viernes, 31 de marzo de 2023

LA CORRUPCIÓN QUE NOS VUELVE HUMANOS

 

Luis Enrique Alvizuri, Comunicador y publicista

Correo-e: luisalvizuri@yahoo.com

 

Resumen

El siguiente ensayo versa sobre la idea de que la corrupción, así como es fundamental para el proceso de la vida, igualmente lo es para el desarrollo de la sociedad humana. Todo sistema creado por el hombre inevitablemente sufre un proceso de desgaste por obra de él mismo, y ello obedece a un impulso necesario para poder ejercer su voluntad y la libertad. Al ser humano le urge demostrar que, para ser lo que es, tiene que expresar su facultad de poder contradecir las medidas establecidas. Por ello es que la corrupción viene a ser la primera instancia de la manifestación de la libertad, la cual destruye y corrompe lo dado para poder construir algo nuevo.

Palabras clave: Leyes, libertad, transgresión, evolución.

 

Abstract

The following essay deals with the idea that corruption, just as it is essential for the life process, is equally so for the development of human society. Every system created by man inevitably suffers a process of wear due to his own work, and this obeys a necessary impulse to be able to exercise his will and freedom. Human beings urgently need to demonstrate that, in order to be what they are, they have to express their power to contradict the established measures. That is why corruption becomes the first instance of the manifestation of freedom, which destroys and corrupts what is given in order to build something new.

Key words: Laws, liberty, transgression, evolution.

 

El aspecto familiar

En la mayor parte de los casos cuando se habla de corrupción lo común es suponer que esta se refiere a las acciones ilegales que se cometen dentro de un determinado gobierno, supuestamente democrático. Pero en realidad, la corrupción, en su sentido más neutral, es el actuar en contra de determinadas normas o disposiciones, sea esto de manera circunstancial o permanente. Si lo entendemos así, entonces este concepto escapa del usual espacio político donde se lo ubica para instalarse en cualquier contexto social.

En ese sentido, el problema entra dentro del marco de lo filosófico puesto que atañe a aquello que nos identifica como actores dentro de una sociedad específica, lo cual incluye aspectos tan disímiles como las creencias, costumbres, religión, conocimientos, etc. Quiere decir que, allí donde existe algún tipo de estructura (que en su mayor parte es instaurada mediante convenios o acuerdos tácitos y heredados), allí puede darse la corrupción, es decir, la violación de dichos pactos o contratos sociales.

En un ámbito familiar la corrupción se presenta constantemente debido a que no todos los miembros son fieles cumplidores de la “leyes” internas instituidas por los paterfamilias y que únicamente son válidas dentro de dicho ámbito. Tanto los hijos como las mismas cabezas pueden llegar a exceder los límites por diversas razones, no siempre del todo justificables o comprensibles. Pero tanta es la frecuencia de ello que la psicología ve en dicho fenómeno a una de las principales causas de los desórdenes o traumas que se presentan en gran parte de los adultos (padres que, o bien eran demasiado estrictos al castigar las faltas o, en su defecto, demasiado laxos en cumplir sus propias pautas). Actualmente está de moda hablar de “hogares disfuncionales”, que son aquellos donde impera el desorden o la anomia en su seno. Comprender esto no es otra cosa que abordar el índice de corrupción que ocurre a nivel intrafamiliar.

Estamos refiriéndonos entonces a que en toda familia existen pautas que deben ser obedecidas para la sana convivencia, pero que no siempre lo son debido al deseo de algunos de sus integrantes por obtener un mayor beneficio personal en contra de los derechos de la mayoría. En este caso la noción de corrupción se ajusta a ello, y las ventajas que provoca son trasladadas luego fuera del espectro familiar, bajo el supuesto que se conseguirán los mismos resultados. Es así que la corrupción se exterioriza en lugares como la escuela, el vecindario, la iglesia (o el centro de culto respectivo) y el trabajo. Todos estos están constituidos mediante estatutos que consienten la incorporación de sus integrantes siempre y cuando estos acaten los reglamentos. Pero la experiencia previa en el hogar instaura en los individuos la propensión a buscar, instintivamente, los resquicios que permitan sobrepasar los linderos legales sin que ello cause algún perjuicio notorio.

Lo mismo pasa cuando las personas participan en organizaciones más amplias como las fuerzas armadas o las gubernativas, que es donde la corrupción ocasiona más impacto y escándalo en la comunidad. Sin embargo, los actos de corrupción que allí se producen no son más que una prolongación de los que ocurren tanto en los hogares como en los centros educativos. Son sus efectos lucrativos los que estimulan y motivan a que estos se reproduzcan con más intensidad y frecuencia. Es decir, la inclinación a obtener una ganancia o ventaja adicional a la permitida es algo que proviene desde la más remota infancia y que ha sido transmitida mediante el ejemplo.

