miércoles, 3 de enero de 2024

Reseña: Polo Santillán, Miguel Ángel; y Carlos Abel Mora Zavala (coords.). Poder, religión y secularidad

Huanta: Fondo Editorial, Universidad Nacional Autónoma de Huanta, 2023.


Por Manuel A. Paz y Miño

Este libro digital está conformado por una introducción por los coordinadores del mismo, 11 artículos agrupados en 3 secciones: Secularidad, laicidad y modernidad (con 4 artículos); Religión y política: dos casos de estudio (2) y Secularidad pensada desde la filosofía práctica (5), y una entrevista.

Entre los participantes, la mayoría sanmarquinos, hay 7 filósofos, 3 abogados, un sociólogo, un antropólogo y un educador, claro muchos de ellos con posgrados en filosofía entre ellas una colaboradora que, sabemos, ingresó al doctorado de filosofía (y que no está en la lista de los autores al igual que el abogado con quien hizo la entrevista final).

En nuestra apreciación de esta obra enfatizaremos solo algunos conceptos clave de la misma.

La introducción, por los coordinadores del libro Miguel A. Polo y Carlos Mora (quien no hace otro aporte en el resto de la publicación), empieza con una frase que consideramos, muy importante para nuestra profesión y enfoque:

La filosofía práctica, sobre todo desde el marco ilustrado, debe dar cuenta de la realidad circundante. Y parte de esa realidad en nuestros días es la presencia de la religión en el espacio público... (p. 11)

Enseguida se hace una serie de interrogantes sobre los conceptos y la presencia en la realidad social de la secularidad, su relación con la ética y los estados laicos, etc., interrogantes relacionados con el proyecto «La ciudadanía  y el lugar de la religión en el espacio público» que ha originado el libro (id.), esto es, una investigación registrada en el Vicerrectorado de Investigación de la UNMSM y, por ende, financiada por éste. Sin embargo, fue publicada virtualmente por la Universidad Nacional Autónoma de Huanta y, así, al alcance fácil y rápido de cualquiera interesado con el tema.

A continuación, comentaremos algunas ideas que nos han llamado la atención de los capítulos del libro y la entrevista.

En “Los significados de la secularidad”, Polo muy bien aclara que el Estado laico o aconfesional no es anticlerical o antirreligioso (p. 21). Además, discute el fenómeno de la post secularización, sobre todo en Europa, como un resurgimiento de la religión en lo público (p. 26).

En una de sus conclusiones dice que “[l]as sociedades seculares se caracterizan por ser plurales, y serán éticas en la medida  que respeten la libertad  de conciencia de las personas, la no coacción, el derecho  a la participación,  y puedan  ir generando  relaciones justas  y pacíficas” (28).  Eso nos recuerda algunas sociedades seculares donde ha habido Estados antirreligiosos autoritarios y totalitarios sin tal respeto sobre todo en el siglo pasado.

También afirma Polo acertadamente:

… sociedades desiguales, inequitativas, generan  relaciones conflictivas,  también  en asuntos  religiosos.  Esto  nos lleva al problema  de la vulneración de los principios,  por una parte,  del Estado mismo y, por otra, de miembros  de la sociedad.  En el primer  caso,  estamos en presencia de un Estado que asume alguna concepción  religiosa de la vida buena, privilegiando  una y perjudicando a las demás (id.).

Y eso justamente sucede en el Perú, “la realidad circundante” de los contribuyentes del libro, donde el Estado privilegia a la Iglesia católica con subvenciones económicas, exoneraciones tributarias y la enseñanza de sus doctrinas en el curso de religión de las escuelas públicas, todo eso “legalizado” por el Concordato o tratado entre los Estados del Perú y de Ciudad del Vaticano de 1980, cosa que no se menciona en ninguna parte de esta obra.

Continúa “La laicidad y sus contradicciones” de Aníbal Campos, quien hace un recuento histórico crítico de la “relación unitaria” entre Estado y cristianismo a partir del siglo IV de la era común hasta la laicidad en Francia que “se presentó  con la mayor fuerza y con la mayor violencia” con la Ilustración y su revolución (p. 21-36).

