Reseña de Velázquez Castro, Marcel (2020). Hijos de la peste. Historia de las epidemias en el Perú. Lima: Taurus, 246 pp.
Por Manuel Paz y Miño (*)
El libro de Marcel Velázquez Castro, Doctor en Literatura
Latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar y profesor principal de
la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, contiene 24 artículos agrupados en
4 partes: historia (7), miedo (6), violencia (4) y humor (7).
1. El fondo
Ya en la introducción del libro, nuestro autor asume una
posición científica y no religiosa ante los problemas de salud generados por la
pandemia de la covid-19, pero no desea un futuro donde las relaciones humanas
sean administradas por los medicamentos (p. 12). Imaginemos como sería ser
amable, amoroso, veraz, sobrio o valiente con los demás no por el propio
carácter sino gracias a pastillas o introducción de hormonas en el cuerpo (de
hecho hay quienes actualmente se estimulan para eso con diversas drogas,
legales o no).
Es muy importante lo que dice:
Toda epidemia es un proceso social mediado culturalmente:
prensa, fotografía, humor gráfico, radio, televisión, Internet, redes sociales
no son solamente dispositivos que transmiten mensajes, también crean vínculos,
promueven representaciones y prácticas (p. 13).
Y eso vale también, por supuesto, para cualquier suceso
humano registrado por los medios.
En la primera parte, Historia, empieza con un artículo que nos
habla del Lazareto de Guía de Lima, construido en 1903 debido a la llegada de
la peste bubónica, y el Lazareto de Maravillas que albergaba a pacientes que
sufrían de fiebre amarilla o viruela, quemado en 1909 por razones de salud (pp.
19-21). Este suceso y otros son caricaturizados simbolizando rivalidades y
críticas políticas (contra los civilistas, por ejemplo) en la revista
anticlerical y liberal Fray K. Bezón (pp.
21-26).
En el siguiente artículo se nos relata sobre la plagas (viruela, sarampión, influenza) traídas desde Europa a América lo que provocó “la muerte de millones de indios” y “la rápida victoria de los españoles” (p. 28).
Aunque el término "indio" que, según la RAE equivale a indígena o aborigen, históricamente ha tenido un uso despectivo y racista (véase Serrano 2006), por parte de los colonialistas europeos y criollos en referencia al habitante originario de las Américas, el aborígen americano, el amerindio, el nativo americano, el originario de América, o el poblador originario de América y sus descendientes que preservan su cultura o se reconocen como tales (particularmente prefiero americano originario pero este término también es discutible).
Se mencionan casos en la isla La Española (que ocupan ahora Haití y
República Dominicana), las tierras de Anáhuac (parte del actual México) y el
Tawantinsuyo inca. Y siguiendo a McNeill, se dice que fue muy desmoralizador
para los indígenas ver que solo ellos se enfermaban y no los españoles,
por lo que interpretaron eso como una superioridad del dios de los invasores
sobre los suyos (pp. 28-32).
En la época colonial, se pensaba que uno, equivocadamente, se podía contagiar de alguna enfermedad por “efluvios morbosos que circulaban por el aire, derivados de los miasmas, conformados por la putrefacción de sustancias orgánicas” y, debido a la imposición del catolicismo, “predominaba una visión religiosa de los desastres naturales y la enfermedad, asociados a un castigo divino: una plaga del cielo contra los pecadores y sodomitas limeños” (p. 33).
