viernes, 24 de abril de 2020

LA SOLEDAD COMO ALTERNATIVA ANTE LA GRAN PANDEMIA

SOLITUDE AS AN ALTERNATIVE TO THE GREAT PANDEMIC

Rafael Félix Mora Ramirez
Doctor en Filosofía y docente, Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Correo-e: rafael.f.mora@hotmail.com



Resumen: Iniciaremos este trabajo analizando el fenómeno del Covid-19 a nivel social y político. Luego, propondremos repensar la aceptación de la soledad como una vía de escape para este problema que se ha planteado. Enseguida, notaremos en qué sentido confluyen las distintas perspectivas de diferentes filósofos sobre la pandemia. Y, finalizaremos esta investigación insistiendo en la necesidad de cambiar de actitud con respecto a esta situación.
Palabras clave: Covid-19, pandemia, soledad, ciencia

Abstract: We will start this work analyzing the Covid-19 phenomenon at a social and political level. Then, we will propose to rethink the acceptance of loneliness as an escape route for this problem that has arisen. Next, we will notice in what sense the different perspectives of different philosophers on the pandemic converge. And, we will finish this investigation insisting on the need to change our attitude regarding this situation.
Keywords: Covid-19, pandemic, loneliness, science

1. Aspecto social y político de la Gran Pandemia en el Perú
Todos los días desde el 14 de marzo, fecha en que fue declarado el estado de emergencia, el presidente Vizcarra al mediodía aproximadamente aparecía en televisión para dar su informe diario de cómo se daba la cuarentena y de nuevas disposiciones, sobre todo, para los más afectados. Para nadie es novedad que hubo desobediencia por parte de algunos sectores de la población. Playas concurridas y visitadas por surfistas, juegos de fútbol e incluso discotecas que tenían 299 personas como límite porque el gobierno, en un comienzo, prohibió que sean más de 300. Asimismo, con la excusa de sacar al perro algunos aprovechaban para pasear y desafiar a la autoridad. Casos excepcionales fueron aquellos que tenían hijos con autismo y que pudieron obtener un permiso especial para salir con ellos un rato a las calles.

Los agentes del orden amedrentaban o arrestaban a los que incumplían la norma. Los primeros días miles fueron llevados al calabozo de las comisarías, aunque esto fue reduciéndose con el tiempo. Las imágenes de famosos haciendo de las suyas en plena cuarentena ha sido la comidilla del programa Magaly TV La Firme, por ejemplo, Lucho Cáceres corriendo por los balnearios de Asia, Rafael Osterling haciendo deporte por uno de los parques de su barrio, Milagros Leiva llamando a un alto mando de las Fuerzas Armadas en plena detención, Nolberto Solano asistiendo a una fiesta de sus vecinos y Angie Jibaja siendo baleada por una celosa pareja en una riña sin sentido.

Dentro de los registros quedará este particular hecho. El viernes 3 de marzo un tal Carlos Wiesse Asenjo ha sido el centro de atención por haber agredido desde su ventana (según él, producto del alcohol) con insultos y palabras racistas al personal de las fuerzas del orden. Varios periodistas como Juan Carlos Tafur y Pedro Salinas han condenado el hecho y exigen sanciones drásticas para este personaje. Ni siquiera la totalidad de las autoridades han dado el ejemplo. Hasta el alcalde de Querocoto en Cajamarca, Elder Fernández, fue sorprendido libando licor, así como algunos agentes policiales en otra región. Un hecho llamó la atención. Los periodistas que cumplían con informar a la población sobre el reglamento, al inicio de la crisis, no eran escuchados porque ellos no representaban autoridad alguna. Los ancianos respondían con indiferencia, los más jóvenes acusaban de molestosos a los reporteros. Ante el policía o el militar los infractores sí obedecían porque era parte de la norma, pero ante un igual no consideraban la advertencia sino más que como una mera recomendación.