Hace una observación importante: “la separación de Estado y Religión le impone  al primero  la obligación de ser garante  de la neutralidad frente a la vida y acciones de la religión. Es, pues,  una situación muy curiosa en la que, al liberarse,  el liberado quede sometido a aquel del que se ha liberado” (p. 42).

De forma aguda, Campos termina su artículo diciendo:

La laicidad  parece,  en el fondo  un proceso en el cual la religión cristiana católica se acomodó  a las nuevas condiciones históricas.  En estas,  sin ejercer control  político,  siguió teniendo  presencia,  aunque ya no desde arriba pero sí desde abajo. En algunos lugares quizás compartiendo con otras religiones, pero en otras con la exclusión de las mismas (id.).

En "El nihilismo,  entre la metafísica  y la religión.  Una lectura comparada de Santo Tomás de Aquino y Friedrich Nietzsche" su autor, Javier Hernández Soto, nos recuerda que “[e]l objetivo primordial de la religión es echar fuera de la existencia al sinsentido,  dotar al hombre  de un propósito y darle a su acción una perspectiva trascendente,  de modo  que ahí donde  hay religión no hay nihilismo;  ... No obstante,  en el caso de la llamada religión revelada, encontramos un aspecto muy interesante: ella contiene  en germen lo que será el nihilismo  en el mundo  actual (p. 45).

El capitalismo logra imponer el nihilismo y el sinsentido por toda la tierra: “no hay más sentido que la acumulación irracional  del capital;  esto impone  que no somos  más que medios para el incremento incesante del capital” (id.).

Concluye Hernández su artículo diciendo que el nihilismo nos libera de lo absoluto, el totalitarismo, el fanatismo y la opresión. En ese contexto pueden crearse nuevas formas de religiosidad a través del deporte, el cine y la TV (p. 55-56).

Sigue el texto "El ateísmo ético: la filosofía de Ronald Dworkin aplicada a la religión" donde sintetiza las ideas de éste en su libro Religión sin dios (p. 62). Además, para Dworkin, las polémicas sobre el aborto y la eutanasia “no son debates meramente  jurídicos o político-morales, sino que son  polémicas religiosas” (id.). Esto es, discusiones éticas personales: solo la persona debe decidir si continua o no existiendo, en el caso de la eutanasia, por ejemplo (p. 66)

Ramírez concluye que las proposiciones religiosas no son inferiores a las “racionales”. Por ende, los creyentes, como ciudadanos con deberes y derechos, no deben dejar de mencionar sus creencias en la esfera pública y política. Es más, tienen el derecho a que el Estado al no solo considere importante sus creencias, sino que también les ayude a promocionarlas y divulgarlas (pp. 66-67):

… afirmamos que la laicidad es una impostura mal llevada a cabo; ningún Estado debe mostrarse ajeno a las preocupaciones espirituales de sus ciudadanos. … [¿]qué posición  debe asumir  frente justamente a la diversidad  de estos o de comunidades religiosas en un  mismo  territorio[?].  ¿A quién  promover  y a quién  no? El criterio  del «daño» como límite establecido  por Dworkin  parece muy adecuado: todas las prácticas religiosas son importantes, pero no se debe dañar a una en desmedro  de otra (p. 67).

La respuesta para nosotros es simple: el Estado no debe defender ni mucho menos promover ideas religiosas que vayan contra la libertad, el respeto, la igualdad, la vida y la salud de sus ciudadanos (subvencionar económicamente o exonerar de impuestos a una y no a las otras, enseñar las doctrinas de una y no las de las demás en las escuelas públicas, que las mujeres deben estar sujetas a sus maridos, que sean optativas las transfusiones de sangre de menores, etc.).