El tercer artículo trata de: las reformas sanitarias en las
colonias hispanoamericanas, en el siglo xviii y a inicios del xix,
influenciadas por el pensamiento ilustrado, lo que llevó entre otras cosas, a
la construcción del Cementerio General y el Colegio Real de Medicina y Cirugía
de San Fernando en Lima (pp. 35-36) y el envío de la vacuna a América Latina
contra la viruela a través de 22 niños forzados a llevarla y que llegó al
virreinato del Perú en 1806 y que se perdió en 1818 (pp. 39-40); las
preocupaciones sanitarias contra las condiciones insalubres y las enfermedades
contagiosas de los médicos Unanue y Valdés, y los presidentes Castilla y
Orbegoso (pp. 40-42); la llegada al Perú de productos de higiene, como los
jabones, y de embellecimiento a lo occidental, como las cremas faciales, todos
los cuales podían (supuestamente) blanquear la piel como se ve en la propaganda
de fines del 800 y comienzos del 900, así se relacionó (racistamente) lo decente,
sano y limpio con lo blanco, y lo indecente, enfermo, sucio con lo no blanco,
lo negro, indio y chino (pp. 42-45); la respuesta violenta de las poblaciones
supersticiosas contra débiles chivos expiatorios, como los 3 “hechiceros”
quemados vivos al creer que introdujeron la viruela en Oaxaca (México, 1840), y
el extranjero muerto en una hoguera al achacársele ser el propagador la tifus
en un pueblo del Cusco (1856) (p. 45); las epidemias de viruela y fiebre
amarilla en el Perú del siglo xix (p. 46-47); la creación de la Beneficencia de
Lima (1834), y la construcción del Manicomio de Lima (1859) y el Hospital 2 de
Mayo (1868) (p. 48); la epidemia en la pintura latinoamericana (pp. 48-49), y
la novela peruana y europea (pp. 49-52); el aporte de médicos como Heredia y
Ulloa, o de estudiantes como Carrión de la elitista y centralista San Fernando
que mejoraron las condiciones de salud del país (pp. 52-53); y el inicio de la
secularización del Estado peruano a fines del siglo xix al establecerse el
Registro Civil de nacimientos, matrimonios y fallecimientos que estaba en manos
de la Iglesia y que recién en la mitad del xx se repetirá a lo largo del
territorio nacional (p. 53).
En el cuarto artículo, se habla de: la peste bubónica de
1903, muy bien documentada con textos y fotos (pp. 56-58); las medidas de las
autoridades públicas para evitar su propagación como “el aislamiento de los
contagiados, control de viajeros, clausura del puerto, higiene y control”
(medidas parecidas a las dadas en la actual epidemia de la covid-19) (p. 58);
la difusión de la información científica por la prensa sobre los microbios y
las vacunas (p. 59); el desastre económico por la cuarentena y el aislamiento
(p. 60); la creación de la Dirección de la Salubridad Pública, dependencia del
Ministerio de Fomento, en 1903 (p. 62); la implementación de una estación
principal de desinfección (con una gran estufa a vapor, varios generadores y
bombas de presión para sustancias desinfectantes) para equipajes y cartas pero
inútil para contrarrestar las picaduras de los mosquitos (como los túneles
desinfectantes contra el contagio personal del coronavirus (pp. 62-63); la
batalla contra las ratas y ratones de Lima (p. 63); el rechazo de la población
peruana a la vacuna contra la peste de 1907 y su preferencia por la medicina
tradicional china o andina, así como las medidas coercitivas (multas) para
vacunar a los hijos (similar a las actuales para los que infrinjan las normas
preventivas contra el covid-19) (pp. 64-65); y las medidas sanitarias por el brote
de la peste en 1909 (pp. 65-66).
La segunda parte del libro, Miedo, se inicia con un artículo
sobre los dos carros usados por la inspección de salud durante la peste
bubónica de 1903: uno para movilizar a los enfermos y, el otro, sus ropas y
otros objetos cercanos a ellos. Se suponía que eran provisionales mientras se
esperaba los coches mandados a hacer a Turín, Italia, pero se convirtieron en permanentes
(pp. 72-73). También se menciona que los periodistas ya podían entender y
escribir con mejor comprensión, y entendible a sus lectores, lo que
científicamente se conocía de la peste, al hacer reportajes sobre el Lazareto
de Guía (pp. 73-78).
Se sigue con: reportajes sobre el traslado e incineración de
muertos por el covid-19 en Lima en 2020, y de aquellos fallecidos por la bubónica,
envueltos en sábanas empapadas con mercurio dentro de ataúdes forrados
internamente con zinc (pp. 78-79); las máscaras usadas por los médicos de
Venecia durante la peste en el siglo xvii y de Marsella en el xviii con grandes
picos (pp. 79-81); y la valoración del trabajo del cochero indígena de llevar a
los muertos bubónicos en 1904, los cargadores venezolanos de los fallecidos por
el covid-19 en los cerros limeños, y los afroperuanos de ataúdes, como bajos y vergonzosos
(pp. 81-82).
En el siguiente artículo se menciona: como una empresa
minera se encargó de hacer volar (en un helicóptero) a la imagen de la Virgen
de Chapi sobre el cielo de la ciudad de Arequipa en mayo del 2020 para que,
según el arzobispo Del Río, “nos ayude a superar esta pandemia” (casos
parecidos se dieron en Guayaquil con otros íconos de Cristo y su madre) (pp.
