viernes, 31 de marzo de 2023

OMNIA CORRUPTIO. APUNTES PARA UNA FILOSOFÍA DE LA CORRUPCIÓN: ENTRE TEORÍA Y PRÁCTICA

 

David Álvaro Huallpa Vargas

Pontificia Universidad Católica del Perú

d.huallpa@pucp.edu.pe

https://orcid.org/0000-0003-1936-2282

 

Resumen: Actualmente, los estudios sobre la corrupción son limitados, no solamente debido a que la literatura que aborda directamente dicho fenómeno es escasa, sino también por la imprecisión conceptual que se presenta en los estudios más específicos, pues suelen asumir acríticamente dicho concepto y simplemente lo aplican a ámbitos determinados (e.g., corrupción política o del ser humano). En el presente ensayo, nos preguntamos por el concepto de la corrupción desde el punto de vista filosófico. Para ello, usamos las dos vías posibles en la filosofía. Primero, la abordamos teoréticamente, en el que partiendo de estudios etimológico conceptuales, luego pasamos a su metafísica y ontología. A partir de dicha clarificación conceptual, en segundo lugar, la abordamos aplicadamente desde la perspectiva de la filosofía práctica. Con todo ello, nuestra investigación muestra que la corrupción es un fenómeno universal en la totalidad de lo real movible, cuyo concepto es de naturaleza relacional y de carácter farmacológico. Las implicaciones de este ensayo, finalmente, pueden contribuir a conformar una filosofía de la corrupción general más sistemática; a su vez, podría ayudar a clarificar mejor los estudios concretos de la corrupción como en el ámbito político, moral, ético y natural.

Palabras clave: corrupción, movimiento, metafísica, ontología, ética


OMNIA CORRUPTIO. NOTES FOR A PHILOSOPHY OF CORRUPTION: BETWEEN THEORY AND PRACTICE

Abstract: Currently, studies on corruption are limited, not only because the literature that directly addresses this phenomenon is scarce, but also due to the conceptual imprecision that arises in more specific studies, since they tend to uncritically assume this concept and simply they apply it to specific areas (e.g. political corruption or human corruption). In this essay, we ask about the concept of corruption from a philosophical point of view. To do this, we use the two possible paths in philosophy. First, we approach it theoretically, in which starting from conceptual etymological studies, then we go to its metaphysics and ontology. From this conceptual clarification, secondly, we approach it apllied from the perspective of practical philosophy. Through all this, our research shows that corruption is a universal phenomenon in the totality of the movable reality, whose concept is relational and pharmacological in nature. The implications of this essay, finally, could contribute to shaping a more general and systematic philosophy of corruption; in turn, it could help to better clarify the more concrete studies of corruption in areas such as politics, morality, ethics, and nature.

Keywords: corruption, movement, metaphysics, ontology, ethics

 

 

§1. Introducción

Sobre el objeto, forma y contexto de la presente investigación

 

La corrupción, ese fenómeno cotidiano que actualmente, se nos recuerda numerosas veces, afecta nuestra propia cotidianidad. Sin embargo, aquello no es un fenómeno reciente o moderno (e.g., relativo al Estado), ni siquiera es un fenómeno estrictamente humano, la corrupción ha ocurrido desde el principio —de hecho, lo actualmente real ha acontecido por la ocasión de aquello— y continuará sucediendo mientras exista el devenir y cualquier ser sujeto a él: la corrupción es, pues, un fenómeno de corte más universal. El presente trabajo es una investigación sobre el fenómeno de la corrupción, el objeto primordial del presente ensayo, desde el punto de vista filosófico: hacia una filosofía de la corrupción. Es decir, apuntamos a esclarecer el o los fundamentos de la corrupción de una manera razonada y sus implicaciones.

Por ello, son dos los momentos esenciales de nuestro estudio. En primer lugar, iniciamos nuestra investigación en la esfera de la filosofía teorética, es decir, conceptualmente, el cual se compone, a su vez, de dos momentos. Por un lado, comenzamos dilucidando el concepto particular de la corrupción a partir de su significado originario signado por su etimología. En seguida, por otro lado, y en base a lo anterior, pasamos a un plano conceptual más general, es decir, esencialmente metafísico, lo cual nos llevará, posteriormente, a dilucidar sucintamente su ontología regional. Una vez aclarado el concepto de la corrupción pasamos, en segundo lugar, a las consecuencias prácticas de la parte teorética: una filosofía aplicada de la corrupción. Ello, nuevamente, en dos momentos. Comenzaremos delineando una ética, de orientación más general, de la corrupción y finalizaremos con una ética más particular relativa al ámbito académico. Con todo ello, pretendemos defender nuestra tesis principal, a saber: la corrupción es un fenómeno universal, al menos dentro de la totalidad de lo real de lo movible, y conceptualmente se caracteriza por ser relacional y farmacológico.

Antes de pasar al estudio de la presente investigación, sin embargo, quisiera aclarar lo siguiente. Por un lado, el presente trabajo se trata de un ensayo, es decir, es de carácter más libre y como tal, además, siguiendo a Michel de Montaigne (1533-1592), representa el medio más idóneo para expresar la verdad esencial que acontece en cada uno de nosotros sin la, de ordinario, inoportuna ostentación de recurrir a pomposos adornos postizos o bellezas artificiales (2018 [1595]). Esto se refleja, por ejemplo, en la presencia prácticamente inexistente de citas literales de otros autores o discusiones excesivamente sutiles que rozan lo escolástico.

No obstante, este trabajo no comporta un mero ejercicio solipsista (i.e., por, para y desde mí mismo) ni, así, tampoco, se trata de un árido monólogo, sino, antes bien, comporta algunas lecturas filosóficas definidas. Este es el caso de la Física (1995) y de la Metafísica (2003) de Aristóteles (384-322 a. C.), y de parte de La República (2013) y del Fedro (1998) de su maestro, Platón (429?-347 a. C.). En segundo lugar, aunque con menor impacto respecto a las ya mencionados, ese es el caso de los trabajos de Alexandr Gelyevich Dugin (1962-), especialmente su Postfilosofía: Tres paradigmas en la historia del pensamiento (2009) y sus lecciones sobre la noología (2022 [2018]); de la filosofía de la revelación de Friedrich Wilhelm Joseph Schelling (1775-1854), particularmente su parte fundamental (1998 [1856-1861]), y de algunas remembranzas de la ontología de W. V. O. Quine (1908-2000), sobre todo, guiados por la lectura del compromiso ontológico quineano que introduce Matteo Plebani (2015). Las ideas filosóficas de estos autores representan, pues, la inspiración más esotérica del presente trabajo. Con, sobre y contra estas ideas dialogamos internamente de la manera más libre que nos permite el formato del ensayo. Por ello, hemos considerado posible evitar las citas literales, pues en contextos como este, precisamente de libre ensayo, aquello puede, lejos de ayudar, representar los grilletes (como un árido academicismo) que impiden el libre despliegue del pensamiento, reduciéndolo a meras sutilizas escolásticas. Con ello también pretendemos reafirmar parte de nuestra condición y milieu hispanoamericano, aquella que, como ha advertido bien Gustavo Flores Quelopana (1959-), tiene una vocación y personalidad ensayística (2022).