El texto "El  catolicismo   tradicional,  la  resistencia  al  secularismo  y la emergencia política de los evangélicos  en el Perú de fines del siglo XX y en las primeras décadas del siglo XXI" por Javier Aldama nos habla de la resistencia conservadora católica y evangélica ante la arremetida de la nueva izquierda, el feminismo y el movimiento LGTBIQ+ por un Estado (realmente) laico para el Perú para legalizar el aborto (por violación), la unión civil y la perspectiva de género en las escuelas públicas. Menciona, de modo general el contexto político y teológico del siglo XX (sin hablar del Concordato de la Santa Sede con el Estado peruano) e inicios del XXI (p. 71).

Aldama también hace un breve recuento histórico del laicismo francés y español (pp. 73-74). Luego menciona a importantes pensadores anticlericales como González Prada y Haya de La Torre, pero también a Mariátegui en tanto que vieron a la Iglesia como aliada de la oligarquía y el militarismo (pp. 74-75).

También, por supuesto, menciona el surgimiento de la izquierdista teología de la liberación influenciada por el Concilio Vaticano Segundo (pp. 76-77). Continúa con la aparición de la insurgencia de Sendero Luminoso en los 80s (sigue sin hablar del Concordato de 1980) y los crímenes contra pentecostales en Ayacucho. En respuesta los evangélicos forman parte del partido Cambio 90, con 50 candidatos al Congreso y que llevó a Fujimori a la presidencia. Luego del autogolpe de Estado de éste, aparecen los neopentecostales conservadores en los 90s (pp. 77-79).

Estos junto con los conservadores católicos hacen marchas contra el aborto, (la unión civil)  y la educación sexual en las escuelas públicas (y por la defensa de la familia tradicional) (pp. 79-80).

A continuación, Aldama hace una defensa antropológica de la familia nuclear (que satisface la necesidad sexual, la reproducción y protección de la mujer durante la preñez y la lactancia, la educación y la subsistencia) y alerta contra “[e]l peligro de dejar la educación escolar en manos del Estado o de un grupo político que asuma la tarea de enseñar trae consigo el peligro de una ideologización perjudicial”, como sucedió con los maestros senderistas que politizaron a sus estudiantes (p. 80).

A continuación, anota que los (llamados) progresistas y neoconservadores, al ser extremos, no pueden dialogar con argumentos sobre el aborto, la eutanasia, la educación y la familia (p. 81).

Seguimos con el texto de Carlos Ráez Suárez “Religión y política: el FREPAP en el congreso  (2020)” sobre los 15 escaños ganados por ese partido en las elecciones congresales del 2020, brazo político de la Asociación  Evangélica de la Misión  Israelita del Nuevo Pacto Universal (Aeminpu) de la que hace una reseña histórica y doctrinal, mezcla de judaísmo bíblico y prehispanismo inca (pp. 84-93), así como de su papel en el Palacio legislativo (pp. 93-96): nunca presentaron proyecto alguno a favor de la religión o la suya, practicaron la separación entre lo personal y lo público (p. 97), y su mayor preocupación es sobre todo lo moral no proselitista (p. 98). Ráez concluye que la presencia electoral del FREPAP incluyó a parte de la población tradicionalmente marginal (p. 99) y que las críticas contra ese partido se basan en su vínculo con su religión (p. 100).

El escrito de Jesús Sánchez Berríos "Un abordaje a la secularidad desde la perspectiva de Charles Taylor" empieza tratando de las ideas de ese filósofo canadiense sobre la secularidad (pp. 105-108), la relación de la religión con la trascendencia y lo sobrenatural, así como su eclipse (pp. 108-109), y de la vinculación de la secularidad con un humanismo excluyente de lo no humano y trascendente (p. 109-110). Además, con el avance de la ciencia la religión, con sus seres espirituales y milagros, retrocede (p. 110). Pero también entre las sociedades creyentes y humanistas está la etapa intermedia del deísmo providencialista (mundo diseñado por Dios, nos relacionamos con Dios al conocer el orden de su diseño, y la idea de una religión natural eclipsada por la religión tradicional) con desplazamientos antropológicos (el objetivo de Dios para los humanos es su florecimiento, el eclipse de la gracia y el declive del infierno, el misterio se desvaneció paulatinamente, el  eclipse de que  Dios  planeaba  una trasformación de los seres humanos en la otra vida) (pp. 111-113).