83-85); el uso de la religión como mitigante ante su carencia de voluntad y habilidad
de socorrer a los ciudadanos; el antecedente de 1983 cuando se llevó a la
figura de Chapi a la plaza de armas de Arequipa por la sequía de ese año (p.
85-86); los sacrificios humanos prehispánicos para atenuar la cólera divina (p.
86); las oraciones públicas de ciudadanos, profesionales de salud, sacerdotes y
policías por el fin del covid-19, que revelan el marcado carácter católico de
gran parte de la población peruana (pp. 87-88) y la reacción y la presencia evangélicas
públicas por la pandemia (p. 88-89), así como las normas y las acciones
religiosas de diversas autoridades del país debido a ella (pp. 90-91); las procesiones
por epidemias en Lima en 1768 y 1868, también en el Callao (p. 91-93); y también se mencionan las cadenas religiosas en las redes sociales (p. 94).
Evidentemente, ante la falta de seguridad material ante los peligros
naturales y sociales, muchos seres humanos, llevados por el miedo, la
desesperación y el desconocimiento de sus causas, recurren a respuestas
sobrenaturales.
En el siguiente artículo, se habla de la ostentación
consumista de gente de las clases media y alta frente a la pandemia (pp. 95-97)
y las consecuencias económicas y laborales de ésta (p. 98). Consumismo,
desnudado como innecesario en esta pandemia.
En el escrito que sigue, trata del anuncio supuestamente
profético de una gran mortandad debido a una enfermedad peor que el coronavirus,
para el 21 de abril del 2020, por una infante de 10 años del departamento
peruano de San Martín, que causó gran temor entre el público por lo que muchos
no salieron de sus casas (pp. 99-102). Lo que demuestra lo fácil que es crear
pánico en mentes supersticiosas, educadas religiosamente, sin conocimiento del
pensamiento crítico.
En el subsecuente artículo, se enuncia ante la pandemia del covid-19
de: la subida del costo del oxígeno medicinal, las limitaciones del sistema
peruano de salud pública (hospitales colapsados con carencia de equipos y
personal especialista, con datos inexactos, sin transparencia “pero sobre todo
reproductor de desigualdades sociales” y con un racismo asolapado (pp. 105-106); los muertos en las calles; la
falta de atención hospitalaria; y la importancia de las estadísticas en la
esfera pública (pp. 106-110). Es claro, entonces, el autor, en escribir sobre
estos abusos, negligencias e injusticias.
En el artículo que continúa se analiza casos de tifus en obras
de José María Arguedas (pp. 111-114).
La tercera parte, Violencia, empieza con un texto sobre la
epidemia del cólera de 1991, tiempos de la guerra interna entre Sendero
Luminoso y el Estado peruano, la caída del Muro de Berlín y la desaparición de
la URSS que dejó sin referente político a muchos jóvenes que por eso se
volcaron al arte (pp. 117-119). En los últimos 30 años predominó el
neoliberalismo económico en el país, entre las enfermedades del covid-19 y el cólera,
con la obtención de la estabilidad monetaria, disminución de la pobreza y reducción
del gasto público aunque con aumento de la inequidad, el trabajo informal y una
gran división entre el gobierno y la ciudadanía (p. 120). En cambio, la
epidemia del cólera de inicio de los 90 se dio luego de la hiperinflación del
primer gobierno de Alan García (íd.).
Claramente, la caída del socialismo real en el mundo y la
derrota de la subversión armada en el Perú dejaron a muchos sin ideales de la búsqueda
de justicia social, dando paso al neoliberalismo que mejoró económicamente al país
en general pero que además engendró gran desigualdad entre los ciudadanos.
Se sigue con una breve historia de la enfermedad del cólera
en el siglo xix en todo el mundo –menos Oceanía y la Antártida—(pp. 120-124) y de
la que se dio en el Perú a inicios de la última década del siglo xx, que creó
el prejuicio que la padecían los sucios y pobres o que se creyó como usada
para distraer al pueblo del shock económico de Fujimori (pp. 126-127).