Por otro lado, el presente trabajo tampoco comporta una investigación eminentemente abstracta, sino que es producto de un contexto concreto bien definido. Surge y germina, pues, a partir de una atención atenta, en primer lugar, a las propuestas de los compañeros filosóficos de la Revista Peruana de Filosofía Aplicada: Manuel A. Paz y Miño y Eduardo Chocano Ravina. Respectivamente, sostienen, básicamente, que la corrupción es una de las causas del atraso social (2023) y que la corrupción está ligada a los antivalores (2023). Estas perspectivas son legítimas y bien inteligidas, pero la corrupción es algo más: un fenómeno aún más universal. En segundo lugar, dialogamos con la propuesta del filósofo José Luis Herrera Díaz, quien llama la atención sobre la paradoja que implica la corrupción a nivel político, la cual implicaría, incluso, cierta angustia (2023). No obstante, la corrupción se extiende mucho más allá de dicho espacio y, reconocerlo, nos lleva a entender, al mismo tiempo, la naturaleza potencialmente doble de la corrupción: es, pues, un fármaco. En este sentido, tampoco es necesario ir tan lejos como a una lógica intercontextual, sino dirigir la intencionalidad hacia algo más elemental: hacia una lógica más intuitiva. El último interlocutor, finalmente, es Luis Enrique Alvizuri, quien llega a ampliar el significado de la corrupción al sostener que representa, en el fondo, una forma, quizá la más fundamental, de la libertad humana (2023). Pero la corrupción, excede lo meramente humano: incluso, lo inerte es, pues, sujeto de corrupción.

La inspiración más exotérica de estos autores nos lleva al imperativo de la confrontación. No, por supuesto, con un afán meramente anihilante, sino, antes bien, todo lo contrario: para continuar pensando, siguiendo las huellas de sus brillantes reflexiones intelectuales. Rendirles así, pues, homenaje. Con Heidegger:

Confrontación es auténtica crítica. Es el modo más elevado y la única manera de apreciar verdaderamente a un pensador, pues asume la tarea de continuar pensando su pensamiento y de seguir su fuerza productiva y no sus debilidades. ¿Y para qué esto? Para que nosotros mismos, por medio de la confrontación, nos volvamos libres para el esfuerzo supremo del pensar. (2013, p. 19)

 

§2. Filosofía teorética de la corrupción

Algunos lineamientos

 

El objeto de nuestra investigación, como ya mencionamos, es el fenómeno de la corrupción. Esta primera parte de nuestro estudio es teorético, es decir, conceptual; esto nos permitirá, si lo logramos, tener una mayor claridad para, luego, evaluar sus consecuencias prácticas y evitar perdernos con facilidad en preconcepciones o prejuicios asumidos. Para ello, tenemos que destilar las variaciones accidentales de aquello que estamos estudiando, es decir, quedarnos con lo fundamental del fenómeno de la corrupción. En esta empresa nos valdremos, en primer lugar, como punto de partida, de su significado originario. Una vez logrado aquello y analizado algunas de sus implicaciones más importantes, pasaremos, en segundo lugar, a estudiarlo con una mayor profundidad. Para ello, intentaremos penetrar en su metafísica. Todo ello, finalmente, nos permitirá arribar a una determinación más clara de las relaciones del concepto de la corrupción: pasar, pues, a su ontología.

 

A. Concepto particular

Sobre la naturaleza relacional del concepto de la corrupción

Partimos nuestra investigación teorética fijándonos en la etimología del fenómeno que estudiamos. Esto nos llevará a distinguir su significado particular. El estudio etimológico, ciertamente, representa un punto de partida adecuado para iniciar la investigación, pues nos lleva al significado originario de lo estudiado. Es, pues, este significado primigenio el que, luego, regirá, a modo de ἀρχή (fundamento, principio), sus sucesivas alteraciones, las cuales se producen, por ejemplo, mediante figuras como la metáfora o la analogía. Sin embargo, aunque el significado original se vea afectado y desplazado por el empleo de figuras como las mencionadas y, también, por el aparento olvido de su significado original, esa afectación siempre dependerá de su sujeto originario, de su fundamento, con el que establece una religación semántica: lo esencial se mantiene. La palabra “absoluto” (lat. absolutus), por ejemplo, originariamente significaba simplemente aquello que esta liberado o desprendido de algo (e.g., cuando un ciudadano era liberado de su condena, se decía que era absolutus respecto a tal condena), es decir, era un adjetivo, pero, con el paso de la historia, ha llegado a desplazarse hasta convertirse en un sustantivo de pleno derecho (e.g., “lo Absoluto” del idealismo alemán). No obstante, su significado moderno aún permanece determinado por su significado originario: aquel “Absoluto” significa, pues, aquello que es distintivo de todo lo demás al estar liberado o desprendido de aquello, esto es, algo que revela trascendencia. Por tanto, partir de la etimología nos acerca al contenido esencial de aquello que estudiamos.

Con esto presente, comenzamos la presente investigación. Nuestra palabra “corrupción” proviene del término latino “corruptio”. Esta palabra se compone del prefijo “com-” (todo, globalmente), del verbo “rumpere” (quebrar, romper, descomponer) y del sufijo “-tio” (efecto o acción de). Por tanto, “corruptio” designa la acción de romper o quebrar o descomponer de manera global. La corrupción es, así, la descomposición, ruptura o el quebrar de manera global. Este verbo sustantivado, o, más técnicamente, sustantivo deverbal, representa, así, la fijación o la idea del verbo del que proviene, a saber, “corrumpere” (“com-” + “rumpere”; esp. corromper), del que, pues, extrae su contenido semántico.