Se sigue con la Reforma protestante que impulsó los desplazamientos antropológicos mencionados. Irónicamente los reformadores al buscar una vida ordenada para los fieles, dejaron de centrarse en lo divino para hacerlo en lo humano, apareciendo el humanismo moderno (pp. 113-117).

Pasamos al artículo de Jorge Quispe Cárdenas “Religión, democracia e interculturalidad” que, entre otras cosas afirma, la deficiencia “de la filosofía práctica para resolver los problemas más sentidos de la humanidad” lo que ha dado lugar a la aparición de la filosofía posmoderna (p. 124). Nos parece algo ingenua esta apreciación exigente de la ética la cual solo reflexiona sobre lo bueno y lo malo de esos problemas muchos de los cuales solo pueden solucionarse a diferentes niveles extra filosóficos y morales.

Menciona la crítica de Camps a la ética a partir de las ideas de Habermas: la fuerza motivadora de nuestra conciencia será posible en lo religioso. Lo que se puede rescatar de la religión es su sentimiento, dice Camps apoyándose en Mill, Comte, James, Bergson e incluso Russell (pp. 124-128). Además, discrepa de la descalificación de la fe en la creencia en un Dios inmortal pues la historia reciente latinoamericana nos demuestra que esta fe no ha sido superada aún (p. 131). Aquí también nos parece algo débil esta crítica a la increencia: el que no se hayan superado las creencias religiosas en nuestra región no las hace verdaderas es solo un proceso histórico social que continúa por diversos factores, siendo uno de los fundamentales, por ejemplo, la indoctrinación católica en las escuelas públicas de nuestro país.

Concluye diciendo:

La democracia  intercultural debe concretizar  valores  como  la tolerancia,  la autonomía del individuo  singular y social. Son compatibles las éticas de la interculturalidad y de los sentimientos (p. 138).

Vladimir Sosa Sánchez en su “Formación de ciudadanos críticos en entornos seculares” nos dice que la educación de la ciudadanía en hará “que los estudiantes desarrollen … el pensamiento crítico (p. 141) y que “la  educación  debe  apuntar tanto al desarrollo de la ética como a la reflexión a través del pensamiento crítico” (p. 142).

Además “el desarrollo del pensamiento crítico no es propio del desarrollo escolar, sino que este se puede enseñar desde el hogar, con actividades simples como el diálogo.  En la actualidad, con  el  avance  desmesurado  de  la  virtualización,  la  conversación  está  quedando  relegada a un segundo plano... (p. 146).

Por otro lado, “la educación filosófica debe partir desde la problematización cotidiana, dejando de lado la repetición de ideas; por el contrario, es importante inducir a los estudiantes a pensar y reflexionar de todo lo que les rodea, por eso la filosofía no obedece a un solo modelo, ya que cada realidad es diferente (p. 149). El profesor de filosofía debe “dejar que la filosofía vuelva a la calle, a las plazas, a debatir y cuestionar con las personas y poner en jaque a todos aquellos que pretenden tener en sus manos la verdad absoluta e incuestionable” (p. 149). En otras palabras, ser un intelectual comprometido con su “realidad circundante”.

Siguiendo a Salazar Bondy, plantea que la  educación  filosófica  debe  buscar “transformar la sociedad, formando a los nuevos ciudadanos  con capacidad para reflexionar de forma crítica. Ciudadanos pensantes frente a una sociedad que condena  el libre pensamiento” (pp. 150-151).

Una educación filosófica “en torno  a los problemas sociales,  políticos,  económicos y religiosos que permitan que los estudiantes sean capaces de ejercer una mirada crítica dentro del ámbito  educativo. Se necesita más filosofía dentro de las escuelas, no solo para generar pensamiento crítico, sino ciudadanos pensantes y no sumisos ante una sociedad que busca alienarlos en el consumismo(p. 151). Concordando de esa manera con nuestra concepción y fines de la filosofía aplicada que seguimos y promovemos.