Podemos comentar que el mito del pobre y sucio como
engendrador de males de la salud y la sociedad, se nota en la marginación y rechazo,
que sufren los que sobreviven, mendigan y hasta fallecen en las calles, algunos
con enfermedades mentales, por parte de sus conciudadanos. Sin embargo, una
feliz reacción se dio durante la pandemia del coronavirus cuando la
Municipalidad de Lima y la Beneficencia Pública que administra la Plaza de
Toros de Acho, levantaron dentro de ésta temporalmente la Casa de Todos donde albergaron,
en un inicio, a 180 personas de la tercera edad desde fines de marzo del 2020
hasta el 22 de enero del 2021. Este día se mudó la Casa a unas instalaciones
permanentes, con 40 habitaciones dobles, en la Urbanización Palomino, al frente
de Lima industrial (véase Municipalidad de Lima 2021). Es evidente que tal casa
se creó no solo por piedad por el prójimo, sino también como prevención del
aumento de los contagiados por los sin casa.
Durante la epidemia del covid-19, se vuelve a hacer del
contagiado el responsable principal de su propagación sin importar su contexto
social de desigualdad de los infractores de la cuarentena (pp. 127-128). Es
decir, quien no permanece encerrado en su casa y sale a ganarse el pan diario
para él y los suyos, es considerado el responsable de infectar a los demás.
En el artículo posterior se recuerda como se culpaba en
Europa a las brujas (competencia de la medicina oficial) y los judíos de ser
los causantes de la epidemias medievales, y el racismo de los peruanos contra
los chinos migrantes al hacerlos causantes de las epidemias de fiebre amarilla
de 1868, peste bubónica y tuberculosis así como sífilis a inicios del siglo pasado
como evidencian escritos de ficción y no ficción y caricaturas de la época (pp.
130-146). Y con la pandemia del covid-19 se ha resucitado un racismo similar en
este último año al ser referido como el “virus chino” en los EEUU (p. 146).
Otra vez, vemos la ignorancia y el temor en acción al buscar
causas prejuiciosas del origen de enfermedades.
El siguiente artículo empieza con el higienismo social, esto
es, “la correlación entre pobreza y miseria social como causas de enfermedades”
y su influencia, ya desde fines del siglo xix, en las ordenanzas municipales limeñas
sobre la construcción de viviendas, en los liberales radicales defensores de
los trabajadores y a principios del siglo xx en el diario peruano más
importante (p. 147-148).
Muy bien pregunta Velásquez por eso: “¿Cómo persuadir a los
limeños de que la higiene privada era el mejor preservativo contra el
desarrollo de cualquier epidemia?” (p. 150).
Por las ideas higienistas, los médicos municipales debían
visitar las escuelas y las casas para hallar contagiados de peste, incluso con
ayuda policial cuando había rechazo violento de los vecinos cuando encontraban uno
infectado. Otra reacción era que el contagiado simplemente huía (pp. 150-151).
Así también en la epidemia de la covid-19 ha habido reacciones
contra la autoridad, como los casos de rechazo para exhumar el cadáver de un contagiado
y fugas de infectados de hospitales, de violaciones de los derechos de la gente,
incluyendo transexuales, por parte de policías, militares y ronderos campesinos.
Pero también se ha agredido a policías. Además ha habido más de 1200 mujeres
desaparecidas y más de 600 menores han sido ultrajadas sexualmente y muertes de
sabios amazónicos (pp. 152-153).
Sin duda, ha habido casos de abuso de poder, no solo por
parte de las autoridades sino también por grupos de civiles contra un representante
de la ley.
Por otro lado, enfermedades contagiosas como la viruela, la
gripe, la lepra y la TBC y enfermedades tropicales como la fiebre amarilla, la
malaria y la anquilostomiasis han afectado la selva peruana, especialmente el
departamento de Loreto, desde el último tercio del siglo xix. Y la epidemia
actual de la covid-19 ha afectado muchas pérdidas humanas en San Martín, Ucayali
y Loreto (p. 154). Todo lo cual evidencia el abandono que, claramente, sufren
nuestros conciudadanos amazónicos.
Además el gobierno ha alentado las delaciones y los
maltratos de los que infringen la normativa para prevenir el contagio (pp.
155-156).
El artículo que continúa, empieza hablando de la
construcción de la Muralla de Lima en el siglo xv, que separaba a los clases sociales,
el Hospital de San Lázaro para leprosos en 1563 cruzando el río Rímac, el
hospital de Malambo en el s. xviii para “indios y negros, pobres, enfermos
(leprosos) y personas con discapacidades (tullidos y ciegos)” (pp. 159-160).
