Interpretación cuádruple de un problema tridimensional
Víctor Montero Cam, Mag. en Filosofía (Pontificia Universidad Católica del Perú) y Director, Instituto Peruano de Pensamiento Holístico –Planetario (IPPHP).
Correo-e: victormonterocam@gmail.com
Resumen:
El presente ensayo constituye un intento del autor, a partir de sus experiencias personales, académicas y laborales, de plantear una reflexión filosófica en torno a las causas profundas y verdaderas que estarían a la base de una incapacidad de los peruanos para abandonar su condición de país subdesarrollado. Para ello, el autor propone la elucidación de un problema tridimensional (la desigualdad social, económica y cultural) de la sociedad peruana utilizando una metodología de análisis que incluye la interpretación de cuatro enfoques o perspectivas fundamentales (humanismo, teoría de sistemas, pensamiento complejo y visión holística).
Palabras clave: sociedad peruana, desigualdad tridimensional, visión holística, pensamiento de la complejidad
WHY HAVE WE PERUVIANS NOT YET LEAVED THE “UNDER DEVELOPMENT”?
Quadruple interpretation of a three-dimensional problem
Abstract:
This essay is an attempt by the author, based on his personal, academic and work experiences, to propose a philosophical reflection on the deep and true causes that would be at the base of an inability of Peruvians to overcome their condition of underdeveloped country. For this, the author proposes the elucidation of a three-dimensional problem (social, economic and cultural inequality) of Peruvian society using an analysis methodology that includes the interpretation of four fundamental approaches or perspectives (humanism, systems theory, complex thinking and holistic view).
Key words: Peruvian society, tridimensional inequality, holistic view, complex thinking
1. Delimitación del problema y método para su análisis
No es fácil dar una respuesta simple a un interrogante complejo, más aún cuando se han esgrimido, a lo largo del tiempo y desde diversos ángulos, numerosos argumentos, que han intentado explicar las causas reales y profundas de nuestra condición de país “subdesarrollado”.
En otro lugar ya he puesto en discusión el uso de la pareja de términos sociológicos “desarrollo” y su contraparte el “subdesarrollo”, como una forma sutil –originada y propiciada por investigadores pertenecientes a países del así denominado “Primer Mundo” (mundo desarrollado o industrializado) o que siguen esquemas economicistas clásicos e institucionales (como es el caso del enfoque técnico y cuantitativo del modelo de Harrod (1939) - Domar (1946) ; los libros de Celso Furtado (1973), sobre todo los de las décadas del 60 y 70; el enfoque marxista-globalista de Humala Tasso (1986); el clásico libro de Sunkel y Paz (1970) sobre subdesarrollo en América Latina; entre varios otros- de generar una falsa imagen de inferioridad en sentido absoluto al considerar el factor económico en forma sobredimensionada y restringida al patrón de comprensión racional moderno occidental que privilegia el valor de la productividad material, el cálculo estadístico de costos y beneficios y el crecimiento económico por encima de la solidaridad humana, la visión cualitativa de los procesos naturales y el crecimiento espiritual. Sin embargo, Enrique Leff (2004), un sociólogo mexicano contemporáneo, cuya teorización suscribo, ha conceptualizado ambas interpretaciones en términos de “racionalidad moderna instrumental occidental” y “racionalidad contemporánea ambiental planetaria”, respectivamente.
En el presente ensayo entiendo por desarrollo la complementariedad, interdependencia y armonía esencial de factores solidarios entre sí como son los humanos, sociales, económicos, políticos, éticos, culturales, ecológicos y espirituales. Por ello descarto de plano las tradicionales y unilaterales interpretaciones desarrollistas de carácter unilateralmente económico-político -con pretendida arrogancia de riguroso análisis científico- y aquellas otras psicológico-sociales de carácter determinista y fatalista –que sólo llevan al derrotismo, la desesperanza y la frustración existencial por sentenciarnos a un destino negativo inevitable- que intentan comprender la complejidad del fenómeno de una sociedad como la peruana a partir de una o un par de sus dimensiones, olvidando los intercambios e influencias recíprocas y constantes entre todas ellas y en relación con el fenómeno total.