Marco Barbaza en “La ciudad  heroica:  apuntes  sobre  política,   religión  y ciudad  en  tiempos hipermodernos” nos recuerda la relación de las primeras ciudades con “funciones simbólicas religiosas, incluso en cuestiones como la arquitectura o la fortificación” (p. 157). Y en la Patria hipermoderna del siglo XXI, el espacio público tiene una simbología elementos sagrados y religiosos (p. 158-159): “El peregrino hipermoderno  es ahora el héroe de una urbe resacralizada, con todos sus símbolos y marcas milenarias rearticulándose” (p. 161).

Miguel A. Polo dice en su “El sentido de la ética cívica en la sociedad secular”, entre otras cosas, que la palabra secularidad, históricamente, tomó diversas formas concretas (en Francia, EE. UU. y Latinoamérica), “lo cierto es que el proyecto liberal pretendió  ubicarla en el ámbito privado, pero, ante su fracaso, hoy se habla de postsecularidad, entendida como la vuelta de la religión” (p. 166). Además, “instalados  desde Latinoamérica, la religión  nunca  dejó de estar o influir  en el ámbito político  ni en la esfera pública, por lo que no se hace necesario hablar,  desde este contexto,  de postsecularidad” (id.).

Y si las religiones quieren  pronunciarse  en el espacio público plural, “tienen  la exigencia de traducir  su mensaje para ese mundo  plural, pero considerando el bien común, lo que implica darse cuenta del sufrimiento  de las personas y del planeta” (p. 173).  Por eso, la secularidad (o la postsecularidad, si se desea) no implica que los sujetos  dejen sus convicciones,  sino  que tengan  en cuenta metas  globales y purifiquen  sus convicciones desde ahí. Después  de todo, las grandes tradiciones religiosas o espirituales tiene fuentes tradicionales  desde las cuales pueden  modular sus ideas y prácticas según las necesidades contemporáneas” (p. 175). Es evidente que lo pueden hacer y lo hacen sin necesariamente mencionar, paradójicamente, a su dios y/o libro sagrado como fundamento de su teoría y praxis.

Concordamos con este autor en que

[t]odos  los  sujetos  tenemos  los  mismos  derechos como ciudadanos, por lo que no podemos restringir el acceso a la ciudadanía solo a los que piensan de una determinada manera. … Una razón pública, más valores universales que las propias tradiciones puedan reconocer y más el sentido teleológico expresado en asumir los problemas actuales, puede hacer que las religiones sean genuinas motivaciones morales para construir un mundo  mejor (pp. 175-176).

En la entrevista a Leonardo Franceschini, por Miguel Girao Isidro y Maria Luisa Bertani, el filósofo italiano afirma aguda y crudamente, entre diversas cosas, que “la Iglesia de Roma fue…  una estructura política que supo  penetrar y hallar  su  espacio en todas  las esferas  de los Estados  y de la vida de sus ciudadanos (p. 184).

Además,

cada Estado,…  se forma a partir de un sustrato, de una herencia cultural más o menos fuerte que sin embargo siempre está profundamente vinculada con la religión y la religiosidad, la cual se manifiesta a través de centenas de aspectos diferentes, ¿hablar de neutralidad  no significa, quizás, pretender  que un organismo se vuelva independiente de los seres que lo han generado? ¿Imaginar una autonomía  del Estado no desvela, entre otras cosas, cuán arriesgadamente hemos olvidado este marco, este prisma profundamente religioso alrededor de lo que el mismo Estado organiza, gestiona y emana de sus funciones vitales? (p. 185).

Como europeo, dice, entiende la historia del papel de la Iglesia de Roma,  en “términos de esclavitud, sistemática infravaloración, genocidio  físico y cultural  en todos los territorios ocupados, siglo tras siglo, por las potencias europeas. Afortunadamente, las múltiples  formas  de resistencia  que se enfrentaron a esta  violenta agresión,  a partir  de 1492, han permitido, y siguen haciendo  posible la existencia de varias visiones  del mundo, todas  ellas fundamentales” (p. 187).