Se mencionan también los lazaretos construidos en los
extremos de Lima, como el de Maravillas, en Barrios Altos, y el de Guía, en la
salida norte, o el del Hospital de Incurables; los hospitales coloniales según la
casta: el San Andrés de blancos, Santa Ana de indios, San Bartolomé de negros,
o según la especialidad (marinos, religiosos); y la sala para asiáticos en el Hospital
2 de Mayo de 1877 (p. 161).
Desde el inicio de la pandemia del covid-19 se supo que la trajeron
los pertenecientes a las clases alta o media-alta que viajaban a EEUU, Europa y
Asia pero resurgió la idea de que ciertas “razas” y clases sociales lo
propagaban, como las de sus empleadas domésticas (generalmente de origen andino).
Algo similar pasó con el sida: el Estado supuso que los trabajadores sexuales
(prostitutas, transexuales, travestis) eran quienes lo propagaban y por eso les
implantó pruebas de despistaje de obligatorias en 1988 en Lima (íd.). La
covid-19 se asocia a su vez con padecimientos recurrentes (obesidad, diabetes,
hipertensión) en los pobres y los afroperuanos, con poco acceso a los servicios
de salud (pp. 161-162).
Muy bien señala nuestro autor: “en tiempos de peste, el
racismo se enseñorea” y “también florece la esperanza irracional de la gente
por obtener una cura y salvarse de la muerte” (p. 164).
Durante la fiebre amarilla de 1868 surgieron prácticas informales
sanitarias y médicas como lazaretos ilegales y remedios mágicos o tradicionales
(pp. 164-168). En 1991, yerberos y brujos declararon la guerra al cólera con
sus hierbas, brebajes y rezos (p. 168). Al empezar la pandemia del covid-19, en
las redes sociales se ofrecieron remedios caseros normalmente usados contra
enfermedades pulmonares y se divulgaron teorías conspirativas contrarias al
pensamiento crítico, el avance de la ciencia y el espacio público democrático,
difícilmente refutables racionalmente (p. 169). Entre ellas están: el
coronavirus considerado como arma biotecnológica china, Gates y su plan de despoblamiento
mundial, las antenas 5G como controladores biotecnológicos, la campaña de las grandes
farmacéuticas contra remedios que combaten el coronavirus (sin evidencia científica
plena), etc. (p. 170).
La cuarta parte, Humor, empieza con un texto sobre reírse de
la muerte y sonreír ante la desgracia (pp. 175-179). Sigue con otro sobre la
propaganda de los efectos curativos exagerados de remedios publicitados contra
la peste bubónica en 1903 en Lima (pp. 182-185). Una caricatura argentina que
se burla de los múltiples dispositivos usados por un hombre para protegerse de
la gripe (pp. 188-189). Y en un relato se muestra la exagerada e inútil protección
de gente de Milán ante la peste del siglo xvii (p. 190).
Se continúa con un escrito sobre caricaturas de las epidemias
de la peste y la gripe representadas como esqueletos de la muerte, propaganda
de una cura de la sífilis que relaciona a ésta con la mano negra que era el
nombre que usaban bandas de delincuentes ítalo-estadounidenses, y caricaturas sobre
remedios caseros contra la gripe (pp. 191-201).
Le sucede un texto que habla de las caricaturas contra las políticas
ignorantes contra el covid-19 de los presidentes de Brasil y México, una donde
se muestra la felicidad de un médico ante la desventura de que su paciente con
síntomas de la fiebre amarilla en el siglo xix, las burlas en verso contra los barberos
cirujanos del Perú colonial del siglo xvii (pp. 204-205), el menú del banquete
médico, para el alcalde y los concejales de Lima, burlándose de la enfermedad y
la muerte (pp. 207-210), las caricaturas que muestran a un médico como socio de
una botica al pedir que se compre allí lo que receta, o a otro que no cobra sus
consultas pero sí el agua embotellada que recomienda como cura (pp.211-212).
Prosigue un texto que se inicia hablando de los microorganismos y el aseo
cuya práctica dividía a la gente en limpios y modernos, y sucios y atrasados
(p. 213), el racismo asociado al olor (pp. 214-216), la burla del desaseo de
las mujeres (pp. 216-218), la resistencia cultural popular al mandato de la
higiene (pp. 218-219), y el nuevo espacio para ésta: el baño (pp. 219-220).