Hace poco la periodista Rosa María Palacios ha afirmado que se está fabricando un psicosocial culpando a la gente de la pandemia y del toque de queda, cuando en realidad, las personas que salen lo hacen para poder llevar un pan a la mesa de sus hogares. Todo esto, según Palacios, ocasionaría legitimar sutilmente una mayor mano dura para todos. En armonía con esto, Huamán sugiere que los peruanos no necesitamos mano dura sino de autoridades democráticas que ejerzan su poder con responsabilidad. Así, afirma que es importante rechazar la prepotencia y el libertinaje para proteger la libertad, pero, a la vez, hay que estar dispuestos a suspender nuestra libertad para beneficio de la comunidad (Huamán, 2020a). La idea es no permitir que se refuerce el estereotipo de que el peruano no entiende a las buenas, sino más bien con violencia.

En las redes sociales, algunos toman el asunto de la pandemia y sus consecuencias como una prueba de sus convicciones políticas. Aunque sus interpretaciones varían radicalmente. Para unos, la agresividad y el autoritarismo de los policías y militares se justifica toda vez que el pueblo nunca está instruido ni es consciente de la gravedad del asunto. Para otros, el posible colapso de los servicios médicos y la ineficiencia bancaria de las AFP significa que el neoliberalismo ha fallado y es inminente un socialismo en el futuro gobierno. Tan anecdóticas han sido las declaraciones de Britney Spears (acerca de que debería haber una mayor redistribución de la riqueza) que los cibernautas la han representado en tono irónico como la sucesora de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao Tse-Tung. Hay quienes sostienen que el Covid-19 ha vuelto keynesianos a los neoliberales refiriéndose al papel del estado en la economía. Habrá que esperar al desenlace de esta crisis para verificar estas atrevidas hipótesis científicamente.

En redes sociales la mayoría se han vuelto informantes y comentadores de lo que acontece. Hay quienes todos los días reportan el número de muertos y fallecidos. Otros, más enfáticos, reclaman a viva letra que se están muriendo de hambre y cuestionan las directivas del gobierno. Todos opinan sobre las medidas estatales, unos dicen que la reacción fue muy lenta; otros, que ha sido la adecuada.

Ciertos profesionales han ofrecido sus servicios de forma gratuita. Escriben: “Soy doctor (o filósofo o abogado, etc.) y si tienes alguna consulta puedes escribirme al inbox”. También, cierta conducta extranjera proveniente de Europa se ha imitado. Así, a las 8pm la gente salía por sus ventanas y empezaban a aplaudir y a hacer bulla con esos instrumentos musicales que se usan en los estadios de futbol . Algunos hasta cantan típicas canciones peruanas como “Contigo Perú” o el Himno Nacional. Ha sido inevitable en la mente de los peruanos el realizar una analogía con una competencia de fútbol. “Tenemos que ganarle el partido al coronavirus” parece la consigna. Esto es, para mí, un espejismo engañoso de falso nacionalismo: tan solo veamos las aglomeraciones en los mercados.

2. Propuesta
La sociedad que estamos viendo caer poco a poco ha sido víctima del despilfarro y el súperconsumo de sus propios integrantes (Huamán, 2020b). Futbolistas que ganan más que un médico o un profesor, gente que se vuelve millonaria por un aplicativo móvil, personas adictas a una tecnología inútil y lujosa. En contraste, todos los días muere gente en las calles o en los hospitales o en sus casas. Ya es habitual que aparezcan nuevas noticias acerca de la muerte y el sufrimiento humano.

Frente a esto, nosotros enfocaremos a la soledad en tanto refugio para poder entender adecuadamente el fenómeno de la pandemia. No solo queremos reivindicar el estoicismo para enfrentar con coraje esta situación. También, nos parece obvio que es inminente la resurrección del existencialismo y, a la vez, el avance hacia el transhumanismo parece más que necesario. Esto último lo veremos en la siguiente sección.