Además, “no se puede prescindir [de la enseñanza  de la religión]  si se desea conocer  realmente  el substrato  cultural  de una comunidad; la cuestión central radica más bien en las formas, en los modos y características a través de las que se otorga este mismo saber: que me parecen, queriendo  utilizar un eufemismo,  típicamente bufonescas” (id.).

Por otro lado,

[c]ada confesión religiosa tiene su historia peculiar vinculada a determinados territorios, pueblos,  idiomas, formas y estilos de vida.   el substrato  religioso juega, sin duda alguna,  un papel fundamental.  Desde la educación  primaria, pasando  por los códigos morales, las estructuras de pensamiento, el lenguaje y la sexualidad, hasta llegar a los comportamientos diarios,  esta fuerza milenaria y sus aparatos direccionan  y modelan  nuestras existencias (p. 188).

Esto es muy cierto, incluso podemos hablar de “ateos judíos, cristianos o musulmanes, hindúes, etc.” en el sentido que, como seres humanos, son parte de determinadas tradiciones morales, sociales y culturales en general. Ahí tenemos, por ejemplo, a no creyentes celebrando la navidad como una fiesta familiar (como muchos creyentes lo hacen).

Dice también muy críticamente que la «recuperación de la espiritualidad» de los europeos es su intento de llenar la carencia de sentido de la vida:

… tratan, por un lado, de recuperar una especie de fantástico «sentido originario  del cristianismo», ignorando  por lo menos dos factores …: …esta presumida  «originalidad»  nunca  existió;  y,  en segundo lugar,  desconociendo totalmente todos aquellos horrendos  crímenes …de los que la Iglesia de Roma, a lo largo de los siglos, se ha manchado (id.).

Unos tratan de volver a una

espiritualidad perdida raptando y colonizando, …el espíritu "oriental". Meditación, yoga, budismo e incluso unas interpretaciones extravagantes y caricaturescas del taoísmo, entre otras prácticas, representan  precisamente una moda, con su mercado  y sus mercancías, sus lugares de culto y sus liturgias. Por no hablar del ecologismo occidental, un triste borrador del auténtico ecologismo practicado  desde siglos, aunque no sea el único, por  los pueblos  originarios  en Abya-Yala -que nace a partir de una relación completamente diferente entre el ser humano y la naturaleza, además del lugar no céntrico que este ser humano  ocupa a nivel cósmico- y de lo que los europeos intentan apoderarse, de forma  además profundamente grosera (id.).

Otra vez,

en su y tras su nombre [el de la Iglesia de Roma] se ha practicado  sistemáticamente, …el genocidio físico y cultural, la esclavitud y los procesos de colonización: todos acontecimientos que, siendo efectivas e impactantes prácticas políticas, aun que mejor  disfrazadas,  siguen  lamentablemente  perpetrándose en muchas  partes del planeta.  ¿Un ejemplo concreto? Jeanine Áñez, la ario-rubia  orgullosa de no llevar en sus venas ni una gota de sangre indígena (según sus mismas declaraciones), en un país cuya población  está compuesta en su mayoría absoluta por descendientes de los pueblos  originarios,  enseña la Biblia,  símbolo  supremo  de lo antedicho, en el día de su juramento como presidenta (p. 189).

A través de la dimensión religiosa

fluyen múltiples relaciones de poder que evidentemente marcan y dirigen  también las relaciones sociales que las constituyen, teniendo siempre en cuenta que el poder no cae desde arriba, sino que todos y a cualquier  nivel somos sus  agentes  reproductores:  en sintéticas  palabras,  una  horizontalidad del poder. … se trata de una historia milenaria  que ha visto  una  mezcla continua entre  varias  dimensiones, creo que más bien  tendríamos que preguntarnos cuáles,  entre  las  formas políticas que se refieren a la sociedad civil, han  adquirido  matices y significados seudo-religiosos (id.).