Su explicación aunque necesaria es insuficiente porque privilegia un factor o prácticamente olvida la existencia interdependiente de todos los demás en la comprensión total de un único gran fenómeno: el análisis de la sociedad peruana en su conjunto y en su especificidad histórico-cultural. La insuficiencia radical de aquellas interpretaciones consiste en considerar la realidad como un todo homogéneo e indiferenciado en lugar de aceptar la existencia de diversos planos y estratos jerarquizados y matizados, con distintos niveles complementarios e interdependientes de profundidad de una sola Realidad Total en permanente cambio.
Se ha dicho que el problema del Perú radica en la idiosincrasia o mentalidad de su gente, en la forma de ser, de pensar y de actuar de su pueblo –conformista, informal y servil-, también se ha afirmado que vivimos una aguda crisis de valores morales; otros prefieren poner el acento en la crisis económica que produce la pobreza de las grandes mayorías; hay también quienes colocan el origen del subdesarrollo en la ausencia de una adecuada política educativa, hecho que se trasluce en las altas tasas de analfabetismo y deserción escolar. Algunos sociólogos también han afirmado que el problema del subdesarrollo radica en los privilegios que han obtenido ciertos grupos políticos en desmedro de los sectores mayoritarios de la población. Sumado este desinterés social a su ineptitud como gobernantes para contribuir con el bien común de la nación. Se ha hablado asimismo de la alianza perversa entre los intereses de la burguesía burocrática nacional y los capitales extranjeros de las grandes corporaciones trasnacionales industriales y financieras.
Por todo ello, sería pues una labor muy extensa, impracticable –y poco fecunda en el plano del análisis reflexivo- detenerme a precisar cada una de las causas que los diversos científicos sociales han atribuido como responsables de la situación de subdesarrollo en nuestro país. He rechazado, en consecuencia, efectuar un abordaje analítico de esta naturaleza porque daría más bien la impresión de realizar un inventario o lista de artículos sin conexión clara entre sí. He preferido más bien elegir un camino más modesto –en la pretensión de registrar todos y cada uno de los muchos factores intervinientes en el subdesarrollo- pero tal vez de mayor amplitud reflexiva y de carácter sintético.
He tomado esta decisión bajo el convencimiento de que es necesario ampliar el horizonte de comprensión del problema que me ocupa a partir de la consideración de una causa seleccionada de entre las muchas que se podrían prestar a examen bajo un enfoque que intenta unificar, haciendo uso de los nuevos paradigmas epistémicos contemporáneos, los procesos y entenderlos en un dinamismo articulador que procure comprender la complejidad de las interrelaciones de los elementos y procesos al interior del sistema que aquí denominamos Perú. Para efectos de la presente exposición definiré al Perú como un sistema caracterizado, en forma material, por su territorio y su población, y en forma espiritual, por el conjunto de sus manifestaciones culturales y artísticas distintivas –platos típicos, danzas folclóricas, etc-.
Ahora bien, puesto que hablar sobre el subdesarrollo implica inevitablemente abordar aspectos relacionados con la sociedad peruana en cuanto grupo humano, en estas reflexiones parto de la aceptación evidente de la existencia de una triple e interrelacionada desigualdad de carácter económico, social y cultural. A partir de esta constatación, que no es la única en nuestro país, se puede apreciar mejor el problema del subdesarrollo debido precisamente a los marcados contrastes entre unos grupos y otros que han generado y siguen generando incomprensión y conflictos entre los mismos. Hilvanaré entonces mis reflexiones sobre la base de una caracterización dual de notable valor didáctico.
Seguidamente expondré, haciendo uso de varios ejemplos nacidos de mi propia vivencia personal en contacto con contextos y personajes diversos, por qué es necesario plantear el problema de la desigualdad social, económica y cultural en una cuádruple perspectiva que contempla los aspectos humanista, sistémico, complejo y holístico para un replanteamiento más profundo y completo de la problemática en cuestión.
2. Desigualdad tridimensional
Esta desigualdad se concibe a partir de la existencia real de segmentos sociales claramente diferenciados, las llamadas “clases sociales”, que se diferencian por su nivel económico y cultural o, en resumen, por su cualidad de vida general.
Debo aclarar aquí que al no tratarse de una exposición histórica del problema no es mi propósito entrar en el análisis pormenorizado y erudito de la génesis de los procesos que nos condujeron a ser un país con una profunda desigualdad social, económica y cultural. Parto del supuesto de que esta desigualdad tridimensional existe actualmente, pero insisto en la exigencia ético-ecológica de que se recontextualice esta desigualdad en una visión comprensiva más amplia que privilegie fundamentalmente, y de manera equilibrada, los aspectos humano y planetario, los mismos que distinguen mi doctrina holístico-planetaria de otras aproximaciones teóricas actuales.