2. 1. Definición de soledad
El hombre, se asume, tiene una naturaleza social. A decir de Harari el hombre buscará incrementar su sociabilidad cuando esta crisis acabe (BBC, 2020). Sin embargo, no creemos que ese sea el caso. Esta circunstancia se presta perfecta para el renacimiento del existencialismo como filosofía fundamental. Para esta forma de pensar el hombre no tiene una naturaleza definida y estática. Así, los seres humanos al no tener modelos a los cuales seguir deben valerse por sí mismos. En la soledad eso es posible. Todo lo que para el ser humano es importante de hacer y pensar es susceptible de ser realizado desde un estado de soledad inevitable. Incluso, sus sentimientos, conocimientos y proyectos vienen marcados por su sola existencia frente al mundo. Por ello, investigaremos más sobre este concepto para saber en qué puede sernos útil ante esta especial circunstancia pandémica.

El diccionario Larousse define el término ‘soledad’ así: “SOLEDAD. (lat. solitas.) f. Falta de compañía. || Tierra o lugar desierto. || Tristeza y pesar que se siente por la muerte, ausencia o pérdida de alguna persona o cosa.” (1985, 1340). Bajo esta definición podemos notar tres aspectos propios de la soledad:
a) lugar desierto, o sea, una especie de nada que surge como eliminación del ser o lo existente. Con esto notamos la arista ontológica de la soledad.
b) carencia de compañía, es decir, la constatación o el darse uno cuenta de la ausencia del otro. Esto revela el rasgo antropológico de la soledad.
c) tristeza y pesar, en otras palabras, lo que siente una persona al vivir solitariamente. Así podemos apreciar la carga ética de la soledad.
Por lo tanto, la soledad puede ser estudiada desde las dimensiones ontológica, antropológica y ética. En todas estas dimensiones podemos encontrar situaciones paradójicas (al estilo de Cicerón (2000) que exponemos a fin de poder relacionarlas con la situación causada por el Covid-19. Precisamente, en estos momentos nos sentimos ontológicamente vacíos porque no parecen haber cosas que hacer, antropológicamente solos por el asunto de la distancia social y éticamente apesadumbrados por las noticias negativas de todos los días. Lo que buscamos es revelar que esto no es tan devastadoramente simple como parece a primera vista. Alguna lección se puede obtener de todo esto. Sin embargo, de cómo entendamos este concepto dependerá nuestro enfoque de las cosas en la actualidad.

2. 2. Ontología de la soledad
A nivel ontológico, la soledad viene marcada por la inexistencia de otros entes que no están cerca de un sujeto determinado. La soledad viene del percatarse del vacío. Si hay vacío, pero no lo registro, entonces no me siento solo con ese vacío. Es decir, la soledad es aquella circunstancia en la que un individuo es activamente consciente de la completa y nula presencia de otros que son como él. Sin embargo, también es cierto que para poder estar viviendo colectivamente con los demás es indispensable comenzar por conocerse uno mismo y esto solo es posible en total aislamiento.

(…) En Unas lecciones de Metafísica (1932-1933) (…) [Ortega y Gasset] se ha referido a la necesidad radical de orientación que tiene el hombre a partir de su inseguridad constitutiva:
Precisamente porque la vida es siempre en su raíz desorientación, perplejidad, no saber qué hacer, es también siempre esfuerzo por orientarse, por saber lo que son las cosas y el hombre entre ellas (XII,98).
Retomaba así el viejo tema barroco de la vida como un naufragio en que no hay nada a qué agarrarse y es preciso bracear briosamente para mantenerse a flote. Se han ido a pique las antiguas convicciones, las tablas de valores heredadas, la imagen habitual del mundo, y en su radical soledad el hombre necesita orientarse desde sí y por sí mismo. No se trata, pues, de una necesidad lujosa como otras que han dado origen a la cultura, ni siquiera utilitaria como la específica de la ciencia, sino vital o existencial. La metafísica surge, pues, en una crisis radical de la existencia, cuando la vida no sabe a qué estrellas vivir. (…) (Cerezo, 2013, 263).