Como tal, sin embargo, al designar simplemente aquel proceso, la corrupción se mantiene en un plano esencialmente genérico. Ciertamente, podríamos intentar estudiar la corrupción como un concepto en sí mismo, es decir, describir, por ejemplo, qué es lo que implica la ruptura, desunión o descomposición en términos absolutos, pero aquello resultaría, como veremos a continuación, en un esfuerzo vano y poco recompensado.

Y es que la corrupción, semánticamente, implica la existencia de otro objeto al que refiere necesariamente de algún modo. Esto es bastante claro en el caso del verbo del que deriva (i.e., “corromper”), pues todo verbo, de por sí, requiere de un sujeto al que precisamente describe. Algo análogo sucede con su nominalización. En efecto, si simplemente dejamos intacta la definición inicial que señalamos (i.e., la corrupción es la acción o el efecto de romper, quebrar o descomponer), la definición resulta, en el fondo, poco inteligible, pues: ¿destrucción de qué?, ¿ruptura de qué?, ¿descomposición de qué? Siempre se trata, pues, de la corrupción de esto o aquello (e.g., de las instituciones, del ser humano, del Estado, etc.), y en ningún caso de nada en absoluto.

De manera más general, la corrupción también implica un objeto implícito, pues siempre se rompe, se quiebra o descompone un algo, un ser, un “x”, que en algún momento comportaba cierta unidad y, por efectos de la corrupción, precisamente se descompone, quiebra o rompe. Si no existiese aquello como condición previa, entonces dicho efecto de acción carecería completamente de sentido. Por ello, la corrupción solo forzada y equívocamente puede ser un concepto absoluto (en sí). Antes bien, es, pues, un concepto relacional (para otro): un concepto carente que refiere necesariamente a un objeto, ya sea este concreto o abstracto formal. Dado aquello, nos encara ahora otra pregunta: ¿son todos los objetos sujetos de la corrupción o bien solo algunos o, quizá, ninguno? Tenemos que arribar, al final, a su ontología.

 

B. Concepto general

Sobre la relación entre la corrupción y el movimiento

Continuamos nuestra investigación penetrando en el terreno metafísico del fenómeno estudiado, aquello nos revelará una dimensión más profunda del concepto de la corrupción y podremos, así, proseguir con nuestra investigación teorética. La metafísica es una disciplina filosófica que apunta a trascender la mera relatividad propia de la realidad del devenir mediante el empleo de conceptos y términos más generales (i.e., más estables).

Proviene del griego antiguo “μετὰ τὰ φυσικά”, es decir, aquello que está más allá de la física o naturaleza (lat. metaphysica). Ahora bien, el término “física” proviene del griego, también antiguo, “φύσις”, el cual, a su vez, procede del verbo “φύω” (crecer, surgir, brotar) más “-σις” (usado normalmente para formar objetos abstractos a partir de un verbo). Por tanto, “física” vendría a significar algo así como el brotar, el surgir o el crecer. Como se puede apreciar, los significados implican cierto cambio o movimiento, es decir, devenir. De este modo, un significado posible, y el que seguiremos aquí, de la metafísica es aquello que va más allá del mero devenir propio, por ejemplo, de la realidad natural.

Este ir más allá no puede significar otra cosa sino que el exceder el ámbito de lo meramente cambiante y relativo, y dirigirse, así, a lo más estable como lo es, pues, el concepto: dirigirse, pues, a un terreno donde sea posible el pensamiento, el λόγος, pues el pensamiento requiere de algunas condiciones mínimas no sujetas al sucesivo devenir (e.g., la memoria) para poder desplegarse. La μετὰ τὰ φυσικά (metafísica) es el milieu del λόγος (pensameinto). De este modo, por otra parte, la metafísica no trata exclusivamente, pues, acerca de realidades par excellence abstractas (e.g., la divinidad, el ser qua ser, etc.), sino que, desde el ángulo que proponemos aquí, incluso, la ecuación científica más simple que pretende describir algún aspecto de la naturaleza de ordinario cambiante (e.g., E=mc²), por ejemplo, ya sería también metafísica en tanto que emplea conceptos de naturaleza más general (e.g., la energía, la masa, la velocidad o, más evidentemente, la misma idea de igualdad de la ecuación, etc.).  

Si esto es así, entonces desde el inicio ya nos hemos acercado al terreno de la metafísica en nuestro estudio. Recordemos que mostramos que la etimología nos aproxima al significado esencial, más general, de aquello que estudiamos; por lo tanto, aquello ya representa un paso para alejarnos de la mera relatividad. No obstante, si bien ya hemos avanzado en este camino, aún nos mantenemos en el proceso: lo que proponemos ahora es seguir avanzando.

En la sección anterior, nos habíamos detenido en el siguiente paso: la corrupción es el fenómeno que designa la descomposición, ruptura o la quiebra de algo necesariamente dado previamente. ¿Qué implica esto? Lo siguiente: la corrupción denota aquel cambio de la unidad de algo existente dado: es, así, una función existencial que depende de un contenido previo. La corrupción representa, así, una de las modalidades del cambio o movimiento. Esto aún requiere, no obstante, de una mayor precisión conceptual, pues, ¿qué tipo de cambio es? Veamos: dado lo anterior, la corrupción denota el movimiento por el cual un “x” deja ser lo que era. La respuesta se nos aclarará aún más si continuamos y evaluamos, por ejemplo, aquello que parece ser su contrario conceptual.

En la antigüedad helena ya podemos encontrar una pista de aquello. Simplemente recordemos, por ejemplo, el título de una las obras físicas aristotélicas, a saber, su Περὶ γενέσεως καὶ φθορᾶς, el cual fue traducido al latín como De Generatione et Corruptione (esp. Acerca de la generación y la corrupción). En dicho título encontramos el fenómeno que estudiamos (i.e., la corrupción) junto a otro, a saber, la generación (φθορᾶς, generatione). Ambos conceptos refieren al movimiento, pero se nos advierte precisamente que son contrarios (1987). El término “generación” procede de la palabra “generatione”, el cual, a su vez, proviene del verbo “generare” (producir, generar) más el sufijo “-tio” (efecto o acción de); por tanto, dicha palabra significa el actuar o el efecto de producir o generar (cfr. v. s., la aclaración sobre la física o naturaleza). Si nos fijamos en su formación, notaremos que esta palabra sigue el mismo camino que el de la corrupción, es decir, implica un objeto previo necesariamente, es decir, es también un concepto relacional: se produce o se genera algo, pues, a partir de otro algo. De este modo, podemos señalar, inspirándonos en Aristóteles, que la generación denota aquel movimiento por el cual un “α” es producido a partir de un “x”. Ahora bien, como se advierte, este movimiento ya no implica simplemente a un solo objeto como en el caso de la corrupción, sino a dos: un “x” y un “α”, el primero es el elemento previo requerido (como en la corrupción), mientras que el segundo es precisamente lo producido, lo venido a ser que depende de aquello previo.