Ahora bien, esto no es exclusivo del ejercicio público sino también se suscita en todo orden de cosas, como en las organizaciones delictivas. Nada más frecuente que oír historias o ver películas de mafiosos o de piratas donde la traición, la estafa y el engaño son lo más común entre ellos, siendo en estos entornos donde más se produce la corrupción, mucho más que en los que se consideran los más importantes (como la función gubernativa). La diferencia está en que al interior de estas organizaciones criminales la corrupción se combate y se castiga de la manera más drástica, casi siempre con la muerte. Tal es el caso de las mafias de la droga, donde el más ligero incumplimiento o trasgresión significa la desaparición del individuo que la comete. Eso no quiere decir que en dichas esferas la corrupción sea menor o se combata bien, sino que la sociedad no la percibe como tal, no cree que en el espectro criminal esta se dé; sin embargo, sí se da, y mucho.

El aspecto mítico

Hasta aquí hemos desarrollando una postura meramente psicologista, afirmando que la corrupción es consecuencia de una “mala educación” o formación familiar. Pero esto no agota el tema. Si nos trasladamos al plano de lo mítico, la “falta” o corrupción (que viene a ser lo mismo) es parte inherente de tales relatos. La creación del hombre es vista, en la mayor parte de las narraciones, como un acontecimiento “indebido”, sea por acción de algún dios o por obra del mismo ser humano. Tal parece que la explicación de lo que somos surge de la comparación con los animales que nos rodean a quienes observamos como entidades incorporadas plenamente a la realidad, a diferencia de nosotros que nos percatamos que somos ajenos a esta. Eso lo atribuimos a un hecho “anómalo” que nos privó de ser uno más como ellos.

Dicho de otra manera, el humano no es un animal más, como todos, sino algo “diferente”, pero no en razón a su “superación” o “elevación” sino más bien por causa de su “caída” o por algún “error”, algo que no debió suceder, pero ocurrió. No quiere decir que todos los mitos lo presenten así, pues hay muchos que tienen una interpretación diferente, pero aquellos que más se acercan a nosotros en el tiempo y nos han influido parece ser que tienen esa particularidad. Los mitos de origen sumerios o egipcios están plagados de hechos que contradicen el orden universal y que lo trastornan, por lo que se requiere de alguna “reparación” que restituya el equilibrio roto. Esta ruptura del “sano equilibrio natural” no es otra cosa que la corrupción, el quebrantamiento de los códigos sagrados que han sido mancillados y que exigen un perdón para reparar el pecado cometido

Esto nos lleva a la noción del pecado como producto de una infracción que se opone a una disposición que debió ser observada y no olvidada o descuidada (pues a veces la ignorancia o la negligencia es lo que provoca que la persona sea pecadora y que tenga que “pagar” por ello), o que se produjo, aunque de manera involuntaria, por la alteración de los elementos de un ritual. Toda transgresión a la ritualidad siempre será sinónimo de pecado, y a eso también se le llama corrupción, porque se ha corrompido aquello que debería ser inmaculado e intachable. El tocar algún objeto sagrado sin ser sacerdote merece, en muchos casos, la pena de muerte, como lo revelan numerosos textos religiosos.   

Son también muchos los ejemplos donde la corrupción sirve de causalidad para desgracias mayores, como las caídas de imperios o el padecimiento de “castigos divinos” debido a las “vidas corrompidas” de sus ciudadanos (como los casos de Sodoma y Gomorra, la Atlántida o Pompeya). Aquí se mezclan los mitos con la historia, pero lo transcendental es que la idea de la corrupción no está fuera de las razones que provocan la desaparición de las civilizaciones. Lo que no pudieron hacer grandes ejércitos lo logran la ambición y las luchas intestinas por el poder, como ocurrió en el Ande americano con la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa que, para los ojos de algunos, fue el principal motivo que facilitó la conquista del imperio incaico.

El aspecto filosófico

Por lo tanto, sea en el aspecto familiar o mítico, la idea de un rompimiento de “lo que debe ser” es lo que hace que brote la corrupción como una propiedad que es parte inherente de nuestra humanidad. Eso también nos remite a la visión filosófica sobre el tema que es tratado por la axiología y la ética. La primera detalla que el ser humano debe tender siempre hacia los valores, y estos deben ser, por necesidad, su máxima aspiración. Ellos están relacionados a la esfera de lo cultural, donde tienen un correlato con la conformación de cada vivencia. Para las sociedades nómadas lo fundamental será aquello que contribuya con un mayor aprovechamiento de las circunstancias aleatorias que se presenten a lo largo de una travesía, mientras que para las sociedades sedentarias todo lo que consolide la vida urbana o agraria.