Entonces, la soledad es valiosa porque a partir de ella el hombre puede orientarse desde sí y por sí mismo. Cuando las tablas de valores dejan de funcionar y las convicciones se desfasan, es en ese momento en que el hombre en su soledad puede reflexionar para así pensar sobre qué ha hecho con su existencia. Las crisis son oportunidades para plantear nuevas metafísicas. Y así, al vacío de la soledad se le opone la vitalidad del pensamiento. Esta otra cita lo reafirma:

Y, como en Ortega, la búsqueda de esta verdad radical, en que sustentar la vida, es una obra de soledad, que el hombre sólo puede acometer de veras cuando se siente perdido, cuando no cuenta con nada en que estribar. «Es la soledad absoluta», y desde ella ha de sacar fuerzas para salir de nuevo a la realidad. (Cerezo, 2013, 265).

Podemos vivir tranquilamente una vida social anclada a la cotidianidad aprendida del día a día. Sin embargo, cuando la vida en grupo se nos revela como problemática e inicia la crisis, podemos desear querer estar solos para evitar ser convertidos en un elemento homogéneo más del conglomerado social. Así pues, solo en medio de una especie de crisis existencial es posible que el ser humano, hallándose solitario, reconstruya una metafísica propia, vital y estricta. Dado que la vida es un naufragio donde nada está asegurado la soledad se presenta como la única seguridad inmutable: ser es ser solitario. Puedo entrar en mi soledad cuando vea que el mundo entra en caos y, una vez pase la situación, volver a la soledad para evaluar mis pensamientos. Entramos y salimos de la soledad: estamos y no estamos solos.

2. 3. Antropología de la soledad
Antropológicamente, el hombre, si bien es un ser racional dotado de libertad, es capaz de sentir la soledad a causa del aislamiento voluntario o de la sensación de abandono en la que puede verse involucrado en un momento determinado de su existencia. Esta distinción es importante pues no es lo mismo buscar uno mismo el aislamiento que llegar a sentirse solo sin quererlo. Aunque en ambos casos el resultado es el mismo, los sentimientos que los acompañan no lo son. Esto puede deberse a causa de la naturaleza de la comunicación. Si uno recibe mensajes dolorosos de parte de la realidad social, acabará recluyéndose penosamente en sí mismo como resultado. Pero, si uno conversa consigo mismo y se llega a entender bien, entonces la capacidad reflexiva se activa y es posible que la creatividad surja haciendo de la soledad un cómodo lugar. Y de todas las formas de comunicación la más idónea es la escritura.
Así pues, la vivencia de la soledad es un rasgo del propio ser humano sobre todo desde que aprendió a utilizar la escritura:

(…) Y aquí se sitúa la gran revolución que supuso la invención de la escritura. Con ella la “logosfera” se libera de su fugacidad efímera y se consolida. La comunicación y transmisión del saber -así como de toda la expresión verbal de la cultura- ya no requiere la presencia directa, el encuentro literalmente físico. Es una verdadera revolución de múltiples efectos. En primer lugar, faculta, al crear una memoria externa particularmente fiel, liberar los mensajes de las exigencias memorísticas que los marcaban, levantando, entonces, la posibilidad de más complejos desarrollos sintácticos y conceptuales. Pero en un orden más profundo todavía afecta a la misma conciencia humana, incrementando su capacidad de soledad, su autonomía respecto del grupo tribal. Algo que podemos detectar ya en los orígenes de la escritura, pero que se intensifica tan poderosamente en el individualismo moderno con la invención de la imprenta. (…) (París, 2013, 258).