Para mis propósitos, basta decir que el sistema económico-social de la época colonial implantado por los españoles que conquistaron estas tierras durante los siglos XVI y XVII así como la organización político-administrativa con que operó el Virreinato en el siglo XVII – con sus jerarquías y evidentes privilegios para unas reducidas clases y exclusiones para la mayoría de ellas- determinarían el clima propicio para una sociedad altamente jerarquizada e inestable en los niveles económico, social, político y cultural de los siglos posteriores de la República, cuyas rémoras y prejuicios mentales, originados durante los primeros años de gestación incipiente de nuestra identidad, llegan incluso hasta nuestros días y se manifiestan en una serie de prácticas sociales que inconscientemente hemos incorporado como si fuera parte auténtica de nuestro ser nacional.
Allí donde estudiaba el hijo del cacique indio no estudiaba el vástago español. Sin embargo la población indígena y los esclavos negros –grupos históricamente excluidos y marginados de casi todos los beneficios materiales y culturales- estuvieron privados de todo tipo de educación –a no ser la más elemental- pues su labor se limitaba a realizar trabajos forzados puramente mecánicos, donde desplegaban fuerza bruta y no tenían oportunidad de ejercitar sus neuronas, desarrollar su sensibilidad y cultivar su espíritu. Por lo cual es un absurdo aceptar la tesis racista que considera que un grupo étnico es superior a otro, cuando históricamente los diferentes grupos no tuvieron las mismas oportunidades de desarrollo integral. De lo que tal vez sí se podría hablar es de cierta predisposición natural a ciertas actividades específicas, fruto de unas exigencias y necesidades concretas suscitadas por el contacto con un medio ambiente igualmente específico.
Retomando el tema de este apartado, y como señalaba al principio de este apartado, las ya aludidas diferencias entre las distintas clases representan un conjunto de hábitos y prácticas sociales diferentes, que generan comportamientos típicos entre los individuos pertenecientes a cada una de estas clases. Ahora bien, el problema no consiste en la existencia en sí de estas diferencias, lo cual podría interpretarse como una señal de riqueza o pluralidad de expresión, por la complementariedad de funciones indispensables asignadas a cada grupo, sino en la discriminación negativa o minusvaloración del grupo socialmente considerado inferior por parte del grupo supuestamente ubicado en la cúspide.
Se trata, pues, de un asunto de consideración y tratamiento entre miembros pertenecientes a clases o segmentos sociales diferentes. Este tratamiento diferenciado se pone en evidencia en el lenguaje mismo de los individuos de cada uno de estos segmentos. Así, los integrantes del segmento económicamente más empoderado marcan una diferencia de clase a través de los vocablos y expresiones que utilizan frecuentemente en relación a los miembros de segmentos económicamente más débiles. Frente a esta situación de diferencia real por razón de status social, económico y cultural, se propone como alternativa de solución un planteamiento cuádruple, simultáneamente humanista, sistémico, complejo y holístico en la consideración de las relaciones humanas que están a la base de las interrelaciones entre los segmentos sociales.
A continuación explicaré cada uno de los aspectos de la propuesta de solución al problema de la desigualdad social, económica y cultura. Esta solución, hay que decirlo en forma explícita, radica en una comprensión ampliada, completa e interdependiente de los distintos aspectos involucrados en el problema. Comienzo por el primero de ellos: el humanista.
3. La perspectiva humanista
He escrito “humanista” porque este enfoque permite ir más allá de las diferencias sociales entre los distintos segmentos, rescatando el aporte de cada segmento a la noción o categoría universal de ser humano. Por ejemplo, la espontaneidad de la conversación directa e informal, la calidez afectiva y la sencillez en el trato, los fuertes vínculos familiares y amicales -lo que un profesor sanmarquino calificaba con expresión elocuente como la “solidaridad del pobre”- serían algunos rasgos típicos de los segmentos económicamente menos pudientes de la población peruana.
Aclaro aquí que es cierto que al hacer esta distinción conceptual entre económicamente más poderosos (ricos) y económicamente más débiles (pobres) estoy generalizando; no obstante, esto es inevitable toda vez que intentamos aproximarnos a un fenómeno desde el punto de vista científico-racionalizador. Pero por eso mismo es preciso tener en cuenta, desde la consideración del problema con el paradigma de la complejidad, los riesgos implicados en cualquier generalización, pues caben excepciones a cualquier intento de homologación o uniformización de los miembros pertenecientes a un grupo social y a los cuales, para efectos de una comprensión racional, decidimos –a priori y por razones explicativas o didácticas- atribuirle ciertas características distintivas.