Ahora bien, esta diferencia de implicación entre la generación y la corrupción no es superficial; antes bien, todo lo contrario. Analizar éste fenómeno nos llevará, más adelante, a determinar las modalidades de la corrupción y precisar, así, su ontología. Comencemos recapitulando. Hemos arribado a las siguientes determinaciones:

Corrupción: movimiento por el cual un “x” deja de ser lo que era

Generación: movimiento por el cual a partir de un “x” llega a ser un “α”

Con lo visto, podemos notar cierta complementariedad entre estas dos formas del movimiento. En efecto, para que “α” llegue a ser a partir de un “x”, se precisa que ese “x” cambie de algún modo; no necesariamente, por supuesto, que aquello se destruya, pero sí que deje de ser lo que era (al menos, por ejemplo, en el tiempo). Por ejemplo, para que al menos un fruto de alguna planta llegue a ser, este tuvo que haberse producido a partir de algo previo, a saber, por lo regular, una flor fertilizada de dicha planta. Ahora bien, para que aquello ocurra tuvo que haber acontecido cierto movimiento, una cierta corrupción, que haya llevado a la flor, primero, a polinizarse y, luego, bajo algunas condiciones favorables, a producir el fruto. Y es que si la flor de la planta se hubiese quedado estática, absolutamente incorruptible, entonces no habría sido posible dicho proceso.

Por ello, a su vez, se nos revela con mayor claridad que la corrupción es el elemento previo de la generación. La generación implica la corrupción. Hay, por tanto, una especie de jerarquía que señala que la corrupción es, de algún modo, primordial respecto a la generación. Dicho de otro modo, no hay generación si antes no se ha dado el fenómeno de la corrupción. Por lo tanto, la corrupción es el fenómeno más universal del cambio, mientras que la generación es un tipo especial ulterior de la corrupción: la generación es un tipo de corrupción más una añadidura, precisamente el “α” de su determinación. La corrupción es, entonces, uno de los epítetos del cambio o movimiento, su implicación necesaria: todo aquello que cambia o se mueve pasa, pues, de un estado en el que aquel es algo a otro en el que deja de serlo, de lo contrario no habría movimiento.

 

C. Minima ontologia

Sobre las modalidades de la corrupción y sobre la naturaleza de sus objetos

Ahora bien, si la generación no es el contrario de la corrupción, sino un subtipo suyo, cabe precisar ahora si es su modalidad inmediata o no. Recordemos nuevamente la determinación de la generación: movimiento por el cual a partir de un “x” llega a ser un “α”. Recordemos también que para que aquello acontezca, se precisa de la corrupción, el cual designa el movimiento por el cual ese “x” deja de ser lo que era. Con ello, notamos que existe un diferencial entre la generación y la corrupción, precisamente el “α” de la generación. De este modo, la determinación de la generación comparte su atención no solo al “x” de la corrupción, sino también a algo más. Lo que nosotros nos proponemos investigar ahora es, sin embargo, lo que ocurre simplemente con el “x” que deja de ser.

Así, la pregunta que tenemos que hacer es la siguiente: ¿de qué manera deja de ser? Ciertamente no deja de ser si no está en movimiento: si el “x” fuese estático no podría dejar de ser (por ello, la pura estaticidad se nos revela como el concepto paralelo opuesto al de la corrupción). De este modo, el “x” no puede mantenerse tal y como es: deja, pues, de ser. Ese dejar de ser puede ser, así, solamente de dos maneras posibles: o bien el “x” aumenta o bien el “x” disminuye (en cantidad o cualidad). Un ejemplo del primer caso puede ser cuando una semilla se desarrolla y llegar a ser una planta: en este caso, pues, el ser de la semilla aumenta bajo ciertas condiciones favorables. Un ejemplo del segundo caso, por su parte, podría ser cuando una hoja, por el pasar del tiempo por ejemplo, se marchita y termina desintegrándose en algunos fragmentos: en este caso la unidad original del ser de la hoja disminuye y da paso a una multiplicidad de fragmentos menores suyos.

Así son, pues, dos las modalidades más inmediatas de la corrupción: la aumentación y la disminución. El término “aumentación” proviene del término latino “augmentatio”, el cual procede, a su vez, del verbo “augere” (de “augeo”, incrementar, aumentar, crecer) y del sufijo “-tio” (acción o efecto de). El término “disminución”, por su parte, procede del término latino “diminutio”, el cual proviene, a su vez, del verbo “diminuere” (reducir, disminuir) y nuevamente del sufijo “-tio” (acción o efecto de). En ambos casos sucede algo análogo a los fenómenos ya estudiados, a saber, presuponen un objeto dado previo, pues se incrementa algo, aumenta algo, crece algo, se reduce algo o disminuye algo. Como se ve, ambos casos implican también al cambio o movimiento en tanto que designan acciones; por tanto, por lo ya dicho anteriormente, son formas, pues, de la corrupción. De este modo, es posible definirlas del siguiente modo:

Aumentación: proceso de la corrupción por el cual un “x” aumenta su ser

Disminución: proceso de la corrupción por el cual un “x” disminuye su ser

Con todo, ahora nos es posible, con mayor claridad meridiana, mostrar los objetos de la corrupción. En lo precedente, vimos que la corrupción es un concepto relacional dado que presupone un objeto dado. Lo mismo ocurre con la aumentación y la disminución, los cuales son las modalidades inmediatas de la corrupción, pero también con la generación, el cual es una modalidad ulterior de la corrupción. Como se ve, todos estos fenómenos implican al cambio o movimiento. El movimiento es el concepto, la unidad posible superior, de todos estos: de la corrupción y, en seguida, según el orden y la prioridad, de la aumentación y de la disminución, y luego, finalmente, de la generación. La corrupción es, pues, determinamos también, el movimiento por el cual “x” deja de ser lo que es, y como todo movimiento implica dicho proceso —pues, en todo fenómeno en el que se da el cambio o movimiento el móvil pasa de un estado en un momento a otro en un segundo momento: el móvil es algo en el primer momento y deja de ser lo que era para el segundo, y es que si se conservara tal y como era en el primer momento, entonces no sería móvil, sino inmóvil, pura estaticidad—, entonces la corrupción no señala otra cosa sino que el proceso del movimiento, es su nombre velado, mientras que las modalidades de la corrupción (i.e., la aumentación, disminución y generación) son, así, las modalidades posibles o accidentales del movimiento.