En el último texto de la cuarta parte del libro que
reseñamos, se habla de la relación burlona de la viruela con los indígenas (pp.
221-223). Y aunque la “carcajada jamás abolirá la muerte…ofrece una agridulce
liberación” (p. 223).
Ciertamente, el dolor ante la enfermedad y la muerte se
podrá aminorar si nos burlamos y reímos de éstas.
En el epílogo, Velásquez menciona la incapacidad del
gobierno peruano para enfrentar el covid-19 y detener el avance del número de
sus contagiados, la debilidad y sobreburocratización del Estado que no ayudó, y
a modo de recapitulación, las reacciones mágico-religiosas ante las epidemias en
Lima, las caricaturas burlonas sobre la peste bubónica de 1903, el dejar de
comer pescado por el cólera de 1991, el diseño de ciudades basado en el
higienismo, el aumento de la violencia ante la amenaza mortal de ser contagiado,
la presente pandemia vivida a través de las redes sociales, y su optimismo
personal ante el futuro post covid-19.
Luego de la bibliografía (pp. 229-243), vienen los
agradecimientos finales (pp. 245-246) que, quien escribe esta reseña, hubiera
preferido que fueran iniciales.
2. La forma
La carátula está adornada con la figura anacrónica del dios Naylamp
en un tumi o cuchillo ceremonial o sacrificial de la cultura preincaica Chimú
con una mascarilla quirúrgica contemporánea cubriéndole medio rostro y sin ligas que la sujeten a sus orejas. Eso nos podría dar la idea equivocada, junto con el título del libro, que aparentemente tratará de las
epidemias desde las épocas prehispánicas. Pero como hemos visto, eso no ha sido
el caso pues no se conocen registros de esos tiempos pues recién los hay desde
la llegada de los conquistadores y los cronistas coloniales españoles.
Muy pertinentes son los dibujos de Fiorella Franco con que
empiezan cada una de las cuatro partes.
Un mérito importante, según nuestra opinión, es su desenfado
al declararse creyente en la ciencia antes que en la religión, al menos en lo
que respecta a la fuente de la cura del covid-19 (p. 12). Pero también reconoce
la labor solidaria y organizativa de la Iglesia Católica, mejor que la del
gobierno, para enfrentar la pandemia (p. 226).
Consideramos que al ser un trabajo de tipo histórico, le
faltó ahondar en las causas del racismo y la desigualdad que sufre esta parte
del mundo desde hace unos 5 siglos. Pero su tema central era otro, por
supuesto.
Con todo, su gran mérito reside en los paralelos hechos entre
la pandemia actual del coronavirus y otras epidemias sufridas en estas tierras
en el pasado desde la llegada de los españoles.
La obra es entendible en general pues está muy bien escrita
y con gran pulcritud, salvo las siguientes observaciones:
-El punto y coma puesto antes del término “entonces” de la
condicional con que empieza el segundo párrafo de la introducción (p. 11). El
punto y coma indica una pausa, como un punto seguido, para a continuación
seguir otra idea lo que no es el caso en una expresión condicional donde el
consecuente, después del término “entonces”, deriva del antecedente, es decir
van juntos. Debió poner una coma en vez del punto y coma.
-El orden de los apellidos de Carcelén, Medina y Molina (2020) de la cita de la p. 86 cambia en el de la bibliografía, que es el correcto, pues es el orden como aparece en la publicación original: el primer autor está en medio de los otros dos (p. 237). Y el de Inga y Carcelén (2020) de la cita de la p. 139 aparece en un orden inverso a como fue publicado originalmente según vemos en la bibliografía (p. 230). Esas incongruencias causan confusión al buscar los artículos citados en la lista bibliográfica.
-Su investigación no menciona la Casa de Todos de Acho de
la que comentamos líneas arriba.
(*) Manuel Abraham Paz y Miño Conde es Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) y Magíster en Letras, mención en Ética Aplicada por la Universidad Linköping (Suecia).
-Municipalidad de Lima. “Municipalidad de Lima y Beneficencia de Lima inauguran albergue permanente Casa de Todos en la Urbanización Palomino”. Lima, 22 de enero del 2021 en: https://www.munlima.gob.pe/noticias/item/41438-municipalidad-de-lima-y-beneficencia-de-lima-inauguran-albergue-permanente-casa-de-todos-en-la-urbanizacion-palomino
Ir al índice de la Revista Peruana de Filosofía Aplicada # 19
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