Dice sobre el dogma católico de la virginidad de María que es un discurso

estratégico, una violenta propaganda psicológica donde

el sexo, gradualmente,  empieza a ser un mecanismo social y político por medio del que se ejercita un poder coercitivo, de dirección, gestión y control hacia todas las que intentan  readquirir el dominio de su cuerpo, del placer y del deseo:  es decir,  a reapropiarse de una parte fundamental de su propia existencia.  María … simboliza la madre, entonces la indispensable y sagrada propagación de la especie) pero, simultáneamente, virgen: es decir,  aprisionada,  moralizada,  domesticada.  Es alta [o superior] porque es procreadora; humilde porque es sumisa, perteneciente  al ser masculino. 

Por eso, siguiendo esta imagen de María,

[l]a mujer tiene que callarse, no puede mirar unas cosas o dirigir ojeadas de un cierto tipo. Ella no puede vestirse como quiera, no puede salir sola, no puede recibir una instrucción. No puede resistirse a obedecer ante todo al padre, luego a los hermanos, y finalmente al marido y a sus hijos varones ... La mujer  está entonces obligada a poner  la máxima atención  sobre  gestos,  comportamientos,  maneras de moverse y habitar  el mundo. Es entonces «santa» y «buena» sólo a condición  de que no salga de este antiquísimo círculo que el varón le ha trazado alrededor (pp. 190-191).

Felizmente esta sumisión está retrocediendo y disminuyendo incluso en los países tradicionalmente católicos, aunque no tan rápida y completamente como se quisiera.

Aunque «las cosas han cambiado» por las diversas corrientes del feminismo,

… ¿acaso no seguimos viviendo en unos Estados presumidamente laicos donde son los individuos masculinos los que … opinan, describen y deciden, a través de discursos y prácticas, sobre el cuerpo femenino? ¿No asistimos, en estos mismos lugares, a una multiplicación  siempre más espantosa de violencias -físicas, verbales, psicológicas, simbólicas, epistémicas- en contra de las mujeres? ¿No siguen siendo, estos organismos, forjados a imagen y semejanza del ser masculino? (p. 191).

Es evidente eso con la cosificación y mercantilización del cuerpo femenino.

Añade que los intelectuales europeos

siguen llevando la misma ignorancia heredada tratando de explicar a los afroamericanos qué es el racismo y cómo tienen que luchar para abatirlo. En ambos casos, localizo la misma actitud soberbia: la típica de los que, a pesar de no poder entender -por razones tanto biológicas como culturales- lo que realmente significa llevar por el mundo un cuerpo racializado y perpetuamente observado, juzgado, medido, demonizado  o vuelto en mero objeto de deseo, en propiedad  somática (id.).

¿Quiénes sino los mismos que aún sufren por el color de su piel, e incluso condición socioeconómica, para explicar lo que padecen?

Concluye, diciendo:

¿No corre entonces el riesgo la misma universidad, teóricamente un lugar en el cual no debería existir censura alguna, una institución civil que sigue lamentablemente cuidándose de elementos eminentemente religiosos, así como la sacralidad de la Palabra o de formas que se asemejan, en unos casos, a una verdadera y propia policía del pensamiento, es decir, la contemporánea  caza de las herejías, de transformarse siempre más en una iglesia cuyo espacio está rodeado por anatemas y múltiples interdicciones?” (id.).

Esa censura “políticamente correcta” sucede seguramente en gran parte del primer mundo, pero en nuestro medio hay universidades con capellanes o invitan a un sacerdote a dar misa o sus autoridades van a la iglesia como tales, e incluso hay en algunas de ellas conferencias sobre ángeles o cursos sobre terapias alternativas (pero a la vez hemos sido testigos de cómo se boicoteó una serie de debates entre científicos con defensores de algunas de las así llamadas pseudociencias).

En suma, estamos ante un libro con diversos matices de interpretación y grados de crítica de las relaciones de poder e influencia de la religión en el mundo occidental, Latinoamérica y el Perú con los aciertos y carencias ya señalados arriba.

 

Huanta, 22 de noviembre del 2023

  

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