Lo anterior alude al hecho de que fue la misma situación de la invención de la escritura como un hecho fundamental de la constitución de nuestra especie lo que permitió que arribáramos con más ímpetu a la soledad. Es decir, desde que nace y viene al mundo, la soledad es, para el homo sapiens, un estado no solo posible sino básico en tanto ser que puede escribir y leer: la soledad es condición para la autoeducación. Por eso se dice que los buenos libros (los clásicos del pensamiento) son como cartas atemporales que el hombre se envía a sí mismo. Si bien ciertamente las circunstancias en las que fue escrito un libro pueden no haber sido las mejores, llevar a cabo la escritura de un libro es como enviar un mensaje en una botella al océano de la humanidad, un mensaje de esperanza que anuncia que, en medio del caos, alguien pudo encontrar tiempo y espacio suficiente para manifestarse ante nosotros, su futuro público. En consecuencia, aprovechar este tiempo para leer o para escribir un libro es más que conveniente. No solo la ciencia, sino también la literatura, la filosofía y cualquier conocimiento o disciplina es importante desarrollar desde el propio yo solitario, pero, atención a esto, no porque sean útiles para algo. Precisamente, la idea es dejar de lado es pensamiento instrumental. Aprender a entretenernos por puro gusto con nuestra imaginación simbólico-lingüística es fundamental (Huamán, 2020b). Así, la soledad sirve (para escribir, por ejemplo), pero también no sirve (porque no hay que verla como algo lucrativo).

2. 4. Ética de la soledad
La constitución de una dimensión ética en nuestro ser hace posible que podamos enfrentarnos a situaciones humanas básicas: la angustia, la alienación o la soledad, por ejemplo. Sin embargo, si el hombre para realizarse necesita de la participación de los demás, entonces, cuando la soledad se convierte en algo habitual, el ser humano es capaz de manifestarse de manera antisocial y esto va en contra de los mecanismos colectivos de inmortalidad:

(…) Frente a lo evidentemente perecedero de los individuos humanos, la sociedad siempre ha ofrecido un mecanismo colectivo de inmortalidad en el que cada individuo pudiese anclar su innata sed vital. Mitos y ritos sociales pretenden contrarrestar los efectos anticipados de la muerte, poniendo fuerza allí donde apunta la debilidad, fecundidad donde amenaza lo definitivamente estéril, compañía y comunicación donde cabe temer irreversible soledad y silencio, conmemoración contra la erosión del olvido y, en general, perduración más allá de la evidencia misma de la muerte contra la aniquilación que ésta representa de modo patente para la conciencia. (…) (Savater, 2013, 300).

Así pues, a partir del punto de vista ético, la soledad en cuanto equivale a la idea de compañía no conseguida, genera un estado emocional de tal frustración individual que explica ciertas conductas que van en contra del orden social armonioso. Siempre a lo largo de su historia el ser humano ha tratado de evitar a toda costa esa experiencia de la soledad. Es como si aquello fuera visto como algo malo. Así también lo entendieron los propios ilustrados:

(…). El filósofo, en su vida particular, ha de apostar por la vida social, por las comodidades, por el bienestar; ha de hacer de la ciudad su lugar de vida feliz. Nada más alejado del philosophe que el fantasma del sabio estoico cristianizado que opta por la austeridad, la soledad y el desprecio al mundo; nada más alejado que la moral ascética, la renuncia a la vida, que encubre el miedo a vivir. (…) (Bermudo, 2013, 263).

Se suele ver al pensador solitario y arrinconado como si se tratara de un bicho raro, “ese ser precisamente es el infame estereotipo que expone a los filósofos como retraídos” parecen decir algunos. Pero, esta soledad puede ser también oportunidad para pensar cómo buscar mejorar la sociedad y la realidad en la que nos situamos. Así, por ejemplo
Como todos sus contemporáneos, Sartre no cree en la universalidad de la moral porque no cree en su posible fundamentación. Muerto Dios, secularizada la moral, no hay valores objetivos. Es cada individuo el que debe enfrentarse a su propia soledad y elegir -inventar- su moral. (Camps, 2013, 17)
Entonces, la soledad es la condición para la moral. Es decir, se puede afirmar que lo moral puede conformarse partiendo de un yo solo que pueda tener consciencia de decisión y libre elección. Afirmar esto en tiempos de redes sociales claro que suena contracultural:

(…) hay que aprender a despedirnos de los principios. El hombre, como ser finito, tiene que aprender a vivir sin justificación mediante principios, de ahí que la conciencia moral se encuentre más próxima a la soledad que a la universalidad. Ser mayor de edad vendría a significar ser capaz de vivir en soledad, de decidir en soledad. (M¬èlich, 2012, 48).