Ya he señalado algunas características de los segmentos sociales menos pudientes de la sociedad peruana que explicararían su riqueza humana. Por el contrario, los sectores económicamente más ricos –riqueza basada una capacidad real de adquirir productos o gozar de servicios básicos y también suntuarios- se caracterizan, por regla general, en una selectividad más exigente en su consumo, en un mayor refinamiento cultural fruto de una educación de mayor calidad y nivel de profesionalización. La diferencia entre los perfiles de los intelectuales y profesionales formados en dos de las universidades más importantes del país puede aclarar esta situación. Mientras que el estudiante promedio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) es formado con un mayor énfasis en una visión social de la realidad, suele carecer, sin embargo, debido a recursos económicos que se manifiestan también en la falta de la adecuada profesionalización de muchos de sus docentes, de una preparación sólida a nivel académico.
Por otro lado, si bien el alumno promedio de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) tiene el privilegio de obtener una actualizada y sólida formación académica –hay que señalar que esta universidad dispone de una biblioteca con un caudal bibliográfico cuantioso y actualizado y con la mayoría de sus profesores doctorados en universidades del extranjero-, en la mayoría de los casos, el mejor status que genera una actitud más individualista no permite la formación de un sentido más sólido del compromiso social con la situación de carencia, pobreza o miseria de las grandes mayorías sociales.
Este desinterés se evidencia, por ejemplo, en la falta de participación real y efectiva en asuntos de política universitaria básica como puede ser la defensa consistente y sobre todo efectiva de los derechos de los estudiantes por parte de sus representantes estudiantiles frente a alguna eventual arbitrariedad o injusticia del sistema educativo institucional, participación minimizada porque muchos estudiantes de la Federación están pensando más en salir a completar su formación profesional en universidades del extranjero, obteniendo un título profesional que los acredite social y laboralmente a su retorno al Perú antes que en colaborar en el análisis de soluciones a los problemas urgentes y estructurales de subsistencia de la mayoría de la población. Su visión es más individualista y cortoplacista que comunitaria y largoplacista.
Otra forma en que se pone de manifiesto la unilateralidad de ambos perfiles de formación educativa descansa en el énfasis puesto en la UNMSM por los estudios con carácter científico-experimental (énfasis colocado en disciplinas como física, biología, química, las varias carreras de ingeniería, etc. en parte explicable por el influjo positivista-progresista del marxismo en la UNMSM en la década del 50) a diferencia del carácter más bien humanístico-artístico (buena formación académica de los estudiantes en carreras como derecho, filosofía, artes, ciencias de la comunicación, etc., fruto de una formación de herencia más bien tradicional y conservadora, de rezagos teológicos y humanistas, que inició su fundador el Padre Dintilhac como una opción cristiano-católica frente a la institución sanmarquina de tradición secular inspirada en el humanismo ilustrado).
De este hecho se deriva que la formación en la UNMSM tenga más en mente una finalidad aplicativa para la sociedad (resolver en forma práctica problemas sociales) y más bien un carácter teórico, académico, de riguroso análisis lógico en el caso de la PUCP. Por un lado, la ciencia experimental más abocada al análisis imparcial del objeto de investigación y, por otro lado, las humanidades y las artes, más interesadas en comprender la realidad como una interpretación intersubjetiva e histórica, serían, pues, disciplinas o áreas de estudio que se complementan entre sí, porque juntas completan la formación integral del ser humano. Por eso ambas actitudes epistémicas o cognoscitivas frente a la realidad, en tanto permanecen aisladas o desconectadas entre sí, generan interpretaciones unilaterales, parcializadas –no holísticas, es decir carentes de integración y articulación sistémicas- de comprensión de y actuación sobre la realidad que estudian.