Lo que nos preguntamos ahora es por el tipo que es ese “x” de la corrupción. La respuesta, para este momento, resulta más clara. El “x” tiene que ser algo que sea, al menos potencialmente, movible, pues si el “x” fuera estático, no acontecería corrupción alguna. De este modo, la corrupción es, pues, el fenómeno más universal en la totalidad de lo real movible. El dominio de la corrupción, por su parte, amplía su regimiento hasta los límites de lo móvil.

 

§3. Filosofía práctica de la corrupción

Un esbozo

 

Una vez aclarado un poco más la parte de la filosofía teorética de la corrupción, podemos pasar a evaluar sus consecuencias prácticas. Realizar, pues, recién una responsable filosofía aplicada del precedente estudio conceptual, y es que, como ha expresado Dugin, la aplicación filosófica solo puede suceder efectivamente cuando se dispone de una clarificación conceptual previa (2019), o como ya había expresado Platón hace muchos siglos: la κατάβασις (el camino descendente) del filósofo solo es coherente y necesaria cuando se ha realizado la ἀνάβασις (el camino ascendente), de lo contrario solo se puede esperar caer en confusiones o, en el mejor de los casos, se podrá acertar, sí, pero sin saber que se ha acertado y, así, no se podrá dar suficiente cuenta del hallazgo con conocimiento de causa (i.e., no habrá filosofía propiamente), pues se carece de la claridad conceptual superior y el recto criterio que dota el camino ascendente (2013).

Ahora bien, dada la magnitud y las múltiples variaciones en la esfera de la praxis y dado, también, la naturaleza esquemática del ensayo, no podemos aspirar a un estudio exhaustivo de la filosofía práctica de la corrupción, el cual, como vimos, tiene una abrumadora inmensidad de objetos (i.e., todo lo movible). En consecuencia, esta parte solamente comporta un esbozo inicial, bajo la condición de, en un futuro, continuar con la meditación e investigación que aquí simplemente delineamos. A continuación, veremos dos aplicaciones prácticas de nuestro estudio conceptual y algunas implicaciones.

 

A. Ética general

Sobre la naturaleza farmacológica de la corrupción

En primer lugar, detallemos una consecuencia ética general. Al ser el objeto de la corrupción todo aquello que es movible —esto, por supuesto, como adelantamos, no solo actualmente, sino también, principalmente, potencialmente—, entonces aquello nos plantea la siguiente consideración. Actualmente, tenemos normalizada la creencia de que la corrupción es un fenómeno nocivo tanto para las personas como para las instituciones sociales como, por ejemplo, el Estado. No obstante, lo que hemos mostrado en la presente investigación teorética es que la corrupción es el fenómeno más universal del cambio; ni siquiera es, pues, un fenómeno que halle sus límites en la empresa meramente humana, la encontramos también, ciertamente, en la naturaleza: las plantas también se corrompen, pero también el más diminuto corpúsculo estelar inerte, qua móvil, también lo hace.

Más aún, la corrupción, el otro nombre del movimiento, es aquello que hace a la totalidad de lo real movible ser lo que es. Es decir, la corrupción no solamente posibilita sucesos perniciosos, decadentes, sino también cadentes y sumamente fructíferos: recordemos aquí simplemente que las dos modalidades inmediatas de la corrupción son dos fenómenos contrarios, a saber, la aumentación y la disminución. Por tanto, la corrupción comporta una posibilidad positiva y otra negativa a la vez de manera potencial. Construcción y destrucción, enfermedad y cura, problema y solución son posibles gracias a la corrupción, pues ésta es jerárquicamente, como también tuvimos ocasión de notar, primordial respecto a estas. Incluso, como también determinamos, la generación precisa de un proceso corruptivo.

Así, sin la corrupción no sería posible ni siquiera, por ejemplo, el nacimiento: no sería posible, pues, la vida sin la corrupción: corruptio vitam facit possibilis. La vida orgánica precisa de un proceso corruptivo como condición previa por la cual, por ejemplo, el animal deje de ser simple y potencialmente dador de vida para convertirse actualmente en dador de vida: llegar a ser algo actualmente, pues, y dejar de serlo solo potencialmente. Ese cambio ya es un proceso, por todo lo dicho, corruptivo. De este modo, también, una reforma política, por ejemplo, que subsane un atropello ocasionado por una ley anterior injusta, la cual, por ejemplo, corrompa el valor del bien común, aquello, es también un proceso corruptivo. No solo se corrompe todo aquello que, de acuerdo con nuestras creencias heredadas o no, consideramos como “algo bueno”, sino que también puede corromperse, pues, aquello que podríamos considerar como “algo malo”. Se puede corromper tanto algo que es justo como algo que es injusto; en este sentido, por todo lo dicho, no es incoherente que pidamos que se corrompa la desigualdad social arbitraria, pues lo que estamos diciendo de esta otra manera es simplemente que cambie contrariamente aquella situación injusta, y es que, como advertimos, la corrupción es el otro nombre del movimiento o del cambio.

De este modo, puesto que la corrupción implica, pues, dos contrarios a la vez (i.e., uno positivo y otro negativo) en su devenir inmediato para salir de su potencialidad y ser concreto, dado ello, entonces el juicio práctico sobre cuál de los movimientos posteriores o modalidades de la corrupción, respecto a un determinado objeto, es el pernicioso o nocivo y cuál, el movimiento beneficioso o fructífero no resulta automático ni simple; antes bien, resulta complejo.

Incluso, en ocasiones lo positivo no resulta del todo provechoso, así como lo negativo tampoco resulta necesariamente perjudicial. Que lo positivo no siempre es algo deseable lo muestra, por ejemplo, las investigaciones de Byung-Chul Han (1959-), quien ha evidenciado que fenómenos neuronales contemporáneos como la depresión implican y se deben, entre otros factores, a un mundo de la vida con exceso de positividad y empobrecimiento de la otredad (2015). Que lo negativo, por su parte, no necesariamente resulta despreciable lo muestra, por ejemplo, la filosofía de Hegel (1770-1831), para quien la negatividad (i.e., el escepticismo o crítica) es esencial para la dialéctica (2012 [1807]).