Respecto a la ética, a lo que esta apunta es a que el ser humano no pierda su esencia social, comunitaria, siendo lo principal el señalar que “el bien” es aquello que solidifica la convivencia y la tolerancia mientras que “el mal” es todo lo contrario. En ese sentido, el individualismo viene a ser la actitud que más se aleja de lo bueno puesto que es un rechazo a los lazos que ayudan a solidificar los vínculos con el prójimo. Un exceso de individualismo, el priorizar el provecho personal sobre el colectivo, es calificado como una incorrección, y, por ende, como un acto de corrupción pues se está yendo en perjuicio de los principios básicos que toda sociedad requiere para subsistir.

La propuesta

Como vemos, la corrupción se presenta como un problema múltiple, tanto psicológico como mítico y filosófico desde el origen del ser humano, desde que este apareció sobre la Tierra. Ahora bien, ¿qué sería del hombre si no procediera así, corruptamente? Pues no estaríamos hablando de alguien propiamente humano sino de otro animal que cumple estrictamente con las leyes de la naturaleza, como lo hacen todos sin la menor señal de arrepentimiento ni complejo. ¿A qué queremos llegar? A que la corrupción, la trasgresión voluntaria de las normas, es imprescindible para que se engendre la voluntad humana, llamada también libertad. Es decir, sin corrupción nada se modificaría y la humanidad permanecería congelada en su primer estadio que sería la Edad de Piedra.

El proceso humano es una constante de libertad plena, libertad que solo se manifiesta cuando se violan los compromisos instituidos. Sin esa cuota de “maldad” o de “egoísmo”, propio de la corrupción, no habría descontentos ni insatisfechos y no seríamos los humanos que somos ahora. La libertad, para ser tal, exige que el hombre pueda optar entre el cumplimiento y la corrupción, pero necesariamente tiene que ir por este segundo camino si es que quiere afirmar lo que es. Sin la corrupción no tendría sentido hablar del bien y la bondad porque no habría forma de elegirlas al ser estas impuestas por la autoridad. Las sociedades tratan siempre ser eternas y para eso aplican estrictos métodos de represión a la corrupción, pero eso es imposible: inevitablemente ella va a triunfar, perjudicando así a los que usufructúan del tipo de organización creada.

Para anular la corrupción sería necesario eliminar la voluntad y la libertad, como lo demuestran los regímenes totalitarios y dictatoriales en donde las condiciones de vida son sumamente severas y no se consiente la más leve falla que los perturbe. Es el caso de la novela 1984 de Orwell donde lo único prioritario es conservar las cosas como están, tal como lo haría cualquier organismo biológico a través de su sistema linfático. Si los animales se reproducen y siguen siendo lo que son es porque carecen de la voluntad para decidir entre respetar sus impulsos naturales o negarlos, asumiendo otros elaborados por ellos. En cambio, en lo humano, el ser “animal” es un insulto, no porque el paralelo sea en sí algo negativo, sino porque es decirle a alguien que “carece de la capacidad para independizarse de las leyes naturales”, condición que es lo que nos identifica como especie.

Conclusión

No vamos a concluir como normalmente se hace diciendo que “por lo tanto, tal cosa es la correcta y tal la incorrecta”. No tendría sentido puesto que, como hemos visto, la corrupción es indispensable para la evolución humana, aunque no sepamos hacia dónde vamos ni para qué. Estamos atrapados en un destino trágico de tener que admitir que, sin lo que denominamos como “maldad” (o corrupción), no podremos ser lo que somos ni llegaremos jamás producir algún cambio en nuestro ser. Seríamos como un Egipto perpetuo sin que exista un Akenatón que lo trastoque y lo convulsione; como una isla Sentinel donde nadie puede ingresar porque está prohibido modificar el permanente estilo de vida de la tribu que allí reside.

Quizá la reflexión final sea que, parafraseando el mito de Caín y Abel, todos somos Caín y Abel al mismo tiempo, y no podemos dejar de serlo si es que queremos continuar en este derrotero llamado humanidad. Si bien algunos monjes anacoretas renuncian a su calidad social para vivir en absoluta soledad, es lo mismo que preferir el suicidio y la desaparición a la subsistencia. Continuaremos entonces con nuestros deseos de perpetuidad (que sería hacer lo correcto) pero, al mismo tiempo, con nuestra vocación a su rechazo (la corrupción) porque es entre ambas posturas, entre este curioso yin y yang, donde realmente alcanzamos nuestra verdadera dimensión humana, que, como las monedas, es diferente cuando se mira por un lado a cuando se mira por el otro.

 

 

 

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