Sin embargo, hay que tomar consciencia de que todo extremo es dañoso. No afirmamos que la soledad pura sea una opción razonable. Schopenhauer tenía un poco más clara la relación entre soledad y compañía:

(…) La soledad nos hace buscar una compañía que no tarda mucho en saturarnos, pero de la que tampoco sabemos prescindir del todo. Para Schopenhauer, “la sociedad puede ser comparada con un fuego en el que, siendo prudente, sabrá uno calentarse guardando cierta distancia, pero sin acercarse tanto como aquel necio que, tras haberse quemado, se refugia en los gélidos fríos de la soledad, lamentándose al mismo tiempo de que -como es natural- el fuego queme.” (Aramayo, 2013, 87).

Parece recomendable siempre buscar una especie de justo medio en torno al tema de la soledad: no hay que estar ni muy solos ni muy acompañados. Como escribe Polo a propósito del pensamiento oriental de Confucio: “El humanismo confuciano termina con el llamado al cultivo de sí mismo, que no es un encierro dentro de sí, sino es un autoconocimiento y una transformación a partir del encuentro con el otro (…)” (Polo, 2020). Se trata de un repliegue con miras a una expansión social externa. Sin embargo, todos los que buscan amigos, hoy en tiempos de redes sociales, no han reflexionado sobre lo importante de guardar para sí algunas cosas esenciales y vitales y así, terminan exponiendo toda su intimidad. La soledad es frustrante (para el inexperto), pero también procura éxito a la aventura moral humana.

3. Para tener en cuenta
La humanidad está cada vez dándose cuenta de su situación en este nuevo y reconfigurado cosmos. Algunos afirman que esto significa el comienzo de una nueva Edad del Mundo: la naturaleza nos ha puesto contra las cuerdas y ha cancelado (al menos por ahora) toda ambición de crecimiento económico indefinido.

Hoy, la madre naturaleza (ahora como metáfora adecuada y cierta) se ha rebelado; ha jaqueado a su hija, la humanidad, por medio de un insignificante componente de la naturaleza (naturaleza de la cual es parte también el ser humano, y comparte la realidad con el virus). Pone en cuestión a la modernidad, y lo hace a través de un organismo (el virus) inmensamente más pequeño que una bacteria o una célula, e infinitamente más simple que el ser humano que tiene miles de millones de células con complejísimas y diferenciadas funciones. Es la naturaleza la que hoy nos interpela: ¡O me respetas o te aniquilo! Se manifiesta como un signo del final de la modernidad y como anuncio de una nueva Edad del mundo, posterior a esta civilización soberbia moderna que se ha tornado suicida. Como clamaba Walter Benjamin, había que aplicar el freno y no el acelerador necrofílico en dirección al abismo. (Dussel, 2020, 88).

Pero, no solo se trata de considerar los aspectos ecológicos sino también los cambios que tendrán que ser pensados a nivel económico, mejor aún, a nivel laboral. Habrá que tomar en cuenta el lugar que hoy ocupan en la escala salarial muchos trabajos que no han parado porque precisamente son esenciales. Eso es lo que ha revelado esta pandemia:

Muchos de los trabajadores esenciales durante esta crisis realizan trabajos que no requieren títulos universitarios; son camioneros, trabajadores de almacenes, trabajadores de reparto, policías, bomberos, trabajadores de mantenimiento de servicios públicos, trabajadores de saneamiento, cajeros de supermercados, empleados de almacén, auxiliares de enfermería, auxiliares de hospitales y proveedores de atención domiciliaria. Carecen del lujo de trabajar desde la seguridad de sus hogares y celebrar reuniones en Zoom. Ellos, junto con los médicos y enfermeras que atienden a los afectados en hospitales superpoblados, son los que ponen en riesgo su salud para que el resto de nosotros podamos buscar refugio contra el contagio. Más allá de agradecerles por su servicio, debemos reconfigurar nuestra economía y sociedad para otorgarles a dichos trabajadores la compensación y el reconocimiento que refleja el verdadero valor de sus contribuciones, no solo en una emergencia sino en nuestra vida cotidiana. (Sandel, 2020).