Asimismo, el estatus de la universidad pública de la UNMSM y el de universidad privada de la PUCP, determina, en cierto modo, el funcionamiento y el carácter político y cultural de cada una de ellas. Una universidad pública depende del Estado y, como tal, depende de los recursos económicos que pueda asignarle dentro de su partida presupuestal. En un Estado con una considerable deuda externa e interna y con altos niveles de corrupción y burocracia administrativa, es evidente que el problema económico se agudiza para cualquier universidad estatal. En cambio, una universidad particular o privada goza de la autonomía económica que caracteriza a una universidad que –aunque no lo acepte en forma abierta- opera necesariamente como una empresa y que se ciñe por lo tanto a criterios económicos básicos de productividad y rentabilidad. La variabilidad en la escala de pensiones –mecanismo que se propone afrontar en cierta medida el problema de la desigualdad socio-económica de los distintos segmentos intentando ampliar las oportunidades para los estudiantes de menores recursos- suaviza ciertamente este comportamiento empresarial pero no puede evitarlo del todo porque al no contar con un subsidio directo del Estado y al no cubrir siempre todos sus gastos con sus propios ingresos, una universidad privada se ve obligada a competir con otras universidades mejorando la oferta, en una lucha por la hegemonía del mercado educativo.
El enfoque humanista permite ver que a pesar de las diferencias en prácticas o hábitos de comportamiento basados en diferencias de formación que se inician desde la niñez (es imposible pensar, por ejemplo, que van a comportarse, expresarse y pensar en forma similar un niño formado en un colegio de categoría A como el Newton en La Molina y un colegio estatal como el Dos de Mayo del Callao). Estas diferencias tempranas en la formación educativa tienen posteriormente un impacto decisivo en la dificultad de generar un concepto de identidad nacional aceptablemente homogéneo y válido para las distintas clases sociales.
Quiero insistir en que es preciso reconocer que estas diferencias existen y que su raíz se explica por la pertenencia de un miembro a una clase social determinada. Sin embargo no es suficiente aceptar esta diferencia y dar cuenta de sus orígenes para intentar dar una solución al problema. Lo que se necesita hacer es resituar las diferencias de los diferentes segmentos sociales dentro de una visión más amplia y totalizadora del fenómeno humano que permita una conciencia realista –no homogenizadora ni discriminativa- pero al mismo tiempo amplificadora del horizonte de comprensión y de actuación sobre la forma en que lo socialmente diferente puede potenciar una visión de lo humano en sentido holístico que favorezca el enriquecimiento progresivo y complementario a las distintas clases sociales de acuerdo con sus distintas funciones existenciales en nuestra sociedad.
La solución no descansa en la abolición de facto de las clases sociales y su funcionalidad dentro del sistema de relaciones humanas en un sistema capitalista y de libre mercado vigente, sino en su disolución como categoría condicionante de valoración del otro como forma exclusiva o determinante, es decir, en la capacidad de ver al otro a partir de su humanidad primigenia constitutiva y no de su pertenencia contingente a una cierta clase social en un momento específico.
Aquí rescato la necesidad de encontrar la unidad (humana) en la diferencia (social). Es decir, si socialmente existen diferencias, en el nivel de la condición humana (de especie biológica y de índole religiosa, si aceptamos por ej. la denominación cristiana de “persona humana” y su connotación en el plano ético, antropológico, axiológico y teológico) todos pertenecemos a una misma y única condición –natural y sobrenatural- que nos hace miembros de una misma y única gran familia y, como tales, hermanos, amigos y compañeros de un mismo destino.
Nuestra casa, desde el punto de vista planetario o megasocial, es la Tierra, en la cual todos estamos inevitablemente situados y comprometidos y cuyas fuentes o elementos naturales –agua, aire, tierra y fuego- necesitamos consumir, en cuanto seres humanos, a fin de poder atender a nuestras necesidades sobrevivenciales. Para la Naturaleza no existen diferencias de clase, o privilegios sociales, económicos o culturales: todos somos hijos de una misma tierra, de un mismo mar y un único cielo, y esto es importantísimo tenerlo en cuenta.
No está demás recordar que la tesis de la Tierra como matria y patria común de todos los hombres y mujeres del planeta ha sido sostenida por importantes autores contemporáneos, entre los que cabe citar a Edgar Morin (1988 y 1993), sociólogo y pensador francés contemporáneo, y Leonardo Boff (2000), teólogo de la liberación brasileño. Ambos autores, sin embargo, han recogido la idea de la Tierra como un gran organismo vivo –propia de la mitología griega- de complejas relaciones interdependientes y complementarias entre sus componentes y caracterizado por tener la propiedad de autoregulación, tal como ha afirmado el bioquímico británico James Lovelock (1979), quien fue el primero en formular la hipótesis Gaia de manera explícita y sistemática a fines de la década del 70.