Así, pues, ciertamente, resulta complejo distinguir prácticamente cuál de las dos modalidades posibles de la corrupción es la beneficiosa y cuál no lo es. No obstante, aquello no resulta absolutamente imposible. Esto simplemente refuerza aquello que ya habíamos notado en nuestra investigación teorética sobre la corrupción, a saber, que su concepto no es absoluto: no es, pues, un en sí. Antes bien, es relacional (para otro): es, pues, un concepto carente o necesitado de algo más.

Para poder juzgar prácticamente sobre cuál de las dos modalidades de la corrupción es la adecuada precisamos de conocer, también, de algo más: aquello que lo rodea y aquello que implica, es decir, se precisa considerar del contexto del caso específico de la corrupción al que dirijamos nuestra intencionalidad. La corrupción se nos revela, así, como un φάρμακον (fármaco) en el sentido platónico (1998), pues implica, a la vez, dos contrarios de manera potencial y su resolución se alcanza en relación al contexto en el que se lo aplique. Dependiendo, pues, de cómo se use, de dónde se use, de cuándo se use, de quién lo use, de para quién se lo use, es decir, dependiendo precisamente del contexto, la corrupción positiva y negativa resultará determinada de un modo o de otro. Por tanto, para juzgar práctica y rectamente sobre la corrupción necesariamente tenemos que inquirir siempre sobre el contexto específico en el que se emplea precisamente la corrupción de manera concreta. Entender esto nos lleva, por otra parte, a comprender que la corrupción no resulta ser del todo, pues, un fenómeno eminentemente paradójico, sino, antes, bien, contextual, es decir, farmacológico.

 

B. Ética particular

Sobre la relación práctica entre la corrupción y la investigación

En segundo lugar, y en relación con lo anterior, planteamos una consecuencia ética más particular, concretamente respecto a la esfera académica. Para este momento, podríamos comenzar reconociendo ya que la investigación misma, el fenómeno principal de lo académico, representa un fenómeno corruptivo. Lo implica, pues, en tanto que la investigación comporta cierto cambio o movimiento que comienza con la pregunta y se dirime en un abordaje determinado. Así también, con la investigación corrompemos, por ejemplo, nuestra ingenuidad o, en algunos casos, nuestra propia ignoración: una corrupción que, ya sin los prejuicios iniciales, podemos denominar como benefactora hasta cierto punto. Esto, ahora lo podemos comprender con mayor claridad: no es una paradoja, sino que es parte de la potencialidad del concepto farmacológico de la corrupción. Pero, continuemos ahora con una consecuencia más.

Al ser la corrupción, como mostramos, un concepto esencialmente relacional —implica necesariamente, pues, un objeto (ya sea este abstracto o concreto) previo dado del que depende— entonces cualquier estudio responsable y coherente sobre la corrupción tiene que determinar necesariamente el objeto del que trata —como vimos hace un momento, el sentido de la corrupción, negativo o positivo, incluso, depende de su objeto qua φάρμακον (fármaco)—. Incluso en nuestra presente investigación ha ocurrido aquello: tratamos, pues, la corrupción de la manera más general, notamos que es un concepto relacional y llegamos, a su vez, a determinar, antes de continuar, su objeto general, a saber: todo aquello que, al menos potencialmente, es movible.

En consecuencia, cualquier estudio riguroso y solvente, de orientación más concreta, sobre la corrupción tendría que seguir un proceso análogo. Por ejemplo, un estudio sobre la corrupción política tendría que llegar a considerar necesaria y explícitamente el objeto de esta corrupción, a saber, el concepto de la política. Si no se hace, simultáneamente, dicha investigación, pues, entonces tal estudio sobre la corrupción política está destinado a sufrir reveces y dificultades conceptuales desde el inicio, pues se estaría discurriendo sobre un proceso (i.e., la corrupción, recordemos, simplemente señala el movimiento por el cual un objeto movible deja de ser lo que era) que depende necesariamente de algo (i.e., la política) de lo cual no se tiene suficiente claridad. Por consiguiente, dicho estudio hipotético resultaría ser marcadamente unilateral.

Una recta investigación sobre la corrupción política es, así, necesariamente, a la par y primordialmente, una investigación sobre lo que es esencialmente la política y sus implicaciones. Solamente una vez se ha determinado el “x”, en este caso el concepto de la política, es que recién se puede comenzar a evaluar práctica y responsablemente su proceso corruptivo. De este modo, uno de los primeros aspectos que, a continuación, se precisaría determinar es si aquello es movible o no. Si lo es, y solamente si lo es al menos potencialmente, entonces, allí recién, podremos hablar de la corrupción política. Uno de los máximos representantes del llamado idealismo británico, Bernard Bosanquet (1848-1923), por ejemplo, llegó a considerar al Estado, expresión máxima de la política para el autor, como una idea ética fija (1899). En consecuencia, si ese fuese el caso, hablar de la corrupción de tal política sería un sinsentido, un oxímoron en sí mismo, pues el “x” de la investigación (i.e., la política) no sería objeto de movimiento o cambio, y, por tanto, no sería, a su vez, uno de los objetos posibles de la corrupción.

Solo si la política es determinada como objeto posible del cambio o movimiento, como en buena parte de los casos (e.g., el materialismo, el evolucionismo, el emergentismo, etc.), solo en esa ocurrencia, es que se podría hablar de la corrupción política y hacer, por consiguiente, una investigación sobre ella. Ahora, una vez determinado el concepto de la política y que es, al menos potencialmente, sujeto de cambio (e.g., en el tiempo), pasaríamos a analizar el fundamento y sus modos de cambio o de corrupción, los cuales, recordemos, son dos contrarios: uno positivo y otro negativo, qua farmacológico, los cuales señalan el movimiento por el cual el “x” conserva o disminuye su ser.

Luego de haber pasado por ese proceso teórico conceptual (i.e., luego de haber comprendido, por un lado, lo que comporta el fenómeno de la corrupción y, por otro lado, al mismo tiempo, luego de haber determinado lo que es la política, pasando, incluso, por su metafísica y, finalmente, por su ontología), podremos alcanzar un mejor juicio práctico sobre la corrupción política: una filosofía aplicada solvente de la corrupción política. Solamente allí, pues, podríamos juzgar, con mayor claridad meridiana, qué tipo de corrupción política es justa y cuál no: cuál es la positiva y cuál la negativa en realación a nosotros, cuál es el problema y cuál la cura, etc. Por ejemplo, si es deseable buscar la aumentación de la política y, por tanto, desmotivar los intentos de disminuirla (e.g., el socialismo) o si, por el contrario, es justo buscar la disminución de la política y rechazar su incrementación (e.g., el liberalismo).

