócrifa que se cantó durante más de cien años fue reemplazada por la original primera estrofa. Sin embargo, sigue siendo polémica por la inclusión de referentes bíblicos vistos como excluyentes.  

El escudo es también un símbolo poderoso que, en realidad, compila varios elementos en una narrativa épica y romántica. Enmarcado en una forma extraña (conocida como piel de toro o “polaca” se distribuyen en tres sectores los elementos que representan las riquezas naturales del país. El reino animal está simbolizado en una vicuña, camélido sudamericano de extraordinaria calidad de fibra y que era uno de los productos peruanos más ambicionados por las elites europeas. En la sección destinada al reino vegetal, se incluía la figura realista de un árbol de la quina, de cuya corteza se extraía la quinina que fue el medicamento más efectivo para tratar los síntomas de la malaria.

El reino mineral está representado por un cuerno de la abundancia, símbolo de la mitología clásica, de donde mana sin cesar un caudal de riquezas. Es pertinente recordar que son varios los escudos latinoamericanos incluyen en su narrativa el símbolo de la cornucopia en clara referencia a la visión modernista que veía en las riquezas minerales la clave del progreso y la abundancia.

El problema radica en que son millones de peruanos los que nunca han visto una vicuña viva, animal silvestre no domesticado que sólo se puede ver en su medio ambiente en la alta sierra sureña. Igualmente, el árbol de la quina es una especie que está al borde de la extinción y sólo existe en ciertas regiones de la ceja de selva y de manera muy dispersa. Peor aún resulta constatar que su utilidad prácticamente ha desaparecido por el uso masivo de farmacopea sintética para tratar los síntomas de las enfermedades tropicales. La ambigüedad de la riqueza minera, que por un lado es el epítome del desarrollo y la fortuna, es también el peligro de contaminación y desastres ecológicos; además de permanente fuente de conflictividad social. Todo esto hace que el símbolo de la cornucopia pierde contenido y densidad. 

La manida frase atribuida a Antonio Raymondi de que el Perú es un mendigo sentado en un banco de oro es, además de petulante e incorrecta, una frase que no construye un estado de ánimo positivo o siquiera racional. Es una metáfora desafortunada que al intentar cantar la abundancia de la riqueza mineral, termina calificando a los peruanos de mendigos que sólo aspiran a la caridad, además de tontos e inconscientes de esa riqueza que desaprovechamos.

La bandera es el símbolo, al mismo tiempo menos elaborado y el más poderoso. Se creó una narrativa que incluía al mismísimo José de San Martín en relato del escritor Abraham Valdelomar y tomado como verdad histórica por la mayoría. En éste el guerrero duerme a orillas del mar en la zona de Pisco, meses antes de declarar la independencia en la plaza mayor limeña en 1821. Supuestamente en el sueño el libertador ve un vuelo de flamencos y a partir de ahí “diseña” un estandarte que incluía los colores rojo y blanco en diagonal. 

Posteriormente, la bandera fue reformada hasta quedar conformada por tres franjas verticales, siendo la central de color blanco y las de los costados rojas. En realidad, una bandera tiene un principio militar que hace reconocer a los combatientes de qué lado es la tropa que la porta. En el momento del Estado – Nación. La bandera ocupa un lugar preponderante entre los símbolos por la simpleza de su confección y la profundidad que logra en el sentido de pertenencia.

El dominio simbólico de la bandera se extiende a otras formas de transmisión de contenido, como la camiseta de la selección de fútbol profesional peruano. Luego de una accidentada campaña para la clasificación al mundial de Rusia 2008 que culminó con el pase de la selección al evento deportivo, se vivió en le país una verdadera avalancha de resemantización simbólica. La camiseta oficial que porta los colores básicos rojo y blanco organizados a través de una franja roja sobre una prenda blanca se convirtió en una suerte de uniforme integrador de todos los peruanos en todos los espacios. Desde empleados de banco, choferes de unidad de transporte, alumnos de universidades y colegios, asimilaron el uso diario de la prenda como una declaración unívoca de su apoyo al seleccionado así como su pertenencia al colectivo nacional.