De todo lo anterior se sigue la necesidad de adquirir una conciencia holístico-planetaria, una visión de la totalidad en un solo y único planeta para todos los habitantes de las diversas sociedades y países del mundo. Lo humano forma parte –ciertamente diferenciada en razón de la evolución de la mente y el espíritu en relación con otras criaturas- de lo natural, no al revés como se pensó y se creyó ciegamente en la Edad Media, bajo una visión antropocéntrica y geocéntrica del cosmos. Este punto nos puede permitir pasar al siguiente aspecto de nuestro planteamiento: el enfoque sistémico, el mismo que ha permitido la sustentación en el plano teórico de los recientes discursos sobre el desarrollo sostenible para las naciones de todo el planeta.
4. El enfoque sistémico
Hablamos de sistema cuando concebimos un conjunto de partes relacionadas entre sí y con un todo. Estas relaciones –y no las partes aisladas y sin relación con el conjunto- son precisamente las que dan sentido y coherencia al sistema. La interdependencia, la interconectividad y complementariedad son propiedades fundamentales de las partes que conforman un sistema. Hace un momento me refería a que es indistinto, desde el punto de vista de la naturaleza, la condición socioeconómica y cultural de pobre y rico, por ponerlo en estos términos sencillos. Y esto es comprensible porque desde el enfoque sistémico no importa quién es el que contamina el medio ambiente o depreda los recursos naturales, sea pobre o rico, el efecto negativo sobre la naturaleza es el mismo en cuanto acción, y sus efectos inciden igualmente sobre todos, pobres o ricos.
Ahora bien, hasta se podría decir que potencialmente el rico, debido a su mayor capacidad de actuación –por los medios materiales de que dispone- estaría en condiciones de producir un mayor daño, lo que el pobre no podría hacer por su limitación en el acceso a los medios materiales de intervención sobre la naturaleza. La mayor capacidad de actuación sobre la naturaleza que es privilegio de los ricos explica que sean las empresas transnacionales, los grandes grupos empresariales internacionales o globales los que potencialmente generan más perjuicio al medio ambiente. El pobre si contamina el ambiente lo hace por ignorancia, por falta de una educación ambiental o ecológica que debería impartirse en la escuela desde la más temprana edad, probablemente a partir de los cinco años, cuando el cerebro humano ha alcanzado ya un desarrollo cualitativo considerable.
El enfoque sistémico se inició en forma paralela a los avances en los campos de la cibernética, teorías de la comunicación y de la información de los años 60. Esto se debió a que en esa época los científicos y tecnólogos y teóricos en general analizaban la fecundidad de la analogía entre los sistemas naturales (animal o humano) y los sistemas artificiales (mecánicos y electrónicos). La transposición de la funcionalidad de los órganos de los sistemas naturales llevada a la consideración de las funciones de los mecanismos en las máquinas o dispositivos eléctricos y electrónicos (computadoras, por ej.) permitió un avance sin igual en los campos de la ciencia y la tecnología del que hoy en día todos somos testigos y beneficiarios.
5. El paradigma de la complejidad
La complejidad, en la concepción de mi planteamiento, tiene que ver con la aceptación, reconocimiento y valoración de la diversidad y riqueza fruto de la pluralidad de relaciones que se establecen a partir de las diferencias sociales, económicas y culturales a las que antes aludía. La aceptación de la complejidad, es decir la aceptación del carácter distintivo o característico de cada parte del sistema –en el caso que venimos analizando, una clase social determinada- es el punto de partida obligatorio para la convivencia pacífica, respetuosa y constructiva entre los distintos segmentos sociales que componen la sociedad peruana.
El origen de este paradigma de la complejidad está relacionado a su vez con el enfoque sistémico y el paradigma ecológico, ambos sustentados en una comprensión de cómo tienen lugar los procesos ocurridos en la Naturaleza. Debido a que la modernidad occidental ha privilegiado y propagado a todos los planos de comprensión y actuación un enfoque simplificador y reductivo de la realidad basado en una lógica instrumentalizadora y de cálculo que tiende a uniformar todo lo existente y a colocarlo de manera indistinta bajo una misma categoría –actitud científico-racionalizadora que, en cierta medida, es útil e inevitable-, es preciso fomentar un paradigma alternativo como es el de la complejidad, que ya he indicado está emparentado con el enfoque sistémico y el paradigma ecológico.