Si nosotros podemos seguir con vida, aunque la soledad nos agite y nos convoque, debemos recordar que han sido ellos (médicos, personal de limpieza, policías, campesinos, transportistas, cajeros, bodegueros, etc.) los que se han convertido en las condiciones que hacen posible tal reclusión salvadora de nuestras vidas.

Aunque Dussel piense que este camino que estamos recorriendo nos lleve a una época de más respeto por la naturaleza, no está considerando las posibilidades del transhumanismo que ya se ha puesto en marcha. El transhumanismo es un movimiento que tiene como objetivo final transformar la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías ampliamente disponibles, que maximicen todas las capacidades humanas. En este sentido, Han ha notado que nuestra vida se está volviendo más tecnológica y más digital de modo acelerado: “Parece que se está produciendo un cambio de paradigma en el control de la pandemia y Occidente no termina de darse por enterado. El control de la pandemia se está digitalizando. No sólo la combaten virólogos y epidemiólogos sino también ingenieros informáticos y especialistas en big data”. (Han, B-Ch., 2020).

En consonancia con esta idea, Harari también apuesta por reivindicar la imagen de la ciencia que algunos políticos han ridiculizado solo por intereses económicos mezquinos: “La gente tiene que confiar en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación”. (Harari, 2020). La política y gran parte de nuestra vida dará un vuelco hacia la ciencia redentora de nuestra posición en el cosmos. Ni las cuarentenas ni los toques de queda son tan eficientes como una población educada dispuesta a escuchar y  discutir lo que sus autoridades científicas están descubriendo y recomendando:

La vigilancia centralizada y los castigos severos no son la única forma de hacer cumplir unas pautas beneficiosas. Cuando se comunica hechos científicos a la población y ésta confía en que las autoridades públicas les transmitirán esos hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto sin necesidad de la vigilancia de un Gran Hermano. Una población automotivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y eficaz que una población controlada e ignorante. (Harari, 2020).

El evangelio positivista de que la ciencia nos salvará resuena en los escritos de la mayoría de los filósofos:
Aplicar la razón siempre en las relaciones humanas y no moverse únicamente por pensar que el sentimentalismo siempre va a ser bueno. Sin embargo, estamos viendo [que] los políticos no son los que van a acabar con la pandemia. Quienes lo van a hacer van a ser los científicos y los investigadores que encuentren remedios contra ella. Y es precisamente eso lo que hay que apoyar: hay que exigir que los políticos no se dediquen a hacer grandes declamaciones, sino que doten a los sanitarios de material para que puedan cumplir con su misión, que verdaderamente hagan pruebas a la población para identificar quienes están contaminados y quienes no. En definitiva, esas son las cosas racionales que hay que hacer. Todo lo que sea agitar banderas o salir a los balcones a dar aplausos al universo es entretenido, pero sirve para poco. (Savater, 2020, 72-73).

El aplauso no sirve. Quizás aliviane un tanto el mal momento por el que pasamos todos. Pero no es lo que se necesita. Ahora bien, la ciencia nos puede ofrecer una solución a esta situación, pero también esta herramienta mal usada puede desembocar en un nuevo tipo de autoritarismo. Obviamente, esto tiene aspectos negativos pero necesarios. El control de la población y la aparente falta del derecho a la privacidad serán aspectos de la vida social que cambiarán radicalmente. De esta forma, el neoliberalismo o el capitalismo darán lugar a una forma de organización social de características todavía insospechadas: “La pandemia nos lleva hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, también nuestro cuerpo, nuestro estado de salud, se está convirtiendo en objeto de vigilancia digital. La sociedad de la vigilancia digital está experimentando una expansión biopolítica”. (Han, B-Ch., 2020). Habrá que ceder para vivir. Razón tenía el poeta Hölderlin cuando afirmaba que “Allí donde crece el peligro crece también lo que nos salva”.