 

§5. Conclusión

Sobre la síntesis, resumen y sugerencias de la presente investigación

 

En suma, la pregunta por lo que es la corrupción nos ha llevado, con todo, a sostener y defender la siguiente tesis: la corrupción es un fenómeno universal en el ámbito de lo movible cuyo concepto se caracteriza por ser relacional y farmacológico.

Por una parte, comenzamos abordando el fenómeno estudiado teoréticamente (i.e., conceptualmente) en tres momentos. En primer lugar, para aproximados a dicho concepto, comenzamos analizando su etimología, lo cual nos acercó a su significado originario esencial. De este modo, determinamos que la corrupción designa el quebrar, la ruptura o la descomposición. Continuando con nuestro análisis, notamos que dicha determinación implica necesariamente la existencia de un algo previo dado al que refiere: siempre, pues, se corrompe concretamente esto o aquello y, de manera general, se corrompe un “x” que comporta una unidad inicial, la cual precisamente se descompone, rompe o quiebra. Así, llegamos a la siguiente conclusión:

Conclusión I: la corrupción no es un concepto absoluto (en sí, aislado), sino relacional (para otro), pues precisa de un objeto dado sobre el que precisamente acontece el fenómeno de la corrupción.

En segundo lugar, continuamos con nuestra investigación penetrando en la esfera metafísica de la corrupción (i.e., el plano conceptual más general). De este modo, ahora llegamos a la siguiente determinación: la corrupción denota el proceso por el cual un “x” deja de ser lo que era inicialmente. En seguida, notamos que dicha determinación implica el cambio o movimiento, del cual la corrupción parecía ser una de sus formas. Pero la corrupción no es una más de sus formas posibles, al contrario. En efecto, todo movimiento o cambio comporta que el móvil deje de ser, en algún sentido (e.g., espacial, temporal, etc.), lo que era al inicio. Y es que, si fuese el caso contrario, esto es, si el móvil no dejase de ser lo que era, entonces no habría cambio o movimiento, sino pura estaticidad. Por lo tanto, en este punto concluimos así:

Conclusión II: la corrupción es la forma principal necesaria del cambio.

En tercer lugar, analizamos la ontología de la corrupción. En base a los dos momentos anteriores, por un lado, determinamos cuáles son los objetos posibles de la corrupción. Dado que la corrupción implica necesariamente al movimiento o cambio, entonces sus objetos no pueden ser de otro modo. En consecuencia:

Conclusión III: los objetos de la corrupción tienen que ser objetos posibles (i.e., al menos potencialmente) del movimiento o cambio.

Por otro lado, analizamos las modalidades de la corrupción. Dado que permanecemos en la realidad del devenir, de lo movible, la conservación no es una modalidad posible de la corrupción, pues la conservación está ligada con el no movimiento, con la estaticidad (i.e., el concepto opuesto del movimiento). Así, solo nos quedan las siguientes modalidades posibles: la aumentación y la disminución. Determinamos, nuevamente mediante un análisis etimológico y metafísico, que la primera se define como el proceso de la corrupción por el cual “x” aumenta su ser, mientras que el segundo: proceso de la corrupción por el cual “x” disminuye su ser. Por tanto, aquí concluimos así:

Conclusión IV: las dos modalidades inmediatas, por tanto, de la corrupción son la aumentación y la disminución.

Vimos, también, otra modalidad de la corrupción, la generación (que en ocasiones se ha entendido como el contrario a la corrupción), la cual definimos así: movimiento por el cual a partir de un “x” llega a ser un “α”. Así, dado que implica al movimiento, entonces es también una forma de la corrupción. No obstante, a diferencia de las dos modalidades anteriores, la generación no es inmediata, pues no trata simplemente del “x”, sino también, a la vez, de un añadido (i.e., el “α”). Por tanto:

Conclusión V: la generación es una modalidad ulterior de la corrupción.

Una vez alcanzado una mejor claridad conceptual, evaluamos, por otra parte, sus consecuencias prácticas a modo de filosofía aplicada. Comenzamos revisando la creencia común según la cual la corrupción acontece exclusivamente en aquello que consideramos como nocivo. Según esta creencia habría corrupción solamente cuando, por ejemplo, una institución del Estado pervierte injustamente sus funciones, pero no habría corrupción en el caso contrario (i.e., cuando dicha institución, pasa de la injusticia a la justicia).

No obstante, con todo lo visto en la parte teorética, juzgamos que dicha creencia es unilateral. Ciertamente, aquella creencia cumple con el criterio de la Conclusión III, pues considera, implícitamente, que aquello que se corrompe ha pasado de un estado a otro, es decir, es sujeto del cambio o movimiento. Sin embargo, dicha creencia solo cumple parcialmente con lo dispuesto en la Conclusión IV. De acuerdo con dicha conclusión, recordemos, la corrupción admite dentro de sí, potencialmente, dos contrarios: la aumentación y la disminución. De este modo, la creencia que evaluamos (i.e., que la corrupción solamente acontece en aquello que consideramos como nocivo) solamente toma, sin justificación, una sola de las partes del fenómeno de la corrupción: toma unilateralmente la parte como si fuese el todo. Y es que la corrupción puede ser, también, fructífera (Conclusión V).

Lo anterior, nos permitió elucidar una conclusión más sobre la corrupción relevante, de manera general, para la ética. Dado que la corrupción admite a la vez, potencialmente, dos conceptos contrarios (i.e., uno positivo y otro negativo), no resulta automático, de manera práctica, cuál de los dos es el beneficioso y cuál es el pernicioso. Depende, pues, del contexto (e.g., del objeto sobre el que se aplique la corrupción), lo cual refuerza lo que ya habíamos señalado en la parte teorética, a saber, que es relacional (Conclusión I). De este modo, por tanto, concluimos así:

Conclusión VI: la corrupción comporta un carácter farmacológico en el sentido platónico (i.e., aquello que es, dependiendo de los casos, cura o veneno).