6. La visión holística de la Realidad
En último lugar, la visión holística de la realidad nos permite comprender los segmentos sociales en el Perú como realidades que forman parte de un único gran proceso, de un Megaproceso Nacional, y que por ello guardan entre sí relaciones interdependientes –enfoque sistémico-, se necesitan entre sí y se complementan unas a otras y por ello deben cooperar en función a metas u objetivos comunes antes que solo o principalmente dedicarse a competir en busca de beneficios exclusivamente individuales o de pequeños grupos. Si el Perú es el sistema, todas las demás clases no son sino partes de este gran sistema peruano. Y como partes, su relación entre sí y con el Todo –el Perú-, obliga a que los procesos que se instauren entre ellas eviten los conflictos y más bien procuren establecer mecanismos que propicien el diálogo, la participación solidaria, y un consenso mínimo para la acción común colectiva.
Asimismo, este enfoque nos permite considerar la realidad como algo vivo, dinámico, en continuo movimiento y transformación, evitando así el encasillamiento perpetuo de un individuo en una clase social o la aceptación humanamente inaceptable de que el valor de una persona dependa exclusivamente de su pertenencia a una clase social, económica o cultural determinada. Esta forma clasista de valorar a un ser humano constituye una actitud antiholística debido al desequilibrio que genera en la comprensión de una persona como totalidad biosicosocioespiritual compleja. Hacer esto equivale a adoptar la posición simplificadora y reductiva de la modernidad, que percibe, enfatiza y valora solo un aspecto de la realidad, pero olvida y deja de lado todos los demás.
Desde una perspectiva holística, todo ser humano debe ser considerado como haciéndose continuamente a través de una serie de complejos procesos de formación y transformación en distintas dimensiones o aspectos de su humanidad. De ahí que si consideramos el problema del desarrollo para nuestro país con una mira puesta solo en el aspecto económico, o con un énfasis excesivo en este aspecto, como se aprecia en los numerosos estudios de corte economicista-político- es fácil sucumbir ante la tentación de tomar la parte por el todo. Si tomamos la parte por el todo, solucionaremos tal vez el problema de la parte, pero el todo quedará intacto, incomprendido y no resuelto.
7. Unas palabras finales a modo de conclusión
El problema de la desigualdad tridimensional (económica, social y cultural) se presenta en forma estratificada y la existencia de los distintos segmentos sociales genera prácticas y formas de expresión diferenciadas que, al no contar con una visión amplia de conjunto, origina que se presenten conflictos en la forma en que los distintos segmentos se comunican, se aceptan y se valoran.
La presente reflexión ha buscado aceptar la existencia de diferencias reales –no sólo teóricas- en las clases sociales del país para, a partir de esta diferenciación, plantear la necesidad de una visión más amplia en la cual, comprendiéndose incluidas y afectadas por igual, desde una radical perspectiva holístico-planetaria, las distintas clases sociales puedan sentirse hermanadas a través de indesligables propósitos y destinos comunes que hagan necesario desarrollar un sentido de cooperación o solidaridad planetarios o, lo que algunos autores han expresado con mayor precisión, de espiritualidad planetaria.
Para ello he propuesto una alternativa de comprensión al problema basada en un enfoque cuádruple: humanista, sistémico, complejo y holístico. Humanista por la importancia concedida al valor absoluto que merece el ser humano por su doble condición –orgánica y espiritual independientemente de sus diferencias materiales y sociales específicas-. Sistémico por las interrelaciones de las partes y los procesos que se dan en la comprensión de un Todo a partir del cual adquieren significado. Complejo porque la diversidad social, económica y cultural expresa, de alguna u otra forma, la riqueza de manifestación de lo humano en un mundo materialmente condicionado por necesidades prácticas y funcionales de un sistema económico que impone sus reglas de juego a los hombres, y porque evita la reducción valorativa de cualquier grupo social a un enfoque simplista, unilateral y parcializado que degrada la dignidad del ser humano. Y, finalmente, holístico, porque supone la visión de una única realidad dinámica en la que todos los procesos son partes interdependientes, complementarias, interrelacionadas de una única Realidad Totalizadora que da sentido unitario a cada uno de los procesos individuales.
(Versión original: La Perla, viernes 13 de febrero de 2004; versión corregida, actualizada y mejorada: Carabayllo, viernes 2 de julio de 2021)
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