El uso de la camiseta, acompañado de la significativa canción “Cómo no te voy a Querer” que se usó con fines de arenga deportiva primero por el popular equipo Los Pumas de México y luego por el Real Madrid de España, con una letra adaptada, muy combativa y pegajosa, que invita a dar saltos durante el cántico declarando un irrefrenable amor por el país y su selección; fue un elemento más de lo festivo que resulto el haber clasificado luego de 36 años de intentos fallidos que fue notorio para el público asistente a los encuentros del mundial ruso.

A pesar de la pésima intervención de la selección peruana en el mundial, la sensación triunfal por la clasificación fue tan poderosa que el uso de la camiseta blanquirroja (o simplemente “la blanquirroja”) se hizo casi obligatorio para cualquier encuentro en donde participara el seleccionado nacional. Resultó muy natural la expansión y el uso de la camiseta que abarcaba prácticamente y de manera transversal, todos los espacios geográficos y sociales del país.

Sorprendentemente, el uso de “la blanquirroja” no se extendió a la política, sino muy tímidamente durante la primera vuelta de las justas electorales de 2021. Hasta ese momento, los múltiples partidos políticos que participaron en las elecciones tenían sus símbolos e inclusive sus colores (por ejemplo, Rafael López Aliaga asumió el color celeste o Julio Guzmán el morado que incluso nominaba a su agrupación).

Luego de los resultados y conocidas las dos agrupaciones políticas que alcanzaron a pasar a la segunda vuelta electoral, apareció nítidamente la apropiación simbólica, específicamente por parte del partido Fuerza Popular y su candidata presidencial Keiko Fujimori. Siendo una de las candidaturas que arrastran un antivoto colosal por el historial de los gobiernos de su padre y de la propia carrera política de la candidata permanentemente relacionada con temas graves de corrupción y de violación de Derechos Humanos. 

Del uso tradicional del color naranja que acompañó al fujimorismo en todas sus campañas, durante la segunda vuelta se optó por la estrategia de usar la camiseta de la selección nacional como vestimenta cuasi oficial del partido. La maniobra funcionó rápidamente y aquellos votantes que optaron por los diferentes candidatos de la derecha (López Aliaga, De Soto, Acuña entre otros) inmediatamente optaron por colocarse la “blanquirroja” para dejar clara su oposición a la supuestamente candidatura del partido Perú Libre que fue adjetivada como marxista leninista. 

Así, la camiseta del seleccionado no sólo continuó funcionando como un elemento cohesivo de nacionalidad en un evento deportivo, sino que fue trasladado al espacio de la política identificándose con la opción conservadora, de derecha y anticomunista.

Resulta interesante que en esta suerte de apropiación simbólica (que también podría ser considerada una privatización abierta) se recurrió a una de las fuentes de significado del símbolo: los propios integrantes de la selección de fútbol peruana. Los jugadores concentrados en vista de los encuentros que se realizan en el marco de la Copa América 2021, realizaron un breve spot publicitario donde no se mencionaba al partido fujimorista o a su candidata, recalcando el contenido de formar parte del sector “democracia”, evidentemente opuesto a la opción “comunismo” al que se redujo la lucha política de la segunda vuelta electoral.

Al momento de redactar el presente ensayo (15 de junio de 2021) la contabilidad de actas ya había terminado, pero aún no se había proclamado oficialmente al nuevo mandatario para el período 2021 – 2026 que, coincide precisamente con el tiempo de conmemoración del Bicentenario de la Independencia nacional.

Precisamente, por esa coyuntura es que quizá sea momento de aspirar a un “sinceramiento de símbolos”, es decir empezar a dialogar, aprovechando la coyuntura del Bicentenario sobre los significados de éstos y buscar una mejor calidad de contenido simbólico para que realmente cumplan con la función de “representar” e identificar a los componentes de la nación. Tanto de la narrativa del escudo nacional que está llena de símbolos con poca densidad de significado para la mayoría de connacionales, como la lírica del himno nacional que tampoco cumple un papel integrador y cohesivo.

* Publicado originalmente en Gonzales-Lara, Jorge Y.,  editor (2021). Bicentenario: 200 años después de la Independencia del Perú, Miami: La Diáspora Marketing,  pp. 69-79. 


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