4. La falta que nos hacía un regaño
Hay que tomar la decisión. O nos acostumbramos con valentía y autenticidad a esta soledad debida a la cuarentena o hacemos lo posible por alienarnos y enfermarnos más y olvidar esta tragedia que estamos viviendo. El absoluto de indestructibilidad humana ha sido cuestionado de raíz. Y ante la falta de un camino por seguir, la negación continúa abriéndose paso. Por eso, siguen haciéndose transmisiones en vivo, largas conversaciones por wasap y negocios que se vuelven digitales. Todo está cambiando de plataforma: de la presencial a la virtual. Pero, el problema de raíz todavía persiste. La codicia, el odio y la ignorancia, según Harari, son nuestros peores enemigos (Badia, 2020).

La humanidad no está aprendiendo. Siguen exponiendo sus miserias por medio de las redes sociales. Siguen ironizándolo todo. Continúan llenando de su presencia las calles de la ciudad a pesar de que la muerte asecha. La virtualidad no les agrada mucho. Estos seres quieren algo qué tocar: desean carne humana, oler al otro, escuchar su conversación y reírse a carcajadas de la tontería popular del momento. Su canibalismo cultural y adicción a la gente no cesa.

Ha llegado el momento de explorar las posibilidades. Imaginemos que nunca más saldremos. Aprovechemos la soledad, la infinita droga aún más poderosa que cualquier sintético: uno mismo. Hemos presentado los aspectos beneficiosos y problemáticos de la soledad. Lo que sucede es que realmente a la mayoría no le gusta entrar en crisis, aunque estas situaciones son las que definen nuestro carácter y nos hacen más hábiles. Como decía Savater (recordando a Harari) hemos descubierto que no hay adultos en la sala:

El infantilismo es uno de los grandes males que está arraigado en los hombres. Recuerdo un viejo psicoanalista que conocí en su tiempo de retirada que un día llegó a la conclusión de que el gran secreto de los humanos es que no hay adultos. Verdaderamente nos hacen falta personas que puedan afrontar la seriedad de la vida desde un punto de vista adulto. Eso lo echamos de menos en las epidemias y cuando no las hay. (Savater, 2020, 73).

La crisis motiva mucho la creatividad y el autodescubrimiento. ¿Eso da miedo? ¿será falta de costumbre, tal vez? La humanidad se ha malacostumbrado a ser parásita de otras presencias similares. ¿No es verdad que quisieran que halla aliens y que estos nos invadan tan solo para sentirse menos solos y así confirmar sus locas teorías que solo consolidan lo intensamente penetrados que están de tanta contaminación ideológica? Queda rechazar todas las convenciones sociales instaladas por la actual clase dominante en el poder. Queda rehacernos, reconstruirnos y reensamblarnos. Pero, primero debemos comer. Luego, dormir bien. Y mantenernos limpios. La pareja, los amigos, el dinero: todo eso puede ser dejado de lado temporalmente.

Nos acostumbramos a lujos que no nos hacían ningún bien. Máquinas absurdas, transporte contaminante, carísimos viajes turísticos de relax, alimentos azucarados y grasosos. En el paso del feudalismo al capitalismo huimos del campo a la ciudad para mejorar unas expectativas económicas que se han revelado tan falsas como una ilusión. Ni subir de estatus, ni conocer la gran ciudad, ni entregarse a los medios de comunicación masiva eran la respuesta que anhelábamos. Deberíamos haber buscado solo lo esencial, pero como bien lo sabe Antoine de Saint-Exupéry, aquello es invisible a los ojos.

Referencias
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