Finalmente, planteamos una consecuencia ética más particular aplicada a la esfera académica. Comenzamos señalando que la investigación, qua objeto de cambio o movimiento, es un fenómeno, también, de la corrupción (Conclusión IV), la cual, ciertamente, puede ser fructífera (Conclusión V). En seguida, llegamos a una conclusión más. Dado que la corrupción es un concepto relacional (Conclusión I), entonces:

Conclusión VII: cualquier estudio concreto sobre la corrupción tiene que estudiar, al mismo tiempo, el objeto sobre el que se aplica la corrupción para que tenga sentido.

Y es que la corrupción no es un concepto por sí mismo, siempre depende de algo previo dado, el cual le dota de sentido contextual. Incluso, en nuestro estudio más teorético, comenzamos determinando el concepto de la corrupción de manera general y, en seguida, dirigimos la intencionalidad a su objeto, también, general.

Para culminar dicha sección, terminamos proponiendo un ejemplo particular de cómo sería una investigación solvente sobre la corrupción política:

Primero, tendría que comprender bien la naturaleza del concepto de la corrupción (i.e., la parte teorética).

Segundo, tendría que determinar el concepto de política (Conclusión VII).

Tercero, a partir de lo anterior, evaluar si es posible relacionar efectivamente ambos conceptos, esto lo hacemos determinando si la política es sujeto del cambio (Conclusión III).

Si lo es, cuarto, estudiar la ontología de la política y, así, determinar sus modalidades más inmediatas para, de este modo, juzgar cuál es la beneficiosa y cuál, la perniciosa, pues dicho juicio no es automático al ser, pues, la corrupción de naturaleza farmacológica (Conclusión VI).

En resumen, nuestras conclusiones fundamentales son las que siguen. La corrupción, de manera general, no es un concepto absoluto, sino relacional al precisar de un objeto previo dado (Conclusión I). A su vez, este concepto se caracteriza por estar esencialmente vinculado al movimiento o cambio; es su principal forma, pues la corrupción, de manera general, denota el proceso por el cual un “x” deja de ser lo que era inicialmente, y esta misma definición es afín al del movimiento o cambio (Conclusión II). Así, los objetos de la corrupción tienen que ser, al menos potencialmente, movibles (Conclusión III). Estos objetos pueden cambiar inmediatamente de dos formas contrarias (una positiva y la otra negativa), a saber, mediante la aumentación o la disminución (Conclusión IV). La generación, por su parte, es una modalidad ulterior de la corrupción al implicar, al mismo tiempo, un añadido accidental (i.e., aquello que se genera) (Conclusión V). De manera práctica, la corrupción comporta un carácter farmacológico: dependiendo del contexto particular, el juicio práctico sobre la corrupción cambiará al momento de determinar cuál de los contrarios —que implica, a la vez, potencialmente, la corrupción— es beneficiosa y cuál no lo es (Conclusión VI). En el ámbito académico, por su parte, cualquier investigación sobre la corrupción tiene que estudiar, al mismo tiempo, el objeto sobre el que se aplica la corrupción (al ser, pues, la corrupción de naturaleza relacional) y, a partir de allí, recién poder juzgar prácticamente (al ser, pues, la corrupción de naturaleza farmacológica) (Conclusión VII).

Para concluir con el presente ensayo, recordemos que la filosofía comporta una tendencia amorosa al saber. Recordemos que dicho término proviene, pues, del griego antiguo φιλοσοφία, el cual, como se sabe, está compuesta de “φίλος” (el adjetivo de φιλέω, amar) más “σοφία” (sabiduría). De este modo, la filosofía no se realiza si dejamos uno de sus dos polos esenciales relegados. De este modo, no hay filosofía si no hay una σοφία implicada, pero tampoco la habrá si no acontece, al mismo tiempo, el φίλος. En consecuencia, si simplemente arribamos a una instancia del saber y nos estancamos allí plácidamente, entonces ya no estamos haciendo realmente filosofía, pues el componte amoroso de la filosofía (i.e., el φίλος) nos impulsa a continuar nuestra incesante investigación (σκέψις). Detenerse, así, en la búsqueda, en la investigación, equivale a dejar de amar la σοφία de la filosofía, traicionarla, engañarla: dejar, por tanto, de ser filósofos. Por ello, es legítima la distinción entre filosofía y ciencia, porque la ciencia es más descuidada con ese φίλος de la filosofía, de allí que, de ordinario, no cuestione sus presupuestos y cuando lo hace ya ingresa, pues, en el campo del filosofar. Este φίλος por la σοφία tiene en cada ser humano un comienzo actual, aunque no un final. La propuesta que aquí presentamos es también un comienzo: unos apuntes para una filosofía de la corrupción.

El imperativo de la filosofía nos mueve, así, a continuar con la investigación que aquí simplemente delineamos. Llegamos, ciertamente, a una instancia del saber, pero es preciso seguir continuando promovidos por el componente amoroso de la filosofía. Por de pronto, podemos señalar dos rutas a seguir a continuación.

Por un lado, es preciso profundizar en una filosofía sístemática más abarcadora partiendo de la base de los fundamentos que aquí ya elucidamos. En el presente trabajo evaluamos el concepto de la corrupción, comenzando por su significado originario esencial, pasando por su metafísica hasta llegar a su ontología; así determinamos sus modalidades inmediatas (i.e., la aumentación y la disminución) y una ulterior (i.e., la generación). En dicho proceso, notamos un vínculo esencial entre la corrupción y el movimiento o cambio, del cual, mostramos, que es su forma necesaria principal. Es decir, el movimiento o cambio no es un concepto menor respecto a la corrupción (como sí es el caso de la aumentación, la disminución y la generación), tampoco es un concepto paralelo opuesto a la corrupción (como es el caso de la pura estaticidad), sino un concepto superior: la corrupción se dirime en el cambio o movimiento. Por tanto, una filosofía más sistemática tiene que, ahora, dirigir su intencionalidad, de una manera más detallada y amplia, al concepto del movimiento o cambio para continuar con el proceso de investigación que nos insta la filosofía.

Por otro lado, es preciso, también, ampliar y detallar más una investigación sobre lo que son los conceptos relacionales: su naturaleza, metafísica, modalidades y ontología. Como vimos, el concepto de la corrupción es de ese tipo. Por tanto, para entender mejor dicho fenómeno es necesario comprender más profundamente dicho concepto. Y es que no solo la corrupción es un concepto relacional, sino también la filosofía misma lo es, aquello lo señala precisamente la σοφία de la filosofía: la filosofía es siempre, pues, una tendencia amorosa sobre un saber determinado (concreto o abstracto) sobre algo que de algún modo es.

 

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